Pedro Sánchez mantiene su agenda del día con normalidad, viaje a Roma incluido para tomar parte en la Cumbre por la Reconstrucción de Ucrania. Como si nada hubiese pasado ayer. Como si no hubiese ocurrido el terremoto político que se vivió en el convulso Congreso de los Diputados, convertido ya en una taberna etílica y maloliente con raciones dobles de lodo y mugre. Solo que pasaron muchas cosas. Pasó que los socios le han vuelto a dar al presidente un aval condicionado a que funcionen sus medidas contra la corrupción y a que se comprometa con el famoso giro a la izquierda que el PSOE se resiste a dar. Pasó que no pasó lo que tenía que pasar, el golpe anunciado por la caverna. Pasó que la cuestión de confianza encubierta, amañada y pactada (con aroma a moción de censura) la ganó el premier socialista y la perdió, una vez más, Alberto Núñez Feijóo.
En el PP hay runrún después de la gresca. No puede ser, dicen algunos en Génova, en petit comité, que con la que está cayendo, el gallego no termine de rematar al tótem sanchista. No puede ser que con Santos Cerdán en la trena y el caso Koldo supurando sangre, Pedrito siga ahí, sacando pecho como ídem por su casa por las cancillerías de media Europa. Y eso fastidia sobremanera a las encolerizadas derechas ibéricas. Ayer se le vio exaltado al jefe de la oposición, por momentos casi rabioso, irreconocible y fuera de sí, desde luego muy lejos del perfil de moderado que pretende (o al menos pretendía) transmitir. Esa pregunta, entre fangosa, barriobajera y catilinaria (“¿Pero de qué prostíbulos ha vivido usted?”) le acompañará ya para siempre. Atravesó una línea roja sin retorno, echándose definitivamente al monte. Por si fuera poco, Ayuso no deja de tirarle chinitas y Abascal le aprieta por la derecha en una pinza que ve todo el mundo menos él. El cándido Feijóo aún no se ha enterado de que el enemigo del PP no es Sánchez, el enemigo del PP es la extrema derecha en sus múltiples formas: ayusismo interno o abascalismo exterior.
Si el Partido Popular sigue insistiendo en la estrategia de acercamiento a los ultras puede darse por liquidado. El ciudadano desafecto del sanchismo (ese millón de votos pragmático y desideologizado que vota bipartidismo ya sea de un color o de otro) terminará optando por el original Vox, no por la copia. Ayer, cuando Feijóo lanzó una reprimenda al PNV por no sentarse a dialogar con él, estaba describiendo a la perfección lo que puede ser el futuro del PP. “El PSOE acabará pactando con Bildu, les acabarán llamando fachas. Se van a quedar sin gobierno (en Euskadi), sin principios y sin votantes. Allá ustedes”. Si cambiamos algunas palabras y conceptos (PSOE por PP, Bildu por Vox y Euskadi por España) el resultado puede llegar a ser el mismo para los populares: fachas, sin principios y sin votantes. Allá ustedes.
Feijóo monta un circo y le crecen los enanos y así no hay quien llegue a la Moncloa, oyes. Todo son contratiempos, piedras y escollos en el camino: Ayuso y su novio el defraudador confeso, Abascal, el PNV, Junts, Trump y sus aranceles, los 30 casos pendientes, los rojos esos que han convertido el Gobierno en la última barricada contra el franquismo bajo la pancarta del “No pasarán” y, por si fuera poco, Mazón y sus comilonas en el Ventorro con la peligrosa derivada de Pacocamps, que ha retornado en plan vengador para optar a la poltrona del PP valenciano y de paso ajustar cuentas con los suyos. Se queja el expresidente de la Generalitat de que durante 14 años lo han tenido recluido en una especie de cárcel moral, oculto, metido en el armario de la historia para que no se viera tras la vergüenza de aquel asunto de los trajes marca Gürtel que terminó cerrándose en los tribunales.
Hoy Pacocamps da un paso adelante, ya sin complejos, para desafiar al señor del Ventorro y ganarle la mano en una especie de primarias de la derecha levantina. El asunto no solo es un nuevo problema para Mazón (que se defiende advirtiendo que el partido está para la reconstrucción de Valencia no para luchas intestinas entre barones y baronías), sino también para el propio Feijóo, que ve cómo se desata un nuevo incendio, esta vez por el Mediterráneo. Obviamente, Pacocamps es un marrón para el actual president de la Generalitat, un marrón más en una Valencia que ha quedado toda ella marrón tras la dana. Ayer, presentó su proyecto político junto a las viejas glorias, los zombis nostálgicos del pasado más un puñado de militantes y simpatizantes que tienen pendiente un “qué hay de lo mío” con Feijóo. Allí, en el histórico Palau de la Alameda, el barón destronado defendió su “derecho legítimo” a postularse otra vez dentro del partido para “volver a ganar por mayoría”. Y a Feijóo no le hizo maldita la gracia. Es cierto que prometió lealtad y respeto a la actual cúpula directiva, pero sus palabras sonaron a guante de seda en puño de hierro. En Valencia todo el mundo sabe que Pacocamps va por ahí diciéndole a sus antiguos compañeros aquello de “me tenéis contento”. Vuelve muy quemado el exhonorable (y no es por el sol ni por el célebre bronceado Zaplana), quemado y resentido porque no le han dado bolilla en el partido durante todos estos años de tormentas gurtelianas (ni siquiera una mala dirección general de algo, él, que ganaba elecciones con la chorra, como decía su amigo Carlos Fabra). Y eso duele. Nada produce más sufrimiento que sentirse abandonado por la familia (La Famiglia genovesa en este caso). Cuidado con un Pacocamps recuperado, fino de dieta, en forma y trabajado de gimnasio, porque puede darle más de un quebradero de cabeza a Génova.
La baraka de Sánchez, que siempre le rescata del desastre en el último minuto y sobre la bocina, está volviendo a funcionar. Parece imposible que, con la que está cayendo, este hombre siga en el poder ni un minuto más. Esto debe ser cosa de meigas. ¿Tendrá algo que ver la gallega Yolanda?