España, S.A.: reparto de banderas y otros negocios entre colegas

La derecha española se pelea por el liderazgo mientras pacta en lo oscuro, ondeando la rojigualda con una mano y firmando acuerdos con la otra

23 de Mayo de 2025
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España, S.A.: reparto de banderas y otros negocios entre colegas

Mientras el Partido Popular intenta recuperar la imagen de partido serio, VOX aprieta el acelerador del discurso ultraconservador y exige cuota de pantalla. Los pactos autonómicos se suceden como bodas forzadas entre primos de provincias, donde todos se sonríen para la foto, pero nadie se fía del otro. En el patio de la derecha, la estrategia va de la mano del oportunismo, y la patria, como siempre, sirve de excusa para todo.

En la derecha española, entre pillos anda el juego y el tablero se parece cada vez más a una timba de tahúres con traje azul marino, corbata sobria y un máster que, si no es falso, al menos es discreto. El Partido Popular, VOX y alguna que otra alma errante del centro que no sabe si quedarse o huir con disimulo, comparten mesa aunque se miran con recelo, como cuñados que se toleran por obligación familiar.

El Partido Popular ha recuperado la sonrisa de quien ve venir la mudanza a Moncloa, pero no sin antes tropezar consigo mismo. Alberto Núñez Feijóo, que vino de Galicia con fama de gestor serio, ha tenido que aprender deprisa que en Madrid no basta con parecer honesto: hay que parecer duro, rápido, y tener respuestas que caben en un tuit. En su intento de parecer firme sin parecer franquista y dialogante sin parecer blando, a veces se le enredan las palabras... y los pactos.

Y ahí está VOX, el primo incómodo en la boda familiar, que no necesita fingir moderación porque ha hecho de la desmesura su bandera. Mientras unos hablan de libertad, ellos la traducen como nostalgia. Santiago Abascal entra a las entrevistas como quien entra a un salón del oeste, con gesto de sheriff y mirada de “he venido a salvar España de los enemigos interiores, exteriores y de los que usan lenguaje inclusivo”.

Los pactos autonómicos entre PP y VOX son como matrimonios de conveniencia: saben que se necesitan, pero no se gustan. En público se dan la mano con rigidez; en privado se pasan la factura con IVA y recargo. La ultraderecha exige más presencia, más visibilidad y menos complejos. El PP, por su parte, intenta mantener la compostura de quien quiere seguir siendo aceptable en Bruselas mientras firma con quien niega el cambio climático y la violencia machista.

Entre unos y otros, Ciudadanos ha pasado de socio a sombra. De proyecto liberal moderno a grupo de WhatsApp con poca actividad. Ahora sobreviven en forma de exdirigentes reciclados, opinadores en tertulias y algún concejal nostálgico.

Y mientras tanto, la derecha mediática, ese coro disciplinado de tertulianos con mirada de suficiencia, sigue cantando a una España en peligro, una patria en decadencia y una izquierda que, si no está aliada con ETA, poco le falta. Todo con el rigor de una sobremesa de bar… pero con pinganillo.

La derecha española no navega, chapotea en una piscina de egos, estrategias de marketing y discursos que se prueban antes en encuestas que en el Parlamento. Pero eso sí: todos juran que aman a España más que el resto, y que lo suyo no es política… sino deber patriótico. Y así seguimos, entre sonrisas tensas, banderas al viento y discursos de cartón piedra. Porque ya lo decía el refrán, con más lucidez que muchas portadas: “Entre pillos anda el juego”, y en la derecha, el juego va más reñido que nunca.

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