Feijóo sale reforzado, maqueado y perfumado del XXI Congreso Nacional del PP. En realidad, la cita tenía poco de congreso. A un congreso se va a presentar ponencias, debates, mesas redondas y programas, en fin, todo aquello que hace que un partido político sea una organización viva, dinámica y con proyección de futuro. Nada de eso ocurrió en Ifema este fin de semana. La reunión bajo el lema Toma partido por España no ha sido más que un acto mitinero de esos que se celebran a las puertas de unas elecciones. Un spot publicitario con mucho plasma, luces de neón y palmeros en cada rincón. ¿Qué idea de España tiene Alberto? Se desconoce. ¿Qué piensa hacer con el problema de las pensiones, de la vivienda, del mercado laboral precarizado? No lo sabemos. ¿Está con los aranceles de Trump o contra ellos? ¿Va a aumentar el gasto militar tal como exige la OTAN, cree que Netanyahu está cometiendo un genocidio? Quién sabe.
Feijóo es un extraño aprendiz de estadista que rara vez habla de los asuntos de Estado. Como uno de esos androides que se explican mecánicamente, él se limita a soltar el disco rayado contra el sanchismo y poco más. El gallego es un político de laboratorio, un experimento en manos de otros, mayormente de la patronal, del Íbex y las clases privilegiadas. Y desde que se ha quitado las gafas, más artificial parece, menos auténtico, más de metacrilato plastificado.
El congreso ha servido para tres cosas. Primero ha sido una especie de terapia de grupo para recuperar el orgullo de ser conservador, un orgullo que tras años de decadencia, corrupción y crisis de valores por la emergencia de la extrema derecha ha estado en niveles bajo mínimos. Más que un congreso, ha sido una fiesta de la victoria anticipada, una gran barra verbenera donde el personal llegaba, apoyaba el codo, soltaba el cubata y largaba esputos, bilis y rabia contra el Gobierno. La imagen de primeros espadas y barones comportándose como invitados a una boda con dos copas de más, dando rienda suelta a sus instintos antisanchistas más bajos y primitivos, fue sencillamente desoladora, algo muy alejado de la derecha civilizada, democrática y a la europea a la que Feijóo dice aspirar. Producía cierta repulsión ver a los prebostes populares entregándose al trumpismo más abyecto y por momentos dio la sensación de que iba a aparecer en el escenario el loco Milei, motosierra de podar el Estado de bienestar en mano y gesto desencajado de Chuky, el muñeco diabólico. Escuchando según qué discursos, a uno se le vino a la memoria aquella maldad de Alfonso Guerra quien, en cierta ocasión, con su retranca andaluza, se preguntó de dónde vendrá el PP, que lleva tantos años viajando al centro y no lo encuentra.
En segundo lugar, el congreso ha sido una performance o puesta en escena con un objetivo principal: que el dirigente popular se dé un baño de masas, blindándose, bunkerizándose y tratando de dar la apariencia de que en el partido manda él. Todo es una ficción. El propio Feijóo sabe que solo le queda una bala (una última oportunidad para echar a Sánchez) y si no lo consigue Ayuso calienta en la banda (nunca mejor dicho lo de banda). Tremendo ese momento en que la presidenta de Madrid se dirigió al jefe, cínicamente, para decirle eso de “tuyo es el partido, vamos a estar en todo momento a tu lado”. Un escalofrío gélido debió recorrer la espalda del líder de barro. El público ama profundamente a la diva frutera, Feijóo es solo un señor gris, un burócrata algo aburrido que llegó de Galicia para poner orden en el gallinero tras la defenestración de Casado por el sector ayusista. Ni a la militancia ni a los votantes les pone cachondos el actual dirigente del partido, esa es la triste verdad. Les deja fríos, indiferentes, apáticos. Un gatillazo de hombre. La grey conservadora siempre ha soñado con un Charlton Heston ibérico, de pecho peludo, rifle en alto y proclamando los valores eternos de la nación española (o sea, un Aznar algo menos alto y fornido, pero con el mismo fervor patriótico). A cambio, les han colocado a un tipo con pinta de tímido seminarista que ni chicha ni limoná, un maricomplejines, un insustanciado que unas veces habla como un socialdemócrata azul y otras, sobreactuando forzadamente, como un nostálgico del franquismo, según el momento y según interese. Un pragmático del que la parroquia no termina de fiarse.
Y en tercer término, y como consecuencia de lo anterior, a Feijóo no le ha quedado otra que tragar con Vox. Su invitación a pactar con la extrema derecha (descartando cualquier cordón sanitario) viene a confirmar que el ala ayusista ha ganado la batalla ideológica. Al líder popular los duros aznaristas lo han agarrado por sus partes pudendas, le han leído la cartilla y le han dejado las cosas bien claras. “Tú firmas con Santi lo que haya que firmar y punto”, le han dicho las élites del PP entre bambalinas. O sea, que Abascal ya tiene el sillón de ministro del Interior asegurado. Si Feijóo es un moderado frustrado que no ha podido llevar a cabo su proyecto de partido o un ultra convencido, poco importa ya. Lo único cierto es que ha oficializado el temido giro a la derecha y aunque proclama que piensa gobernar en solitario (un sueño utópico) sabe perfectamente que eso no será posible. Nunca llegará a la Moncloa sin Vox. Al mismo tiempo, su mano tendida al partido neofranquista se antoja una estrategia letal condenada al fracaso: ni recuperará al votante de derechas (que huyó del PP para siempre para abrazarse al voxismo), ni atrapará el voto moderado o centrista desencantado con el socialismo. Por si fuera poco, el PNV le dará calabazas, de modo que solo le quedará mendigarle los cuatro votos de investidura a Puigdemont, el que hasta hace nada era el gran traidor a España o peligroso golpista y al que hoy le hacen guiños cómplices desde Génova.
Por lo demás, hasta la reelección del amado líder resultó sonrojante, ya que Feijóo salió ungido con el noventa y nueve y pico por ciento de los votos. O sea, que se han hecho un Maduro. Ellos que se han pasado la legislatura rajando del autócrata bolivariano Sánchez resulta que son más caudillistas que nadie. No hay por donde coger a esta tropa de demagogos.