Isabel Díaz Ayuso ha vuelto a la carga. En la inauguración del Palacio de Justicia de Getafe, la presidenta madrileña ha aprovechado la ocasión para lanzar un nuevo ataque contra el Gobierno central. En esta ocasión, su diana ha sido la reforma judicial promovida por Pedro Sánchez, a la que Ayuso ha calificado como una amenaza a la independencia judicial y un intento de amordazar a los jueces. Sus declaraciones, llenas de dramatismo, no sorprenden a nadie: el mismo discurso catastrofista que la presidenta repite cada vez que necesita desviar la atención de sus propios problemas.
Alarmismo y exageraciones: la estrategia Ayuso
"Pondremos en marcha todos los medios legítimos a nuestro alcance para preservar en España la independencia judicial antes de que sea demasiado tarde", proclamó Ayuso, como si el país estuviera al borde del colapso. Según ella, el Gobierno está "acosando, interviniendo y ocupando el Poder Judicial", una afirmación que choca con la realidad de un sistema judicial que sigue operando con total normalidad, y donde el Consejo General del Poder Judicial lleva cinco años bloqueado precisamente por el Partido Popular, que se niega a renovarlo.
Pero Ayuso no se queda ahí. En un intento de sembrar más miedo, asegura que la reforma busca "maniatar a los jueces" y "suponer un ataque frontal contra el Estado de derecho". Sin embargo, evita mencionar que el objetivo principal de la reforma es limitar los abusos en el uso de la acusación popular, una figura que en ocasiones ha sido utilizada con fines políticos, algo que a la presidenta parece molestar solo cuando afecta a su partido.
Doble rasero y amnesia selectiva
Resulta curioso que Ayuso se presente como la gran defensora de la independencia judicial mientras su partido sigue protegiendo a figuras como José María Aznar, que colocó a jueces afines en los altos tribunales, o como el propio Alberto Núñez Feijóo, quien en su etapa como presidente de la Xunta de Galicia designó a magistrados cercanos a sus intereses. Tampoco menciona las injerencias del PP en la justicia cuando el Tribunal Supremo ha evitado investigar a destacados dirigentes populares.
La presidenta también se olvida convenientemente de los escándalos que han salpicado a su propio entorno. Desde los contratos exprés de su hermano hasta el uso de dinero público para pagar lujos personales, Ayuso ha demostrado que la transparencia y la independencia solo le preocupan cuando puede usarlas como arma política.
Quiere elecciones, para desbancar a Feijóo
Pero la diatriba de la presidenta madrileña no terminó con la justicia. Ayuso también aprovechó para pedir la convocatoria de elecciones generales, argumentando que los españoles "tienen que decidir si aumentan el gasto en defensa o si quieren seguir dándoles privilegios a los independentistas". Un discurso repetitivo y manipulador que intenta reducir la política nacional a una elección entre el caos y el PP como supuesto salvador.
En su intervención, Ayuso cargó contra la "corrupción" en el Gobierno, sin mencionar que en su propio partido se acumulan causas judiciales por financiación ilegal, adjudicaciones irregulares y contratos opacos. También acusó a la Fiscalía de actuar como un brazo del Ejecutivo, cuando en realidad la institución ha demostrado independencia en múltiples casos.
Una oposición basada en el ruido
Las declaraciones de Ayuso no son nuevas ni sorprendentes. Forman parte de una estrategia calculada en la que el ruido mediático sustituye a los hechos y en la que la confrontación prima sobre la gestión. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha hecho de la polémica su sello personal, utilizando cualquier oportunidad para atacar al Gobierno y posicionarse como la líder de la oposición interna en el PP.
Sin embargo, su discurso cada vez suena más vacío. A pesar de sus constantes denuncias, la justicia sigue funcionando, la democracia no está en peligro y la ciudadanía sigue sin ver mejoras en Madrid mientras ella se dedica a hacer campaña.
En definitiva, Ayuso sigue apostando por la política del miedo y la confrontación, sin aportar soluciones reales a los problemas de los madrileños y utilizando cualquier excusa para seguir con su cruzada personal contra el Gobierno central. Un teatrillo que cada vez convence a menos gente, pero que sigue asegurándole titulares. Y quizás, al final, eso es lo único que le importa.