Avanza imparable el golpe aznarista

Los poderes fácticos, vigentes desde hace siglos en este país, hacen tambalearse a un Gobierno legítimamente salido de las urnas e investido en las Cortes

18 de Octubre de 2024
Actualizado el 19 de octubre
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Desde la Constitución de 1812, el golpe ha sido una práctica habitual en las derechas españolas.
Desde la Constitución de 1812, el golpe ha sido una práctica habitual en las derechas españolas.

Aznar pidió que “el que pueda hacer que haga” y sus fieles soldados, como esos robots de las películas controlados por control remoto, se lanzaron a la batalla sin miedo a morir. Políticos, periodistas, jueces, fiscales, policías, grupos reaccionarios ultracatólicos, todos los gremios controlados por el Partido Popular y Vox, se remangaron y se pusieron manos a la obra a la ardua tarea de derrocar el sanchismo. Estos días nos encontramos en medio de lo más duro y recio del vendaval que, como uno de esos huracanes que azotan el Caribe, lo arrasan todo a su paso. El golpe blando a la democracia, o sea.

Ayer, quedó claro y patente en qué punto crítico nos encontramos. Cuando el responsable de un partido como Miguel Tellado reconoce abiertamente que ya solo les mueve una cosa, echar a Sánchez por lo civil o por lo criminal, qué más se puede decir. Cuando la señora Ayuso pierde los papeles en la Asamblea regional y se comporta como una descerebrada que echa espumarajos por la boca, como una agresiva falangista del siglo pasado, como una posesa o potra salvaje (qué buena la parodia del programa Polònia), qué más se puede añadir. Y cuando la Justicia se enfanga hasta límites nunca vistos en el golpe aznarista contra el Gobierno, incluso destruyendo como profesional y como persona al fiscal general del Estado –cuyo mayor delito ha sido intentar desmontar un bulo promovido por el novio de la presidenta de Madrid, un defraudador de Hacienda confeso–, es que ya todo está perdido.

El discurso belicoso de Tellado infunde el miedo en todo demócrata de bien. “Vamos a acabar con este Gobierno lo antes posible. Y lo vamos a hacer con todos los medios a nuestro alcance”, espeta. Solo le ha faltado decir aquello de “se acabó la fiesta”, como un Alvise de la vida. Al portavoz parlamentario popular (que está dejando a su antecesor casadista en el cargo, el lanzador de huesos de aceitunas Teodoro García Egea, como una monjita de la caridad) le debió traicionar el subconsciente. “Con todos los medios a nuestro alcance...” ¿Qué medios? En democracia solo hay dos maneras de acabar con un presidente del Gobierno legítimamente elegido e investido con los debidos apoyos parlamentarios: en las urnas o con una moción de censura, como ocurrió con Mariano Rajoy. Desgraciadamente para el Partido Popular, en unas elecciones no va a poder ser, al menos de momento. El Ejecutivo de coalición resiste pese a los ecos de corrupción (mayormente el caso Ábalos, el sumario Begoña Gómez no pasa de ser la última batallita disparatada de un juez jubilata) y Moncloa no está por la labor de adelantar comicios. La segunda opción, la moción, tampoco parece cerca para el partido conservador. Salvo que Puigdemont se líe la manta a la cabeza y ordene a sus siete diputados del Congreso que hagan presidente a Feijóo y ministro a un franquista de Vox que quiere acabar con el autogobierno catalán, por ahí también lo tienen mal. Así que les toca esperar. Y cualquier locura para subvertir el orden constitucional mediante otros “medios” debe ser calificado, sin duda, de intentona de golpismo blando.

Pero Aznar ya ha dado la orden y, en el mundo ultra, cuando el caudillo toca a rebato ya no se puede parar la guerra civil. Llevan siglos trabajando con ese método nefasto, desastroso, fatal para el país. Los antidemócratas de hoy son los herederos de aquellos otros tradicionalistas del absolutismo que torpedearon, una y otra vez, la necesaria revolución liberal que debía sacarnos del feudalismo, de la injusticia y la superchería religiosa anticientífica. Aquellos autoritarios de antaño odiaban la Constitución de la Pepa; estos empiezan a despotricar de la del 78 que, hoy por hoy, también les parece demasiado roja, demasiado republicanota, demasiado laica y contraria a la idea de la España una, grande y libre. Aquellos frenaron las reformas del Trienio Liberal (abolición de la Inquisición, limitación del poder de la Iglesia y confiscación de tierras comunales de la nobleza para su venta pública); estos hacen todo lo posible por erosionar los derechos de las mujeres (ofensiva antiabortista), de los inmigrantes (reclusión de africanos en horrendos campos de concentración, según el modelo fascista Meloni) y de los homosexuales (terapias de conversión y censura educativa en los colegios).

En 1823, tras el final del trienio y el restablecimiento del poder absoluto de Fernando VII, miles de exiliados progresistas fueron obligados a emigrar forzosamente para evitar la cárcel. En 1936, tras el final de la guerra civil y la instauración de una dictadura militar, millones de españoles republicanos fueron condenados también al exilio, exterior o interior (o sea el miedo y el silencio, que es casi peor). Ahora Tellado anuncia que va a echar del poder al presidente elegido por la mayoría del pueblo, que es tanto como echar a la mitad del país que lo ha votado. ¿Cómo piensa hacerlo el mamporrero oficial del Reino? Él dice que con la ley y la Justicia que tienen secuestrada, pero, ¿y si, por cualquier causa o contratiempo, les sale mal la jugada y finalmente no pueden? Es ahí, cuando dice que van a llevar a cabo el plan contra Sánchez como sea y cueste lo que cueste, por todos los “medios”, donde le traiciona el subconsciente al señor Tellado, donde le aflora el golpista que lleva dentro. ¿Qué significa esa amenaza directa e intolerable, tenemos que temer soluciones más drásticas y violentas, tal como hacían en el pasado? ¿El quítate tú que me pongo yo por la fuerza, saltándose las más elementales normas de convivencia democrática? Y luego se llaman a sí mismos demócratas.

De momento, el golpe blando del PP no contempla exilios masivos de rojos como en la limpieza franquista del pasado, pero no por falta de ganas. La derechona española sueña con una España para ellos solos, un país uniforme, todos patriotas y de orden, todos sometidos a la propiedad privada y a la misa de doce. Una nación integrista teñida de azul. Ya han pasado a la siguiente fase de la movida ultra: romper la baraja del juego democrático. Y el mal español –sea sanchista o podemita–, al que no le guste el plan, ya sabe dónde tiene la puerta.

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