España arde por los cuatros costados. ¿Por qué se queman nuestros montes? ¿Quién los quema? Llevamos décadas haciéndonos las mismas preguntas sin que hayamos sabido (o querido) frenar el infierno de cada verano. Muchos son los factores que explican el desastre. Las zonas rurales que ya nadie limpia en la España vaciada (donde antes había ganaderos y agricultores cuidando el entorno, cortando maleza y abriendo cortafuegos, hoy hay excursionistas con sus estúpidas barbacoas y negligentes basuras); la precarización de las cuadrillas de extinción (mal pagadas, esquilmadas por los recortes y entregadas a las subcontratas, las famosas privatizaciones emprendidas por políticos tan corruptos como incompetentes); y la acción del hombre, ya se trate de terroristas forestales, pirómanos llevados por intereses urbanísticos, madereros o agrícolas o simplemente tarados que le sacan placer a la lata de gasolina y al pánico de sus vecinos cuando la franja de horizonte incandescente aparece en medio de la noche.
Todo eso lo tenemos claro. Pero, sin duda, el cambio climático ha venido para agravar el problema. Las olas de calor propias de un escenario distópico como el calentamiento global convierten los conatos y siniestros en monstruos de fuego contra los que nada pueden hacer los bomberos, agentes forestales y voluntarios de los servicios de extinción. Son los llamados incendios de sexta generación. Incontenibles, voraces, inextinguibles. Un fenómeno nuevo que asola España y otros países como Grecia, Portugal o Francia, un torbellino de fuego como una maldición bíblica que lo abrasa todo y de la que los expertos vienen advirtiendo desde hace años. Se sabía que iba a pasar. Y está pasando. Cuando la ciencia contrasta datos y hechos empíricos y desarrolla modelos o patrones confirmados, las predicciones no suelen fallar.
Ahora ya vamos tarde. Los gobiernos occidentales que han demostrado cierta sensibilidad para intentar frenar el cataclismo cósmico al que nos enfrentamos han fracasado ante otra ola no menos devastadora: la corriente negacionista que con sus bulos y montajes ha falseado la realidad hasta convertir en ciegos a muchos que hoy despiertan del engaño y ven cómo el oasis o vergel en el que vivían ha quedado reducido a un manchurrón humeante color ceniza. Campos quemados, ganaderías y cosechas arruinadas, casas arrasadas y pueblos enteros amenazados. Un fin del mundo no repentino ni súbito, sino lento y paulatino, pero no por ello menos letal. Partidos como Vox llevan años ridiculizando las alertas científicas, así como la Agenda Verde 2030, quizá el proyecto más necesario y urgente de cuantos ha acometido la Unión Europea desde su fundación, ya que está en juego nuestra supervivencia como especie. “Fanatismo climático”, lo llaman los ultras. Y lo dicen desde todas aquellas instituciones políticas donde ya han sentado sus posaderas. Ese tipo de discursos y mensajes negacionistas (impuesto en las regiones gobernadas por PP y Vox) destruye más a una sociedad que cien incendios forestales.
Ayer, un bombero que prefiere mantener su nombre en el anonimato por miedo a las represalias se quejaba amargamente de que el Gobierno de Mañueco en Castilla y León, una región devastada por el fuego, era “una puta vergüenza” por su falta de coordinación. Las llamas avanzaban en diversos frentes y focos (también por la Sierra de la Culebra, que ha vuelto a quemarse por segunda vez en tres años) y allí no había nadie que estuviese al mando con profesionalidad, diligencia y cabeza. El bombero anónimo también denunció las “redes clientelares”, empresas privadas que se lucran con las concesiones del amigo político de turno. La coalición PP y Vox, en su afán por recortar lo público, ha terminado por esquilmar el servicio. Los forestales que viven de las cuatro perras de miseria que les pagan en los meses de verano se juegan la vida en los incendios con el bocadillo que le da el vecino y el agua para beber de su propia manguera.
Mañueco en paradero desconocido (como estuvo Mazón en Valencia durante la riada) y los bomberos y voluntarios abandonados a su suerte. ¿Dónde estaba el presidente castellano-leonés mientras ardían Las Médulas, la mayor mina de oro a cielo abierto del Imperio romano declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad? El ministro Óscar Puente, en uno de sus incendiarios tuits (nunca menor dicho), denunció que “de farra” mientras la cosa en Castilla y León estaba “calentita”. Fue sin duda un exceso en la forma (soltar chistecillos mientras miles de personas son evacuadas no parece lo más sensato y prudente), pero que no le resta ni un ápice de razón en el fondo ni en el diagnóstico político. La derecha, allá donde gobierna, menosprecia el desafío descomunal al que se enfrenta la humanidad, engaña al pueblo y echa más leña al fuego del odio y del calentamiento global. Racismo y negacionismo anticientífico, eso es lo que vende esta gente del “bifachito”, y ahora empezamos a pagar las consecuencias en forma de cacerías racistas e incendios que quizá no sean tan incontrolables como nos dicen, sino que ellos los hacen incontrolables por su incompetencia y sus políticas de recortes a la prevención y a los medios de extinción.
Este verano será un antes y un después porque despertamos a la cruda realidad del cambio climático: nos ahogamos en invierno y nos quemamos en verano. Ya vamos por 20.000 hectáreas perdidas y solo estamos a mediados de agosto. El infierno no ha hecho más que comenzar y promete durar hasta noviembre. La próxima ola de calor prevista para el fin de semana puede ser tan letal o más que esta y el próximo verano será todavía más apocalíptico que este. Mientras tanto, Espe Aguirre bromeando con que la emergencia climática es un “invento” de los rojos, ya que en verano siempre ha hecho calor y en invierno frío. La ignorancia es más patética aún que la maldad. El tuit de Puente está fuera de lugar, eso está claro; pero los comentarios negacionistas de la marquesona matan.