Los marcianos de Vox empiezan a hacer de las suyas en Murcia. El PP de López Miras ha dado poder a antiguos peones del partido de Abascal (ese el precio por salvar la cabeza en la moción de censura) y los ultras ya juegan a su antojo con las instituciones, como ese niño que va rompiendo, una a una, todas las piezas del mecano. Así se desmonta el laborioso edificio democrático construido tras cuarenta años de conquistas sociales y duro esfuerzo de los españoles; así se destroza un sistema de derechos y libertades que la extrema derecha pretende dinamitar desde dentro para retornar a tiempos franquistas.
El último episodio del esperpento ultra lo ha protagonizado la nueva consejera de Educación y Cultura de Murcia, María Isabel Campuzano, una tránsfuga de Vox que se niega a vacunarse contra el virus, como aquella niña del exorcista que se revolvía cuando el padre Karras le arrojaba el agua bendita para sacarle el mal de dentro. Y no es porque la señora consejera sufra de grave belonefobia o miedo irracional a las agujas, sino que se niega a recibir la dosis para ser “honesta” y coherente consigo misma. En el fondo, todo el mundo en este país sabe lo que hay. Los políticos criados a la sombra de Vox son trumpistas declarados, que es tanto como decir medievalistas, acientíficos y ultracatólicos, de modo que el rechazo a la vacuna no es más que negacionismo. Puro y duro negacionismo.
“Si personalmente pienso que no me voy a vacunar, no puedo decir lo contrario. Tengo que ser honesta conmigo misma; no voy a hacer una defensa de la vacuna y luego no voy a vacunarme. No digo nada en contra de la vacuna, digo que no me voy a vacunar”, se lía Campuzano en una empanada intelectual considerable. Por supuesto, la ilustre consejera puede ser una reaccionaria populista convencida, pero no es tonta, y acto seguido ha aclarado que si los médicos la convencen de que verdaderamente las vacunas son eficaces e inocuas al final terminará inyectándose como todo hijo de vecino.
Pero mientras la ínclita dirigente murciana titubea y duda entre rezar el rosario para no contagiarse con el bicho o seguir las pautas lógicas de la medicina, ella sigue jugando con la ciencia y los prejuicios, con la historia y con el revisionismo en un malvado ejercicio de demagogia y maquiavelismo político que causa un grave daño a la sociedad. Los españoles viven tiempos de angustia, zozobra y desesperación ante una pandemia que mata por miles y lo último que necesitan es que una iluminada del negacionismo a ultranza venga a confundirlos todavía más con sus extravagancias, supercherías y ocurrencias de terraplanista con resaca tras un fiestón salvaje en el Madrid libertino de DíazAyuso. Campuzano ostenta un cargo de la máxima responsabilidad, como es el futuro de la educación de las nuevas generaciones, y debe dar ejemplo.
Sin duda, es una auténtica tragedia nacional que nuestros escolares hayan caído en manos de una señora gramaticalmente insuficiente que se las da de sabelotodo. En los últimos días, los propios maestros de escuela de la Región de Murcia le han afeado a la susodicha los fallos ortográficos y patadas gramaticales que habitualmente perpetra en sus notas de prensa. Por lo visto, la Campuzano no solo está aquejada de un grave trastorno de superstición, sino también de escritura que la lleva a maltratar los signos de puntuación, las tildes y las mayúsculas, o sea que los docentes la acusan de ágrafa. “Sentimos comunicarle que no aprueba”, le han echado en cara los profesores para su rubor y sonrojo. Antes de dedicarse a la política, Campuzano debería mejorar su ortografía, y un cuardenillo Rubio de los de antes, ya que es tan aficionada al pasado de la enseñanza franquista, es mano de santo. Lo primero dominar el castellano, o sea aquello de “mi mamá me mima” y la te con la i, ti; luego, si queda tiempo, los plenos de la Asamblea.
Más allá de bromas, el problema es serio. El nivel cultural de nuestros gobernantes es cada vez más bajo y zafio y aunque a una responsable de la Educación pública hace tiempo que ya no se le exige que haya leído los Ensayos de Montaigne sí al menos se le debería pedir que se sepa las cuatro reglas y un mínimo de preparación científica como conocer los avances de Pasteur. Qué menos. La señora consejera cuestiona la eficacia de las vacunas, un mal o prejuicio que lamentablemente parece arraigado y extendido por tierras murcianas, como ya demostró en su día el presidente de la Universidad Católica de Murcia, José Luis Mendoza, que cree que “las fuerzas del mal quieren controlarnos la libertad con un chip”. Algo le han echado a los paparajotes que está trastornando las cabezas.
Sin embargo, pese a sus evidentes carencias culturales, la Campuzano no solo se permite dar lecciones de epidemiología avanzada, sino también de paleontología, una materia que a la vista de sus declaraciones tampoco controla demasiado. “No estoy en contra de la evolución de las especies ni he vuelto a Atapuerca, ni nada por el estilo”, ha afirmado entre risas nerviosas. Cada vez que la mujer abre la boca sube el precio del pan y los expertos en el yacimiento de la Gran Dolina burgalesa ya le han aclarado que Atapuerca no es lo que se imagina, sino que allí había una cultura, un pensamiento simbólico, una sociedad mucho más estructurada y organizada de lo que ella cree en su cabecita prejuiciosa y ultraderechizada. Desde luego, una sociedad más civilizada de la que propone Vox.
Campuzano no sabe poner bien las tildes pero pretende polemizar con Arsuaga, de tú a tú, sobre teoría de la evolución. La ignorancia es atrevida y nada peor que darle una gorra y un cargo a un soberbio que no ha leído nada en su vida para que se crea Einstein. Pues esta es la mujer que rige los destinos de la cultura y la educación de los murcianos, cuna europea de fracasados escolares. Este es el nivel. Alguien que pretende colocar el veto parental en las escuelas para adoctrinar a los niños en la ideología del machismo, la desigualdad y el nacionalcatolicismo. Alguien que sueña con llevarnos al medievo otra vez. Es lo que hay. Eso sí, los vivas a España los da como nadie.
Con semejantes personajes pululando por los pasillos del poder, el futuro que nos aguarda es más bien oscuro. De Vox solo sale superstición, fanatismo y odio cainita. Ni siquiera la militancia verde está de acuerdo con las propuestas descabelladas de la cúpula abascaliana y ha empezado la desbandada, la deserción y la disidencia. Siete de los diez concejales que obtuvo el partido ultra en la provincia de Badajoz en las municipales de 2019 han pedido la baja tras denunciar prácticas antidemocráticas y totalitarias de la cúpula. Se metieron en Vox por añoranza juvenil del fascismo y ahora se asustan y corren espantados. Definitivamente, esta gente ha salido del espacio exterior. No son murcianos, son marcianos.