“No pueden dar por supuesto nuestro voto”, le recrima Puigdemont a Sánchez tras tumbar la ley de regulación del alquiler de temporada, una de las medidas estrella de la izquierda que pretendía limitar los abusos en la vivienda. De esta manera, el líder de Junts, otra vez a buen resguardo en su guarida de Waterloo, lanza un aviso a navegantes dirigido al Gobierno.
Nunca antes la debilidad de Sánchez había quedado tan palpable y evidente como en la votación de ayer en el Congreso de los Diputados. Los “siete de Junts” hicieron valer su poder, recordándole al presidente que está en sus manos, entregado como un corderillo antes de entrar en el matadero. El líder socialista es como uno de esos personajes de las películas de mafiosos al que sientan en un potro de tortura, maniatado y con una venda en los ojos, mientras le van apretando las clavijas. Cada vez que el malo da una vuelta más a la tuerca, echándole el humo del cigarro a la cara, la víctima, en este caso Sánchez, se retuerce un poco más de dolor, siente que los huesos se les descoyuntan y es consciente de que está completamente perdido. A Sánchez uno ya lo ve como uno de aquellos pobres presos martirizados de En la colonia penitenciaria, el magistral relato de Kafka sobre una máquina automática que castiga a los reclusos antes de la ejecución final.
Salvando las distancias, así se debe sentir el dirigente socialista. Secuestrado, inmovilizado, reo. Todo a su alrededor se ha convertido en un escenario surrealista y confuso de difícil comprensión, y no ya porque un juez como Peinado se haya propuesto meterle la perpetua a la primera dama, Begoña Gómez, por la organización de un máster universitario más o menos sospechoso. Lo que Sánchez ve desde su escaño es una película sin sentido alguno en plan Berlanga: el estupefaciente Feijóo dándole lecciones de democracia y comparándolo con los censores de la dictadura por su plan de regeneración democrática y medidas contra la prensa cloaquera (precisamente él, que es el líder de un partido incapaz de condenar el franquismo); Ábalos exigiéndole el reingreso en el PSOE porque, a su juicio, no está acusado de nada en el caso Koldo, de modo que es inocente y quiere que Ferraz le devuelva su despacho ministerial; y el PNV y Junts traicionándolo para votar junto a las derechas españolas (el primero dándole la espalda para proclamar presidente de Venezuela a Edmundo González Urrutia y los de Puigdemont alineándose con quienes llevaron a cabo la represión judicial para meter en la cárcel a los independentistas del procés). Hay drogas duras que no producen tantos efectos alucinógenos como los que estamos viviendo estos días en la política española y Sánchez debe verse a sí mismo como rodeado por el humo onírico y extraño de un fumadero de opio.
Desde su escaño de abajo, el primero del hemiciclo, el premier socialista, hábil estratega, levanta la vista, mira hacia arriba, hasta el gallinero, y no entiende nada. ¿Qué demonios está pasando aquí?, se pregunta y no sin razón. Pues aquí pasa lo que todos le estábamos advirtiendo desde hace ya tiempo: que pactar con Puigdemont era tanto como hacerlo con una cobra que en cualquier momento salta y hace pupa; que no se puede cerrar un pacto de gobernabilidad con un partido como Junts que en realidad no es un partido al uso sino un constructo de cartón piedra, una herramienta al servicio de una especie de trumpismo xenófobo a la catalana; que darle el trato de socio al posconvergente burgués echado al monte era tanto como abrazarse a la patronal de Canaletas, una alianza contra natura que no podía terminar bien para un partido que se supone socialista. Así ha sido. En cuanto la izquierda de este país (también Esquerra) ha tratado de sacar adelante una ley social buena para la gente y mala para las élites financieras, el bicho le ha picado en la chepa al presidente, como en aquella conocida fábula de Esopo en la que el escorpión es ayudado por la rana a cruzar el río hasta que le clava el aguijón a mitad de travesía. De una forma o de otra, el depredador termina acabando con su presa. Es su naturaleza, está en su condición.
La derecha catalanista siempre fue un fraude. Mucha independencia, mucha estelada y mucho cuento sobre la ansiada Republiqueta, pero a la hora de la verdad, conjurando con lo más reaccionario y taurino de España, y si puede ser financiando el golpe en la sombra, tal como hizo en su día Juan March, mejor que mejor. En ese sentido, nada nuevo bajo el sol. Ahora que PP, Vox y Junts forman un bloque bien pertrechado, un tripartit bien organizado, Sánchez mueve la cabeza a un lado y a otro y se da cuenta de su error. “¿Cómo ha podido ocurrir? Yo le doy la amnistía y él me paga con su veneno letal, como el alacrán del cuento”, se dice a sí mismo mirándose en los espejos de Moncloa, esos que mienten siempre porque deforman con los destellos del poder. Algo gordo se está tramando en este país, y si el presidente vuelve a caer en la misma trampa de pensar que este pacto a tres es solo coyuntural, puntual, ya que Junts volverá a comer de su mano más pronto que tarde, se equivoca de todas todas. Esto que vimos ayer obedece a una operación mucho más compleja y de gran calado de lo que se piensa el líder socialista. Tanto es así que ya se ha puesto encima de la mesa la moción de censura para echar a Sánchez por la puerta de atrás, tal como él echó a Rajoy. No olvidemos que, en los últimos años, el PP solo ha vivido por y para esa dulce venganza. Los “siete de Junts” irán con quienes más les den. ¿Les habrá prometido Feijóo el referéndum? ¿Habrá tragado Abascal con el cambalache a cambio de ser ministro del Interior? Lo sabremos en próximas entregas.