Feijóo está haciendo electoralismo barato con algo tan grave y preocupante como el golpe de Estado mundial que acaba de dar Donald Trump. El tablero internacional ha saltado por los aires, el desorden global campa a sus anchas y la ley de la jungla impuesta por el magnate neoyorquino va camino de terminar muy mal, tanto como en una guerra comercial o quizá algo peor, un conflicto mundial apocalíptico.
El nacionalismo es la guerra de todos contra todos, eso es lo que estamos viendo día a día con cada decisión del gurú yanqui de la secta MAGA. Y en medio de ese desastre general, mientras Sánchez trata de buscar una unidad nacional imposible para reforzar la cohesión europea, nos sale el dirigente del Partido Popular con sus mezquindades, con su miopía política y su baja estatura moral, desde luego muy inferior a la que exige la gravedad del momento histórico en el que nos encontramos.
Era la hora de que PSOE y PP (a fin de cuentas, las dos fuerzas políticas que representan a casi el 70 por ciento de la ciudadanía española) se pusiesen de acuerdo en un asunto de Estado tan trascendental como plantar cara a los aranceles del delirante Trump e incrementar el gasto en Defensa ante la amenaza de Putin, que ya mueve tropas hacia Occidente, apuntando directamente a la UE, a la que quiere borrar del mapa para retornar a las fronteras del siglo XIX y de la Rusia imperial zarista. Lamentablemente, no ha sido posible. Feijóo se ha vuelto a poner las gafas del mediocre, de alguien que no ve más allá de las encuestas mensuales sobre intención de voto. Al igual que Pablo Casado se sirvió de la pandemia para desgastar a Sánchez, el gallego va a recurrir a la convulsa situación internacional para tratar de darle el golpe de gracia al socialista. Así son estos patriotas de salón y vodevil. Primero el poder, después España.
Tras su reunión con Sánchez, Feijóo dijo a los periodistas que “no hay Gobierno sólido ni plan de defensa”, denunció que Moncloa no es transparente y se quejó amargamente de que el presidente del Gobierno solo le ha concedido media hora de su precioso tiempo para hablar de esa bagatela que es la Tercera Guerra Mundial. En realidad, en media hora se pueden pactar muchas cosas, siempre que haya voluntad, algo de lo que el líder popular carece totalmente. A Feijóo nunca le ha interesado la guerra en Ucrania, es más, le aburre, y ahora está dedicado en cuerpo y alma a agitar el malestar de Policía y Guardia Civil a cuenta de las transferencias migratorias a Cataluña, que es lo que atrae el voto del odio de verdad. Feijóo está a lo que siempre han estado los dirigentes del PP: a la conspiración más que al acuerdo, a la destrucción más que a la construcción (España les importa un bledo), a los vídeos chorras y memes sin gracia para ridiculizar a los políticos del PSOE. Entienden la oposición como una guerra sin cuartel, lawfare y golpismo blando, algo muy alejado del mandamiento de la Constitución, que ordena una oposición constructiva.
Ante semejante panorama, con un Gobierno débil y una derecha a sus cosas particulares, solo podemos extraer una conclusión: estamos jodidos. Nos adentramos en uno de esos momentos cruciales de la historia solo aptos para mentes brillantes y espíritus elevados. Feijóo carece de lo uno y de lo otro. Estamos ante un señor que no se ha enterado de que un nuevo Hitler a la rusa planea aparcar sus tanques en Polonia, y si se ha enterado le da igual. En ese aspecto, cada vez se parece más a Santiago Abascal, que sueña con el momento en que Putin plante la bandera rusa en Madrid liquidando la Unión Europea, la democracia y la libertad.
Feijóo acusa a Sánchez de ser un autócrata, pero aquí el único autócrata que hay es ese espía paranoico del KGB que surgió del frío para aterrorizar a los países en la órbita de la antigua Unión Soviética (todos ellos se acuestan ya, cada noche, con el miedo a una invasión). Produce estupor y vergüenza ajena comprobar cómo el líder del PP no tiene opinión propia sobre la página histórica que se está escribiendo. Ni media palabra sobre los aranceles al vino español, nada sobre sus cambalaches y devaneos con Vox (la gran sucursal trumpista en nuestro país), nada sobre el envío de tropas españolas a Ucrania y nada sobre el futuro más bien oscuro de la maltrecha Europa. Nada de nada. Eso sí, las amigas de Ábalos y Koldo le quitan el sueño. Pocas veces se ha visto a un político tan decepcionante, con un perfil tan bajo, tan plano, tan líquido y hueco.
Que Feijóo no es el hombre que necesita este país ya lo sabíamos. Y no es que Sánchez sea el ideal de político perfecto. Es cierto que en todo este sindiós global el premier socialista le está hurtando un debate en profundidad al pueblo, al que debe considerar inmaduro para decidir por sí mismo si quiere ir a pegar tiros a Stalingrado. No se puede ventilar la cuestión de la Tercera Guerra Mundial con un cuarto de hora en un Pleno general sobre el precio del pollo o los peajes de las autopistas. Si los españoles han de terminar en el frente ruso, tienen derecho a saberlo todo, cuál es la situación real, qué informes baraja el CNI sobre la amenaza de Putin, cuánto se va a recortar del gasto social para hacer el esfuerzo del gasto en Defensa, en definitiva, si hay dinero solo para mantequilla, solo para tanques o para tanques y mantequilla a la vez. Que el presidente haya solicitado ayudas a Bruselas para modernizar nuestro ejército obsoleto invita a pensar en lo peor.