Vivimos tiempos extraños en los que un gobernante se va de comilonas mientras sus paisanos se ahogan en una riada y un fiscal general del Estado es procesado por tratar de aclarar un bulo y decir la verdad. El “mundo al revés” ayusista, un trumpismo castizo o a la madrileña fabricado por MAR, produce estas distorsiones en la realidad, en la democracia, en la convivencia. Lo lisérgico o estupefaciente se acaba imponiendo y lo que estamos viendo estos días no es sino el comienzo de algo mucho más tremendo que está por llegar. Y si no, que se lo pregunten a los norteamericanos, donde un golpista convicto y confeso con una retahíla de delitos a sus espaldas va a sentar sus sagradas posaderas en la mismísima Casa Blanca. El majadero que sueña con conquistar Canadá e invadir Groenlandia, declarándole la guerra a Dinamarca y por extensión a la Unión Europea, marca el punto álgido de la fiebre delirante en el termómetro de la especie humana.
El trumpismo es un agujero negro en la democracia que provoca efectos raros, múltiples dimensiones aberrantes, escenarios donde las leyes fundamentales de un Estado de derecho ya no funcionan. El espacio y el tiempo, deformados con la grasa del bulo y el revisionismo histórico, se alteran de tal manera que retrocedemos atrás en el pasado para ver falangistas rodeando la sede del partido socialista en la calle Ferraz, republicanos franceses ensalzando el régimen de Vichy y neonazis a un telediario de instaurar el Cuarto Reich en Alemania. Ese universo cuántico alterado y disfuncional en el que han entrado la humanidad, la historia y la política se expande por todas partes gracias a una peligrosa máquina orwelliana, la diseñada por el zumbadillo Elon Musk, convertido en manipulador oficial de masas y mentes con carné del conservadurismo yanqui. El cosmonauta dominguero es el elegido por Trump para terminar de intoxicarnos a todos a golpe de tuit. Quizá no hayamos caído aún en la cuenta, pero nos encontramos en pleno delirio colectivo, ciegos, en “la oscuridad del instante vivido”, como decía el filósofo Ernst Bloch, y ya no somos capaces de discernir con claridad en medio del mar de confusión al que nos han arrojado.
El odio como marco referencial, el control, la propaganda, la vigilancia, el robo de datos, la suplantación, la manipulación, la desinformación, la aniquilación total de la verdad (aquello del “doblepensar” o neolengua de la novela 1984) y la negación del pasado con el consiguiente enterramiento de la memoria colectiva se aplican ya, de facto, en todas partes, desde Finlandia hasta Gibraltar, desde el Moscú de Putin hasta California, donde los trumpistas agitan la patraña de que la voraz oleada de incendios de Los Ángeles ha sido causada por un contubernio de pirómanos de la izquierda woke, ecologistas y mexicanos sin papeles. Todo vale en esa gigantesca coctelera fatal que tiene revuelto el mundo; todo cabe y todo es posible en la nueva ideología de la mentira populista, ya que la verdad, la ciencia y la razón han saltado por los aires.
Esa ideología enfermiza que preconiza la deconstrucción de la realidad y de la democracia hasta disolverla en una distopía con tintes pesadillescos ha llegado también a nuestro país, donde empieza a dejarse sentir el síntoma del fenómeno que anestesia a las masas hasta sumergirlas en un mal viaje. En eso precisamente consiste el trumpismo: en un chute de droga en vena inoculado desde las redes sociales que coloca fuerte a las sociedades modernas. La persecución que se ha iniciado contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, no tiene precedentes en nuestra democracia. ¿Cuál ha sido el horrible delito o crimen cometido por este hombre? Sin duda, haberse salido del marco referencial impuesto por la gigantesca secta destructiva para hacer prevalecer la verdad y desmontar un bulo, el fabricado por Miguel Ángel Rodríguez, artero asesor de Isabel Díaz Ayuso. García Ortiz no hizo otra cosa que tratar de aclarar que el pacto judicial o acuerdo de conformidad entre el fiscal Julián Salto y el abogado del novio de la presidenta (para rebajar penas en dos casos de fraude fiscal) no partió de la Fiscalía, tal como publicó MAR en sus tuits, sino del propio bufete de Carlos Neira, el letrado que defiende los intereses del compañero sentimental de la lideresa. Ese ha sido el gran pecado de Ortiz, querer ajustarse a la verdad haciéndola resplandecer, y ello supone, desde el punto de vista del régimen totalitario/ciberfascista ya en vigor, una intolerable transgresión del nuevo ordenamiento jurídico. Por eso lo llevan a juicio, por eso lo conducen al cadalso mediático (como imputado ante el Tribunal Supremo y sin una sola prueba de que haya sido él el filtrador del expediente delictivo del novio de Ayuso) como paso previo a su muerte civil. A partir de ahora, el que no se ajuste al imperio del bulo, a la “bulocracia” que se está levantando a marchas forzadas, está irremediablemente perdido, y hoy será el fiscal general el sometido a juicio sumarísimo, pero mañana cualquiera de nosotros puede terminar ante el tribunal inquisitorial de la mentira.
Félix Martín, de la Unión Progresista de Fiscales, consciente de la gravedad del momento que vivimos, habla ya de “caza de brujas”, una persecución que no solo se abrirá contra el máximo responsable de la Fiscalía, sino contra todo aquel que se atreva a negar el paradigma impuesto por el nuevo régimen con la inestimable colaboración de un sector de la judicatura, rendida también al trumpismo más conspiracionista, irracional, abyecto. Y mientras los demócratas embarrancamos una y otra vez en el inútil intento de devolver la verdad a los altares, de desmontar falsas tramas y montajes, Ayuso sigue dándole una cucharada más de bebedizo al pueblo, que lo traga ya sin preguntar y sin ningún espíritu crítico. Hoy mismo, la lideresa ha denunciado que la imputación del fiscal general del Estado es fruto de una siniestra “operación de Estado” urdida por Pedro Sánchez para acabar con su carrera política. Un Watergate a la española. Semejante filfa no debería calar en una sociedad avanzada como la nuestra, pero cala. Y mientras tanto, el amantísimo novio de rositas y el fiscal en la picota. Asco de posverdad.