La derecha española ha encontrado su especialidad: generar un estado de ánimo colectivo tóxico, de agotamiento y desesperanza, para luego presentarse como la única solución posible. Gritan libertad mientras colonizan el espacio público con bulos, miedo y confrontación. Primero incendian el país emocionalmente, después prometen apagar el fuego.
Lo del Partido Popular y su apéndice ultra ya no es política: es estrategia de demolición emocional. La única hoja de ruta de la derecha es desgastar hasta la asfixia al Gobierno y a la ciudadanía. No buscan sumar, solo agotar. No quieren gobernar para todos, quieren que los que no les votan se sientan fuera del país.
El modelo es claro: desinformar, crispar, saturar el debate público hasta que parezca inhabitable. Luego, cuando el ambiente es irrespirable, se presentan como los “gestores serios”, los “salvadores del orden”, los “únicos que pueden acabar con el caos”. Caos que, por cierto, han sembrado ellos mismos desde tribunas, platós y editoriales redactados al dictado del argumentario.
El PP, incapaz de sostener un discurso propio más allá del no, ha normalizado el marco ideológico de Vox. La salud mental, el feminismo, la diversidad, la redistribución o la transición ecológica se convierten en “imposiciones ideológicas”. Y todo lo que huela a protección social se tacha de intervencionismo bolivariano. ¿Soluciones? Ninguna. ¿Oposición responsable? Tampoco. Solo ruido, tensión y desgaste.
Y si el Gobierno acierta o mejora la vida de alguien, se tapa. Si comete un error, se amplifica hasta el delirio. Esa es la lógica: cuanto peor esté el ánimo colectivo, más posibilidades tienen de vendernos su falsa salvación.
Salud mental en estado de sitio
En este clima envenenado, la salud mental se ha convertido en la primera víctima. Y no es casual. El desgaste emocional ciudadano no es un daño colateral, es un objetivo táctico. Cuanto más cansado estás, menos participas. Cuanto más confundido, más vulnerable. Cuanto más desconectado, menos molestas en las urnas.
Los datos hablan por sí solos. Aumenta el consumo de ansiolíticos, se disparan los cuadros de ansiedad y depresión, y la sensación de impotencia se ha instalado en amplias capas sociales. Especialmente entre jóvenes y mujeres, los mismos colectivos que más atacan los portavoces de esa derecha que se disfraza de sentido común mientras instiga desde la superioridad moral, económica y mediática.
Y, aun así, cuando se impulsa inversión en salud mental desde lo público, responden con sarcasmo. Lo convierten en meme. O directamente lo niegan. Porque para ellos el sufrimiento psicológico es un síntoma de debilidad, no de desigualdad estructural. Solo lo mencionan cuando les conviene electoralmente. y es que no estamos ante un debate técnico, sino ideológico. Hablar en serio de salud mental implica hablar de condiciones materiales, de cuidados, de vínculos, de seguridad vital. Todo eso que el modelo neoliberal de la derecha desmantela mientras sonríe desde un plasma.
Hundir el ánimo colectivo para luego prometer salvarlo no es una metáfora, es un plan. Un plan que ya hemos visto antes y que siempre se cobra víctimas. Pero esta vez hay una diferencia, la gente empieza a verlo venir.
Por eso, frente a su estrategia del agotamiento, necesitamos construir política que cuide, que escuche, que proponga. No solo resistir el delirio, sino desenmascararlo. Porque, al final, quien quiere salvar un país no lo deja roto por dentro para después ofrecerlo como negocio de desguace.