Quedan tres días para la ceremonia de investidura de Donald Trump y la Casa Blanca ultima la lista de invitados, entre los que estarán presidentes de otros países, pero no Pedro Sánchez (sí Santiago Abascal, que de esta manera entra oficialmente en la Familia, en el clan de Mar-a-Lago). Esta gente sectaria del trumpismo trabaja de esa manera, desde el odio y la radicalidad, y no entiende que una cosa es un acto de partido y otra muy diferente un evento diplomático institucional y de dimensión internacional.
La afrenta del magnate neoyorquino contra los españoles está servida. Ahora bien, es muy posible que, a fin de cuentas, Trump le haya hecho un gran favor a nuestro presidente no enviándole el habitual tarjetón con letras doradas en cursiva. Ya tiene bastante Sánchez con lo que tiene en casa, con tratar de convencer a Puigdemont de que no rompa el Gobierno, con intentar salir vivo de la encerrona tramada por el fascismo posmoderno y con hacer frente a la caverna judicial, o sea los hermanos Peinado y Hurtado, lawfare garantizado. Codearse con un delincuente fascista como Trump que planea declararle la guerra a Europa para apropiarse de Groenlandia no era lo que más le convenía en estos momentos al jefe del Ejecutivo de coalición. Hubiese sido contraproducente, una decepción para la parroquia de izquierdas y otro hándicap en sus índices de popularidad ya maltrechos, de modo que para él ha sido una suerte no tener que volar a Washington.
Bien mirado, la toma de posesión del magnate neoyorquino quema como la radiactividad a cualquier gobernante demócrata. ¿Qué perfil de personaje va a asistir a ese aquelarre reaccionario? Gente que admira a Hitler, abrigos de visón del capitalismo globalista, ricachos de Texas que explotan a sus trabajadores, negros nazis, conspiracionistas, cuñados que no creen en la ciencia y beben lejía para curar enfermedades, niños mal criados de Silicon Valley, gurús del nuevo ciberfascismo orweliano como Elon Musk, los del Ku Klux Klan y la secta Qanon (ya sin capucha y sin complejos), chamanes en pelotas y coronados con cuernos de bisonte, la mafia de Chicago, exveteranos de guerra obsesionados con empuñar su AK-47 y emprenderla a tiros en un centro comercial, mujeres alienadas que se dejan subyugar por el machismo imperante (como la propia primera dama Melania) y en ese plan. Hay que estar muy mal para aceptar tomar parte en ese manicomio político donde se congregará lo peor de cada casa. Así que mejor quedarse en la Moncloa.
Sin duda, Sánchez hubiese desentonado en ese circo de cuatreros y bandidos sin escrúpulos, en ese Cuarto Reich yanqui donde el premier socialista habría tenido que estrechar demasiadas manos sospechosas, ninguna limpia de abusos sexuales y problemas con Hacienda. Ahí, en la grada MAGA de ilustres delincuentes, estarán, a buen seguro, sujetos como el titular de Sanidad, Robert Kennedy junior, un antivacunas convencido y declarado; Chris Wright, el secretario de Energía, un empresario petrolero que niega el cambio climático y planea acabar con las renovables para volver a quemar carbón, como en el XIX; el candidato a fiscal general Matt Gaetz, un tipo problemático implicado en prostitución de menores; o Stephen Miller, el ideólogo segregacionista, impulsor de las deportaciones masivas y planificador de la política de separación de familias inmigrantes.
Le hace un gran favor Trump a Sánchez no invitándolo a lo que promete ser, más que la toma de posesión de un presidente de USA, una convención neocon declaradamente neofascista cuyos integrantes bien podrían terminar, en el futuro, en el banquillo de un segundo Núremberg. Las declaraciones racistas de algunos de los colaboradores de este gabinete gamberro no tienen nada que envidiar a aquellas otras proferidas en el pasado por los Goebbels, Himmler y Göring, de modo que hace bien en quedarse en Madrid el jefe del Ejecutivo español. Así no tendrá que saludar a indeseables como John Ratcliffe, el director de la CIA nombrado por Trump para desplegar la guerra fría contra los chinos; a Elise Stefanik, la defensora a ultranza del genocidio israelí en Gaza y mamporerra de jóvenes universitarios propalestinos; a Pete Hegseth, el presentador de televisión elegido para dirigir el Pentágono, “un guerrero”, como él mismo se define, a quien le molesta que haya mujeres en el Ejército; a Kristi Noem, la siniestra gobernadora de Dakota del Sur que presume de haber matado a tiros a un cachorro, que aboga por perseguir a las personas trans y que reclama la militarización total del país para frenar la entrada de migrantes; o a Linda McMahon, la secretaria de Educación cuyo mayor mérito en la vida es haber fundado una empresa de lucha libre profesional que cotiza en Bolsa. Hay reuniones del cártel de Medellín mucho más presentables que ese satánico sarao que se prepara frente al Capitolio.
El próximo lunes, un ario supremacista con abrigo de paño negro de tres mil dólares pondrá su mano derecha manchada de mentiras y bulos sobre la Biblia, un triste espectáculo que merecería el boicot y el desprecio de cualquier demócrata. Todo está preparado para la entronización del nuevo dueño y señor del mundo. Todo está listo para inaugurar una edad oscura en la historia de la humanidad, la que da carta de legalidad a las ideas políticas más perniciosas, violentas y malignas. Que vayan ellos, que vaya la nueva ralea aristocrática del feudalismo global, los Milei, Meloni, Orbán, Netanyahu, Bukele y Bolsonaro, y que disfruten de su fiesta de la infamia. Cruzar el charco para asistir a semejante decadente esperpento hubiese sido tanto como pasar al lado malo de la historia, de modo que Sánchez respira tranquilo con el desplante trumpista y sin tener que hacerse esa foto letal que no le beneficiaría en nada ante su electorado ahora que trata de construirse el personaje de último líder superviviente frente a la ola fascista antes del hundimiento definitivo de las democracias liberales. La esposa de Obama ya ha dicho que no acompañará a su marido a la puesta de largo de un tipo que odia a los negros. Bien por Michelle.