El golpe trumpista ha comenzado. En Estados Unidos fue un tipo con cuernos de bisonte de la secta Qanon el que se subió a la tribuna de oradores del Capitolio. Aquí aguardan su momento un individuo disfrazado de Capitán América a la española y otro con casco de los tercios de Flandes. Todo está a punto para la sesión de investidura de Pedro Sánchez que comienza mañana en el Congreso de los Diputados y cualquier cosa puede ocurrir. Prueba de la situación de alto voltaje a la que nos han conducido las derechas de este país es que la Policía ha establecido un amplio dispositivo en previsión de que la horda trumpizada decida abalanzarse sobre la Cámara Baja y tomarla por la fuerza.
Los poderes fácticos han entrado en un momento de grave histeria colectiva. En cualquier régimen democrático la oposición tiene el derecho a manifestar su disconformidad con las leyes que aprueba el Gobierno de turno con medidas políticas, recursos judiciales y movilizaciones en la calle. Faltaría más. Sin embargo, aquí, en la piel de toro, cada decisión que toma un Consejo de Ministros progresista se acaba convirtiendo en una causa directa de guerra civil. Esto ocurre, ya lo hemos dicho aquí otras veces, porque tenemos una derechona que hunde sus raíces en la peor tradición golpista del siglo XIX, en el militarismo cubano y africanista, en el nacionalcatolicismo preconciliar y en profundas convicciones absolutistas. No rompieron con el autoritarismo, no hicieron la debida transición a un sistema democrático, siguen lastrados por el complejo del espadón salvapatrias que cada cuarenta años siente la necesidad de irrumpir en el sagrado templo de la soberanía nacional, a caballo y con las botas embarradas, para imponer su santa voluntad.
Todo lo que vimos la semana pasada deja atónito a cualquier ciudadano moderado y de bien. Nazis enarbolando banderas fascistas queriendo asaltar la sede de Ferraz; dirigentes políticos como Isabel Díaz Ayuso arengando a las masas e instándolas a devolver “golpe por golpe”; y policías, jueces y representantes de la patronal rebelándose contra la decisión de un Gobierno legítimo de aplicar una medida de gracia y de excepción a los encausados catalanes implicados en el procés. La amnistía es una pretensión perfectamente legítima desde el punto de vista político (emana de las Cortes, sede de las soberanía nacional); ético (no se perdona a nadie implicado en graves delitos de sangre como el homicidio o el asesinato); social (avanza en el apaciguamiento de Cataluña y en la reconciliación); y jurídica (la Constitución no la prohíbe explícitamente, como ya han dicho prestigiosos estudiosos de la Carta Magna, y serán los tribunales de Justicia los que se pronuncien a su debido tiempo, como no podía ser de otra manera en un Estado de derecho). No hay ningún golpe de Estado contra el sistema (como denuncian los hiperventilados Ayuso, Feijóo y Abascal). El régimen monárquico parlamentario que nos dimos en el 78 seguirá intacto al día siguiente de la promulgación de la ley. El sol volverá a salir como cada día sin que lo amenace ningún apocalipsis comunista.
Sin embargo, PP y Vox han visto la oportunidad perfecta para volver a construir una realidad paralela agitando las calles con esos eslóganes irreproducibles que se escuchan en las infames noches de aquelarre fascista y asedio a la sede de un partido con 144 años de historia en la defensa de valores cívicos. Van de demócratas y ni siquiera saben manifestarse con respeto al adversario político, al que sencillamente quieren poner de patitas en la frontera; van de constitucionalistas y enarbolan pancartas con consignas como “la Constitución destruye la nación”; van de fieles monárquicos y terminan gritando aquello de “Felipe, masón, defiende a la nación” (ahí son la extrema derecha de toda la vida, esa que empieza defendiendo al rey y termina colocando al caudillo de una nueva dinastía en el poder). Todo en el extraño mundo ultra, al que se ha sumado alegremente el PP, es una borrachera de tintorro malo.
La última mamarrachada la ha soltado el vicesecretario de Organización del PP, Miguel Tellado, quien tras calificar al presidente del Gobierno en funciones como “el mayor peligro para la democracia” le invita a “irse de este país en un maletero”, tal como hizo Carles Puigdemont tras declarar la fallida independencia de Cataluña. ¿Qué está queriendo decir en realidad este personaje, este ultra travestido de demócrata? No solo que en este país sobra Sánchez, sino que todo socialista que como él piense en la amnistía como una salida al callejón sin salida catalán debería emprender también la ruta del exilio. O sea, la purga bestial del 39.
Por tanto, esto ya no va de amnistía sí o amnistía no. Esa es solo la coartada, la excusa, el casus belli oficial para declarar abiertas las hostilidades. Las derechas llevan cuatro años (y mucho más tiempo habría que decir, probablemente desde el 11M) deslegitimando a la izquierda de este país, a la que no reconoce como interlocutor político válido. Cada paso que dan el PSOE y sus socios, desde la ley de memoria histórica a la reforma laboral, es contestado por los poderes fácticos de este país con la misma amenaza de involución de siempre: la que consiste en romper la baraja, las reglas del juego, y retornar al statu quo franquista. Así no se puede construir un país que avance en derechos y libertades. Podrán revestir sus protestas con ridículos e histriónicos montajes como las manifestaciones del pasado domingo o la ridícula advertencia de una huelga general por motivaciones políticas, no laborales (algo que está prohibido); podrán tratar de convencer a parte del pueblo español más crédulo con el cuento de que esto es la lucha de la libertad contra la dictadura sanchista –otra patochada más de Ayuso, en ningún régimen dictatorial del mundo se le permitiría a ella decir tantas bobadas como aquí–, la España silenciosa harta de callar y tragar, el Estado de derecho que despierta contra el golpe del tirano. Pero aquí lo único que hay es más de lo mismo: una derecha asilvestrada, taurina y violenta en formas y fondo que desde hace tiempo trata de derrocar al Gobierno con malas artimañas, guerra sucia y métodos profundamente antidemocráticos. Nada que no sepamos desde 1936.