El PP prepara un Gobierno de machirulos en Valencia

13 de Junio de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Hace algo más de un año, Feijóo sorprendía a propios y extraños con un discurso escandaloso sobre la violencia machista, a la que llegó a calificar, siguiendo la tendencia ultra del momento, de “violencia intrafamiliar”. “En Galicia, hace poco sufrimos el asesinato producido por un padre. Mató a sus dos hijos por un problema con su pareja. Pero eso no es violencia machista, sino violencia intrafamiliar”, afirmó sin despeinarse. La tesis del político gallego chocaba no solo contra la razón y el sentido común, sino contra las leyes españolas, la jurisprudencia y los convenios internacionales que España tiene firmados desde hace décadas. Aquel episodio sirvió para confirmar que Feijóo viraba peligrosamente hacia el negacionismo, que se estaba voxizando, que no le hacía ascos al trumpismo ayusista de nuevo cuño.

Hoy, tras la arrolladora victoria del Partido Popular en las elecciones municipales y autonómicas, el dirigente conservador se encuentra ante la encrucijada de decidir qué hace con la extrema derecha. En realidad, ya lo tiene pensado: va a gobernar con ella, sin ninguna duda, allá donde salgan las cuentas. No le queda otra si quiere llegar a la Moncloa. Pero se le plantea la difícil papeleta de decidir cómo va a vender a los españoles que su pacto con Abascal es decente y presentable cuando no es más que una nauseabunda ignominia que no se sostiene y que hasta Manfred Weber, líder conservador europeo, le ha afeado en público. Para convencer al ciudadano, Feijóo ha utilizado diversas tácticas desde que hablaron las urnas. Primero pasarle la patata caliente al PSOE para que deje gobernar al PP cuando sea la lista más votada. Después darle libertad a cada barón territorial y a cada alcaldable para que haga lo que estime oportuno con Vox (o sea, lavarse las manos como Poncio Pilatos). Y finalmente, que es el punto en el que se encuentra hoy por hoy, firmar lo que haya que firmar.

Ayer parecía que al dirigente genovés no le apetecía una campaña electoral metido en francachelas con los posfascistas convictos y confesos. Prefería aparcar el problema, dejarlo para después de las generales. Con la estrategia de bloque común de las derechas podría atraerse a una parte del electorado indeciso de Vox, pero también podría perder la tajada grande: atrapar al espectro centrista, atraer a las clases medias, seducir al socialista desencantado tras una larga legislatura de sanchismo. No era un buen negocio.

Sin embargo, todo ha cambiado de la noche a la mañana. Hoy mismo, Feijóo ha atravesado un peligroso Rubicón al pactar con los voxistas en la Comunidad Valenciana. El gallego se había metido en un callejón sin salida, no sabía por dónde tirar para salir airosamente de este laberinto de pasiones y el asunto empezaba a quemarle los dedos. Era consciente de que podía pasar a la historia como el hombre que abrió la puerta del poder a un partido declaradamente ultra, machista y xenófobo. Una mancha en su expediente que quedaría para siempre. Y aún así ha aceptado el sucio trapicheo. Desde los tiempos convulsos de la Transición, cuando el proyecto de Fuerza Nueva no cuajó y terminó diluyéndose por el miedo de los españoles a la involución, no se veía tan cerca la posibilidad de que el franquismo volviera a retomar el poder.

En las últimas horas las tensiones en Génova empezaban a ser cada vez más fuertes y síntoma claro de la preocupación de un líder que no sabía qué hacer con el dinosaurio de Monterroso, que se le ha metido en el salón y amenaza con devorarlo con fruición. El lunes, mientras Borja Sémper, el moderao Borja, se empeñaba en explicarle a los periodistas cuál era la postura oficial del partido (las famosas líneas rojas que el PP supuestamente nunca atravesaría), estallaba la traca final en Valencia. Los rumores de que Carlos Flores, el candidato de Vox condenado por violencia machista hace veinte años, podría entrar en el Govern, desmentían las buenas intenciones de Sémper, a quien le han encargado el papel de poli bueno. “En Valencia no hay vetos ni cordones sanitarios a nadie”, zanjaba la cuestión Juan Francisco Pérez Llorca, vicesecretario del PP valenciano. ¿Cómo podía ser que Madrid dijese una cosa y la sede popular de la capital del Turia otra radicalmente diferente? El PP empezaba a parecerse demasiado a aquel doctor Jekyll que por el día se comportaba como un respetado científico y por la noche se transformaba en el peludo, primitivo y monstruoso Hyde. Dos caras irreconciliables. Dos personalidades enfermizas. Un trastorno bipolar insalvable que podía pasarle factura al partido el 23J. Había que aclarar el embrollo que empezaba a confundir al electorado. Y el líder del PP optó por mover ficha.

El caso del doctor Flores (irónicamente catedrático de Derecho Constitucional), puede ser solo el primero de una larga lista que incomoda y mucho a Feijóo. “Te voy a estar jodiendo la vida hasta que te mueras y acabe contigo, ladrona”, le espetó el profesor a su víctima. Que este señor pudiera terminar en la vicepresidencia de la Generalitat era una idea demasiado delirante y descabellada hasta para este PP algo trumpizado. ¿Qué sería lo siguiente, ponerle una calle a Antonio Anglés a título póstumo y en señal de desagravio contra la dictadura feminista y woke? El Partido Popular estaba cruzando todos los límites de la ética y la decencia. Así que, en el último minuto, Feijóo ha dado órdenes al barón valenciano Mazón para que pacte un Gobierno con los ultras, pero sin Flores, de manera que el catedrático ha sido apartado del Ejecutivo autonómico. Un parche que no logrará tapar la vergüenza de esta negociación.

El espectáculo indigno para el género humano que se ha dado en Valencia saca a Feijóo de su mundo virtual, cuántico, y lo devuelve a la cruda realidad del país que tenemos, un país donde el machismo avanza imparable y lo invade todo. Entre él y Ayuso habían logrado instalar a los españoles en la fábula distópica de que ETA ha resucitado, cuando aquí lo único que resucita es el machirulo de toda la vida, el amo y señor de la familia, el macho ibérico que pone fina a la parienta y luego se larga a la oficina a cerrar unos negocios o a llevar las riendas del poder. Ese falangismo recio y duro de toda la vida es lo que retorna dramáticamente. Habrá bifachito valenciano antisistema, gamberro y faltón. El asaltacunas Berlusconi se retuerce de la risa en su tumba. Jamás pensó que su obra política llegaría tan lejos.

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