Feijóo, entre el manual de Aznar y los tópicos de siempre

El líder del PP inaugura el curso político a golpe de ficción y desmemoria, parapetado en el antiprogresismo que no soluciona nada Desde Galicia, Núñez Feijóo reincide en su estrategia: el alarmismo hiperbólico y el recurso sistemático al bulo

01 de Septiembre de 2025
Actualizado a las 11:50h
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Feijóo, entre el manual de Aznar y los tópicos de siempre. Foto: Flickr PP

El Partido Popular ha abierto el curso político a lomos de un déjà vu. Desde la Galicia de la que partió, Alberto Núñez Feijóo ha repetido, con más tono que fondo, el discurso atrincherado que lo mantiene atrapado entre la nostalgia aznarista y la retórica de la sospecha. Sin propuestas concretas, sin autocrítica y sin una sola referencia al bienestar de la mayoría social, el líder conservador ha preferido desenterrar viejos fantasmas para seguir alimentando el relato de una España sitiada por su propio Gobierno con una constante invocación de una patria que sólo parece caber en su partido. Todo lo que no le gusta es “sectario”. Todo lo que no controla, “peligroso”. Todo lo que no huele a rancio, “Sanchismo”.

Apenas ha bastado un repaso al guión de siempre: independentismo, inmigración, okupas, privilegios, “el líder”, “el rancio Sanchismo” y, cómo no, el “rescate moral de España” que sólo él —según él— puede protagonizar. Feijóo no se ha presentado como alternativa razonable, sino como el último baluarte contra el apocalipsis institucional, en un país que, a juzgar por su relato, ya no existe… salvo en las comunidades gobernadas por el PP, que él mismo ha bendecido como oasis de virtud.

Delirio sin matices: cuando todo lo que no eres tú es el enemigo

El tono paternalista de Feijóo ya no sorprende, pero sí resulta cada vez más burdo. En su intervención, ha recurrido de nuevo al viejo juego de dicotomías simplistas: o se está con “los españoles” —es decir, con él—, o se es cómplice de una especie de conspiración “insolidaria”, “inmoral” y “antipatriótica” que tendría su epicentro en La Moncloa. Lo que llama la atención no es solo la falta de rigor en sus acusaciones, sino la desfachatez con la que habla de corrupción, descoordinación y descrédito internacional... como si no tuviera partido ni pasado.

El líder popular ha llegado incluso a invocar su propia capacidad para asumir “el mando” en caso de catástrofe. Una declaración no ya arrogante, sino profundamente autoritaria. Se ha comprometido a “reparar y preparar España”, como si fuera un país roto, sin instituciones, sin sociedad civil, sin democracia. Como si la ciudadanía, en lugar de haber elegido con su voto, hubiera sido víctima de un fraude permanente.

Pero la contradicción mayor no es retórica, sino política: ¿cómo puede presentarse como defensor de la unidad quien lleva años alentando discursos que fracturan? ¿Cómo se puede hablar de igualdad desde un partido que ha blindado privilegios fiscales para unos y desmantelado derechos para otros? ¿Y cómo puede alguien que pide responsabilidades al Supremo en voz alta —cuando le interesa— y las ignora cuando afectan al PP, reclamar autoridad moral?

La patria de cartón piedra y el recurso a la víctima

El discurso de Feijóo no es inocente. Responde a una estrategia calculada: la de construir una realidad paralela en la que sólo el PP representa a “los españoles”, y todo lo demás es artificio o amenaza. Pero España no es una caricatura, ni su gente un rebaño. Y por mucho que se repita desde un atril, no hay mayor “sectarismo” que pretender que la nación es patrimonio exclusivo de una sigla.

En sus palabras hay, además, un aire de derrota dulce: la rabia de quien creyó tener el poder al alcance de la mano y se topó con la democracia. No se le escapó en su discurso la alusión amarga a “las alianzas” de Sánchez, como si pactar fuera un acto ilegítimo, y no la esencia del parlamentarismo. La mención recurrente a Bildu y Junqueras ya ni escandaliza: es puro oportunismo de manual, un comodín para mantener viva la indignación impostada.

Más grave resulta la criminalización sistemática de la inmigración, que convierte a personas vulnerables en munición electoral. Feijóo, como Ayuso, prefiere el alarmismo a la gestión, y el titular sensacionalista al dato serio. Acusar al Gobierno de “amenazar con la policía” a presidentes autonómicos por no cumplir sus obligaciones con los menores no acompañados, es una deslealtad institucional tan grosera como irresponsable. Y más aún cuando su propio partido ha recortado recursos, ha negado traslados y ha dejado a comunidades enteras sin red.

Ni proyecto ni país: solo ambición

El mayor problema de Feijóo no es lo que dice, sino lo que calla. No hay en su discurso ni una sola propuesta concreta sobre sanidad, vivienda, educación o empleo. Ni una palabra sobre la emergencia climática, la brecha de género, la reforma fiscal o los desafíos tecnológicos. Todo lo que ofrece es una cruzada ideológica camuflada de “normalidad”.

No es el único dirigente conservador en Europa que recurre al miedo como herramienta electoral. Pero sí uno de los que más rápidamente ha renunciado a cualquier moderación que no le garantice el aplauso fácil. La invocación a “una España de 500 años” no es solo una frase rancia, sino una declaración de intenciones: volver atrás, aunque cueste los derechos, las libertades y la convivencia.

España no necesita cruzadas mesiánicas. Necesita gobiernos que gestionen, que escuchen y que construyan. Y necesita una oposición que fiscalice con seriedad, no con folletos ideológicos. Feijóo aún tiene tiempo de elegir ese camino. Pero cada discurso como el de Cerdedo-Cotobade lo aleja más de ser un líder útil para el país. Lo convierte, en cambio, en un predicador del agravio perpetuo, más preocupado por los votos que por las vidas.

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