Miguel Tellado, del error al horror

La 'performance' del portavoz popular en el Congreso quedará como una de las páginas más tristes e infames de nuestro parlamentarismo

11 de Octubre de 2024
Actualizado el 21 de octubre
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Tellado muestra el cartel con los cargos socialistas asesinados por ETA.
Tellado muestra el cartel con los cargos socialistas asesinados por ETA.

Las víctimas del terrorismo están hartas de que se manipule su dolor con fines políticos. A Miguel Tellado, portavoz del grupo parlamentario popular, le da igual. Por una oreja le entra y por otra le sale. Quienes de alguna manera padecieron el zarpazo terrorista le han dicho a este señor, por activa y por pasiva, que saque sus sucias manos de las víctimas, que abandone ese truco repugnante para sacar votos, que lo deje ya. Pero nada. Tellado, un bulímico del fast food de la política basura, no puede parar, insiste una y otra vez en la estrategia de jugar con el sufrimiento y la tragedia del terrorismo. Es un obsesivo insistente, un monomaníaco del tema, un desalmado.  

Resulta triste comprobar a qué nivel de bajeza y degradación moral han llegado algunos prebostes del Partido Popular como este personaje. Tienen miles de cosas con las que hacer oposición de una forma efectiva contra Sánchez, como los chanchullos de Koldo en el ministerio, el chalé de Ábalos en Cádiz, la nevera averiada de Jessica y hasta el máster de la Complutense de Begoña Gómez, si se quiere. Temas dañinos no le faltan a Tellado, no tiene necesidad de refocilarse en la pocilga. Sin embargo, él siempre parece necesitar más sangre, más carnaza, más vampirismo descarnado. Sin duda, estamos ante un señor amoral para quien no hay unos mínimos, unos límites o valores humanos que respetar, y si tiene que poner a una víctima del terrorismo otra vez ante el recuerdo nefasto del tiro en la nuca, sumiéndola de nuevo en la depresión y el Prozac, lo hace sin ningún tipo de remordimiento. ¿De dónde ha salido este Telladito, de una película de psicópatas, de una fábrica de orcos de Mordor?

La política sin ética se acaba convirtiendo en pura violencia verbal. Antes de entrar en la función pública se debería exigir un test de personalidad para que los políticos pudieran certificar, no ya un equilibrio emocional, sino un nivel básico humano. No se hace, y ahora nos encontramos con personajes siniestros como este, un depredador que cuando pilla cacho, cual perro rabioso, ya no lo suelta ni abre la mandíbula. En la carcunda hispánica siempre ha habido Tellados de la vida. Gente sin escrúpulos capaz de saltarse las más elementales normas de convivencia social y vecinal. Álvarez-Cascos fue el dóberman que mordía a todo bicho viviente socialista que pasara por su lado; el murciano Martínez Pujalte, otro defensa central duro y leñero, fue expulsado del hemiciclo por Manuel Marín (se negó a salir y retó al presidente de la Cámara a que llamara a la Policía para sacarlo de allí esposado); y el lenguaraz Rafa Hernando arremetió contra los familiares de los represaliados por el franquismo al asegurar que “algunos se han acordado de sus padres, parece ser, cuando había subvenciones para encontrarlos” (luego, cuando quiso comerse a Rubalcaba, traspasó todas las líneas rojas, y si no llegó a las manos fue porque Acebes y Zaplana lo sujetaron a tiempo).

Quiere decirse que la derecha española, heredera directa del militarismo africanista y de la violenta Falange, nunca se ha olvidado de tener en sus filas a alguien que reparta hostias como panes. El abusón del colegio, el tipo sin complejos morales, el mamporrero oficial. Esta semana, Tellado se ha cubierto de gloria (más bien de mugre) al exhibir, en plena sesión parlamentaria, ese nauseabundo cartel con los doce socialistas asesinados por ETA. Y todo para afearle a Sánchez la rebaja de condenas a más de cuarenta terroristas. La repulsiva foto le acompañará siempre, y no solo porque simbolizará lo bajo que puede caer un político, sino porque nos recordará uno de los episodios más surrealistas y esperpénticos protagonizados por el principal partido conservador español: cuando primero votó a favor de una reforma de conmutación de penas que venía de la Unión Europea, después pidió perdón y finalmente acabó acusando al Gobierno de haberle engañado.

En ese documento legal, los ponentes del Grupo Popular admiten “haber estudiado con todo detenimiento” la reforma de Bruselas que reduce las penas de los etarras, entre ellos algunos de los más sangrientos como Txapote, Kantauri, Anboto o Mobutu. Cuando vimos a Feijóo en la televisión, compungido, avergonzado y pidiendo disculpas a los españoles por el despropósito, todos supimos que el líder del PP no había tenido un arrebato de sinceridad y que a los cinco minutos estaría dándole la vuelta a la tortilla, montando un show de los suyos para aprovechar el gol que le habían metido, sacar unos cuantos votos sucios y desgastar al Gobierno. En efecto, dicho y hecho. Ese mismo día, el Partido Popular pasó del error al horror, y Tellado y Gamarra se pusieron al frente de la máquina del fango trumpizada. Primero montaron el numerito de la senadora Marimar Blanco –hermana de Miguel Ángel Blanco, el concejal del PP asesinado por ETA–, a la que pasearon por el hemiciclo mientras sus señorías de la bancada popular se levantaban de sus escaños –interrumpiendo al presidente del Gobierno, que en ese momento se encontraba interviniendo en la tribuna de oradores– para prorrumpir en un vendaval de aplausos enlatados. Un vodevil al que se añadió la performance de Miguel Tellado con el infame cartel que ha indignado a las víctimas.

Todo esto ocurre, obviamente, porque en el partido fundado por Fraga con los restos del franquismo no han aprendido lo que es la democracia, pese a que ya va para medio siglo que la disfrutamos. Siguen instalados en el lenguaje faltón, prebélico y macho que practicó en su día José Antonio, y que ellos llevan bien interiorizado en sus genes políticos. Tellado está viviendo su momento de gloria (en realidad debería haber sido cesado por su infame gestión de la crisis de los etarras conmutados) y lo está disfrutando de lo lindo, sin filtro ni control, emborrachándose de bajezas. Como todo mediocre, caerá más pronto que tarde.

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