Tras el vendaval judicial contra el Gobierno de la pasada semana, Alberto Núñez Feijóo pensó que de esta no salía el Gobierno. Él esperaba que, con la que ha llovido en los tribunales, con la imputación del fiscal general del Estado, la espantada de Lobato, la manta de Aldama y las nuevas revelaciones sobre el caso Begoña Gómez (un asunto menor que el PP ha tratado de convertir en el nuevo escándalo Watergate), Sánchez no pasaría del lunes, cayendo por su propio peso como una fruta madura. Pero el lunes ha llegado (con su aroma depre) y el plasta del presidente sigue ahí como si nada, fuerte, resistente, fresco como una lechuga. No se va si con lejía, de modo que toda esa munición o artillería pesada judicial y mediática que la derechona puso en marcha para consumar el golpe blando ha quedado en pólvora mojada. Qué se le va a hacer, Alberto, así es la vida, una lástima, a aguantar el tirón en la lista de espera.
El Congreso del PSOE de Sevilla no ha servido más que para reforzar al secretario general, que salió reelegido por unánime mayoría, casi por aclamación popular. El cónclave fue rutinariamente tedioso. Apenas se salvaron un par de ponencias y anuncios interesantes como la creación de una empresa pública de vivienda social, el plan Marshall tras la riada en Valencia, la liquidación del movimiento queer y el inquietante aviso a ciertos barones autonómicos de que habrá cambios para tratar de arrebatarle el poder territorial al PP. El resto fue morralla inservible, mayormente porque a Sevilla no se ha ido a debatir sobre el futuro del socialismo, ni a dar impulsos ideológicos, sino a cerrar filas con el amado líder y a bunkerizar todavía más el partido frente a incómodos enemigos internos y externos. En tiempo de zozobra no hacer mudanzas, ya lo dijo el filósofo aquel, y bajo esa máxima se ha pasado el test congresual, que quedará como uno de los más descafeinados en 145 años de historia. Desde ese punto de vista, el fin de semana fue como un bálsamo para Sánchez en medio de la corrida judicial, en la que ha sufrido algunas cornadas superficiales.
Ese aplastante liderazgo escenificado por Sánchez, en los telediarios y en prime time, debió provocarle algo de pelusilla o celo profesional al dirigente del PP, que no tiene entre los suyos, ni de lejos, el apoyo o predicamento con el que cuenta el vecino de Ferraz. Por una cosa o por otra, ya sea por propia incapacidad para articular un proyecto político potente o porque Ayuso ha logrado opacarlo totalmente, el caso es que la imagen de estadista de Feijóo no termina de cuajar. Ayer, durante la XXVII Intermunicipal del PP en Valladolid, el hombre parecía desdibujado, descolocado, y como ese niño pequeño con pataletas porque le han quitado el juguete, terminó soltando uno de los discursos más hilarantes que se le recuerdan. “Aguanta Pedro, te echaremos democráticamente”, dijo para pasmo de los prebostes populares y de la militancia congregada en el acto dominguero. ¿El líder del Partido Popular invitando al oponente socialista a seguir un rato más en el poder? ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía ser que Feijóo, que se había pasado meses exigiendo la dimisión del inquilino de Moncloa (en realidad el PP lleva años reclamándola, desde el minuto uno en que Sánchez llegó al poder) animara al rival a quedarse? Nadie entendió al jefe ni su enésimo bandazo típico del pollo sin cabeza, algunos se sintieron confundidos y a otros les dio el parraque o soponcio.
Sánchez no va caer hoy, ni mañana, tampoco la semana que viene. Es más, ha anunciado que piensa presentarse a la reelección. La legislatura está plenamente asentada, los socios siguen estando con el Gobierno y la posibilidad de una moción de censura es, a día de hoy, una quimera (Carles Puigdemont jamás prestará sus siete diputados para hacer presidente al responsable del partido que envió a los piolines a partir cabezas de jubilados el día del referéndum de autodeterminación). Pero hay más datos que hacen sospechar que vamos hacia una legislatura larga: la aprobación de los Presupuestos se antoja más cerca que nunca, la economía sigue progresando y el PP se ha estancado en las encuestas, más por errores propios que por méritos del sanchismo. El estúpido apoyo sin fisuras de Feijóo a Carlos Mazón no ha sido una buena idea, como lo demuestra el hecho de que más de cien mil valencianos volvieron a manifestarse, por segundo fin de semana, contra el capitán botarate de la Generalitat. La indignación por la nefasta gestión de la dana del exhonorable va en aumento, lo cual no quiere decir que vaya a haber necesariamente un trasvase de votos del PP al PSOE (que también sale tocado de la inmensa crisis climática). Pero si Vox logra pescar en el caladero valenciano de la embarrada indignación, ya puede darse Feijóo por jodido, como suele decirse coloquialmente.
Solo una bomba en los tribunales podría acabar con Sánchez. La chuminada de sumario abierto contra su esposa no parece tener entidad suficiente como para descabalgarlo, por mucho que se empeñe el juez Peinado. La manta de Aldama ya vemos en qué ha quedado: en la fanfarronada de un preso capaz de contar cualquier película de espías con tal de salir de Soto del Real. Y en cuanto a lo del hermanísimo del premier, tampoco es el caso GAL, ya se está viendo la entidad de la querella de Manos Limpias basada, una vez más, en bulos de prensa. Solo el caso Koldo podría dar un vuelco brusco a la legislatura y solo en el caso de que un personaje, hasta hoy secundario, entrara en escena: el que fuera mano derecha del presidente, José Luis Ábalos Meco. Si al exministro le da por darle a la lengua, el sanchismo podría tener los días contados.