Durante su discurso durante el Congreso Nacional del PP celebrado el pasado fin de semana, Alberto Núñez Feijóo reconoció que está dispuesto a pactar con Vox y pidió respeto para los votantes de ese partido. Respeto. Respeto para el fascista. Respeto para el nazi. Sobrecogedor.
¿Son todas las ideas respetables? De ninguna manera, y hay que decirlo alto y fuerte una vez y las que hagan falta. Ya sabemos que Kant concluyó que todas las personas se merecen un respeto por el mero hecho de serlo, por ser seres racionales, libres y con derechos. O sea, aquello de tratar al prójimo como un fin en sí mismo, nunca como medio, una idea-semilla que posteriormente germinaría en las democracias europeas y en la Carta de Derechos Humanos. El problema es que Kant nació antes de la invención del fascismo/nazismo, de modo que no podía ni siquiera imaginar lo que se le venía encima a la humanidad. El odio racista, el nacionalismo, el totalitarismo, la guerra mundial, los hornos crematorios fabricados para la limpieza étnica. Kant imaginó un mundo ideal, utópico, feliz, pero tuvo que llegar otro filósofo como Theodor Adorno, que vivió y sufrió en sus carnes el infierno de la paranoia colectiva nazi, para corregir al maestro y hacernos ver que la misma cultura occidental ilustrada que había dado a Beethoven y Goethe también había alumbrado las cámaras de gas. De ahí que, según Adorno, después de Auschwitz es un acto de barbarie escribir poesía.
No, no se puede ser tolerante, como dice Feijóo, con quien quiere pisotear la libertad del individuo, con quien pretende excluir a otras razas, con quien hace del odio el principio esencial y la razón de ser de la política. Al contrario, se debe ser intransigente, intolerante, firme. Feijóo pide respeto para el monstruo con el que piensa pactar un Gobierno al tiempo que se define a sí mismo como un demócrata y un moderado liberal. Imposible. Semejante funambulismo intelectual solo cabe en una cabeza desordenada, en una mente caótica, en un pensamiento cínico y maquiavélico sin principios ni valores democráticos. En un hombre que está dispuesto a ser cómplice de los crímenes contra la humanidad planeados por Vox, hoy solo en la teoría y sobre el papel, mañana probablemente en la práctica, ejecutados y materializados desde el poder. Porque no nos engañemos: alinearse con Netanyahu, como hace Vox, supone complicidad con el genocidio del pueblo palestino; situarse junto a Putin en la invasión de Ucrania supone asumir el papel de colaborador necesario del dictador sanguinario; y asumir postulados neonazis, como la expulsión de ocho millones de personas inmigrantes de España (un retorno al Edicto de Granada promulgado por los Reyes Católicos para la deportación de miles de judíos del país), supone ser copartícipe del horror.
Todo eso lo sabe Feijóo, pero lo ha interiorizado como un mal menor única y exclusivamente para llegar a la Moncloa. El líder del PP ha inventado una nueva fórmula del populismo demagógico: gobernar con Vox, pero sin Vox. Su portavoz, Miguel Tellado, ha vuelto a insistir hoy mismo en la rocambolesca propuesta en su clarificadora entrevista con Carlos Alsina. “Pactos con Vox sí, ministros en el Gobierno no”. ¿Son tan bisoños Alberto y Miguel como para pensar que el PP puede utilizar a la extrema derecha a su antojo sin pagar un alto precio a cambio? Abascal dará su apoyo a la derechita cobarde, claro que lo hará, pero a los cinco minutos le estará pidiendo ministerios bajo amenaza de hacer caer el Gobierno conservador. Esa es la gran verdad que Feijóo no le cuenta a los españoles. Esa es la gran mentira del gallego. Llegado el caso de que las urnas hayan hablado y PP y Vox sumen mayoría absoluta, el presidente del Partido Popular no dudará en echarse en brazos del Caudillo de Bilbao. El mismo error que cometió la derecha convencional alemana en los años treinta del pasado siglo, cuando pensó que Hitler era un personaje “domesticable”. Políticos como Von Papen (conocido como “el diablo con sombrero de copa”) llegaron a creer que podían domar al monstruo, lanzarlo como una herramienta para debilitar a la izquierda y finalmente neutralizarlo. Ellos, los supuestos demócratas, abrieron las puertas del infierno. A partir de ahí, el fascismo fue imparable. En 1933, el presidente Hindenburg nombró canciller al hombre del bigotito y los espumarajos en la boca. Luego el incendio del Reichstag, la Ley de Habilitación, plenos poderes dictatoriales para Hitler. La caída de la República de Weimar y la Segunda Guerra Mundial. Estamos seguros de que Feijóo (el nuevo diablo con sombrero de copa) conoce bien la historia. El problema es que está dispuesto a repetirla. Su ambición es mayor que su sentido de Estado. Piensa que tiene controlado a Vox cuando es justo al revés, es Vox quien ya lo tiene comiendo de su mano. No habían pasado ni 24 horas desde su infame discurso en el Congreso Nacional del PP cuando Abascal movió ficha al ordenar a Rocío de Meer que hiciera público el programa oculto ultra consistente en la “reinmigración”, es decir, la deportación masiva y cruel de millones de personas. Dicen que este siniestro palabro fue inventado por el teólogo Andrew Willet en el siglo XVII. En Vox son tan carcas y antiguos que gozan rescatando ideologías fracasadas, no ya del siglo XX, sino medievales. Son arqueólogos del odio.
Feijóo ha blanqueado el fascismo en España. Esa lacra pesará sobre él, como una losa, para siempre. Ya hay quien lo ve como el Von Papen de la maltrecha democracia española. Nuestro diablo con sombrero de copa.