La reciente muerte de Marisa Paredes, una de las actrices más icónicas del cine español, ha puesto en evidencia una vez más el desprecio sistemático de ciertos sectores de la derecha hacia las figuras culturales vinculadas a la izquierda. Paredes, reconocida por su talento, elegancia y compromiso social, falleció el pasado martes, dejando un legado artístico impresionante. Sin embargo, su despedida estuvo marcada por el silencio clamoroso de figuras como Isabel Díaz Ayuso, José Luis Martínez-Almeida y Alberto Núñez Feijóo.
La indiferencia no es nueva. Recordemos el caso de Almudena Grandes, escritora madrileña cuya obra trascendió fronteras y marcó a generaciones. Tras su fallecimiento en 2021, el Ayuntamiento de Madrid, liderado por Almeida, se negó inicialmente a nombrarla Hija Predilecta de la ciudad, una decisión que solo cambió por motivos presupuestarios. Este gesto de mezquindad política no pasó desapercibido, generando una ola de críticas que resaltaron cómo la derecha parece incapaz de reconocer el legado de quienes no comulgan con su ideología.
La cultura como campo de batalla ideológico
El caso de Marisa Paredes ha seguido un patrón similar. Su compromiso con la sanidad pública y los derechos sociales fue utilizado como arma arrojadiza por periodistas como Isabel San Sebastián, quien en un programa de televisión intentó reducir la figura de Paredes a su ideología política, calificándola despectivamente como “comprometida con la izquierda”. La reacción de personalidades como Rosa Villacastín, que calificó este comentario de “miseria moral”, reflejó el hartazgo de una sociedad cansada de ver cómo la derecha politiza incluso los homenajes póstumos.
El Ayuntamiento de Madrid, lejos de liderar un homenaje digno para una actriz que llevó el nombre de la ciudad a los rincones más prestigiosos del cine europeo, delegó las condolencias a responsables menores. Mientras que Pedro Sánchez y Yolanda Díaz no dudaron en destacar el legado de Paredes, Ayuso y Almeida optaron por el silencio, un gesto que subraya su desconexión con la cultura progresista de su propia comunidad.
Almudena Grandes: una afrenta que sigue abierta
El caso de Almudena Grandes es paradigmático. La escritora, conocida por su compromiso con los valores democráticos y su crítica a las injusticias sociales, fue ignorada por la derecha madrileña en el momento de su muerte. Almeida, en una entrevista posterior, afirmó que Grandes “no merece ser Hija Predilecta de Madrid”, justificándolo con argumentos que rozan la burla: “Los madrileños prefieren una bajada de impuestos antes que nombrarla Hija Predilecta”.
Estas declaraciones contrastan con el reconocimiento que otras ciudades otorgan a sus figuras culturales, independientemente de su ideología. Grandes, que representó los valores de solidaridad, justicia y memoria histórica, merecía un trato institucional digno. Su viudo, el poeta Luis García Montero, calificó de “mezquina” la actitud del alcalde, señalando que “Madrid merece un gobierno que trate con dignidad a sus ciudadanos”.
La política en los homenajes: un error imperdonable
En estos casos, la política no debería tener cabida. Los presidentes de comunidades autónomas, alcaldes e incluso el Gobierno central gobiernan para todos los ciudadanos, independientemente de su ideología. Ignorar o despreciar a personalidades como Paredes o Grandes no solo denota una falta de respeto hacia ellas, sino también hacia los valores democráticos que deberían guiar la acción pública.
La ausencia de homenajes institucionales o las respuestas tibias de la derecha española reflejan un sectarismo preocupante. En un país que se precia de su diversidad cultural y política, resulta inadmisible que se descalifique a quienes contribuyen al patrimonio cultural por sus ideas progresistas. Si bien no es obligatorio que todos compartan las mismas opiniones, el respeto por el legado y la obra de una persona debería ser innegociable.
Un cambio necesario en el reconocimiento público
Es hora de que las instituciones dejen de utilizar la cultura como arma ideológica. La muerte de Marisa Paredes y el trato dispensado a Almudena Grandes son recordatorios dolorosos de cómo la derecha española sigue anteponiendo la polarización política al reconocimiento justo. La cultura es un patrimonio colectivo y, como tal, debería celebrarse en su totalidad, sin importar las preferencias políticas de quienes la representan.
Madrid, como capital cultural de España, tiene la responsabilidad de liderar con el ejemplo. Olvidar o despreciar a figuras como Paredes o Grandes es traicionar el espíritu de una ciudad que se define por su diversidad y creatividad. Es imperativo que los responsables públicos entiendan que gobernar significa representar a todos, no solo a quienes comparten sus ideas.
Mientras tanto, la sociedad civil y los sectores progresistas seguirán exigiendo justicia para quienes han contribuido al enriquecimiento cultural y social de España. Como dijo Almudena Grandes: “La alegría es un arma superior al odio”. Es hora de que esa alegría se traduzca en un reconocimiento justo y equitativo para todos.