En su libro La guerra civil española, el historiador Hugh Thomas relata con detalle lo que fue el gran fraude o timo del franquismo a la clase trabajadora española: el Fuero del Trabajo que el dictador impulsó en la zona ya controlada por las tropas nacionales en marzo de 1937. “Este documento ponía fin a interminables discusiones en el seno del régimen y era, en gran medida, una fórmula de compromiso”, asegura el historiador.
El Fuero fue una golosina, un caramelo que el Régimen supo envolver con evidente habilidad para que las clases obreras, que habían salido decepcionadas de la experiencia republicana, se convencieran de que el fascismo les ofrecía una oportunidad de vida mucho más factible que el comunismo. Como si se tratara de la ley estrella de un Estado democrático (el gran acierto de Franco fue saber hacer realidad el bulo de que la dictadura se preocupaba por el pueblo llano), el Fuero quiso regular aspectos laborales de los que las derechas de este país jamás se habían preocupado, como las condiciones de trabajo, garantizar un salario mínimo, crear un seguro social, poner en circulación el subsidio familiar y vacaciones pagadas.
El país de color de rosa que pintaba el franquismo se completaba con la promesa de que los sueldos aumentarían (sobre todo entre los machacados jornaleros) y de que los campesinos tendrían por fin una parcela de tierra con la que poder labrarse un futuro. Incluso se incluyó un artículo para proteger del desahucio a los colonos arrendatarios. Ni la Rusia bolchevique llegaba a tanto. Por momentos, Franco consiguió crear la ficción de que se hacía cargo del abandonado proletariado, hundido tras años de miseria y de una esperanza, la de la República, que devino en frustración y fracaso. Las leyes de los diferentes gobiernos democráticos, y la movilización de unos sindicatos que pasaron de la teoría a las armas, no habían conseguido resolver el grave problema de la siempre pendiente reforma agraria, el mal secular generador de profundos desequilibrios y conflictos sociales. Sin embargo, los españolitos, tanto los que se sumaron al alzamiento nacional como los republicanos que cayeron bajo el yugo de la tiranía, pronto vieron que el Fuero no era mucho más eficaz que aquellos convenios colectivos y aquellos estatutos de los trabajadores que habían quedado en papel mojado, en buena medida torpedeados por las derechas monárquicas, durante el período republicano.
La mayoría de los objetivos de mejora de las condiciones de vida de los trabajadores “no pasaron de ser meras aspiraciones”, dice Hugh Thomas. “En la práctica, al igual que sucedió en la Italia de Mussolini, la vieja oligarquía nunca perdió su dominio económico, a pesar del aspecto novedoso de los propósitos del Gobierno”. En realidad, según el prestigioso historiador, los únicos artículos del Fuero del Trabajo que tuvieron plena aplicación fueron los que garantizaban la propiedad privada o los que tipificaban como delitos de traición los actos que alterasen la producción nacional. Para mayor engaño a la clase trabajadora, hubo pocos empresarios que respetaran los artículos del Fuero, es decir, la gente del dinero no se sintió obligada ni compelida a observar la nueva legislación y siguió fomentando, con impunidad y bajo amparo del Estado totalitario, un mercado laboral propio del feudalismo, esta vez en tiempos de posguerra.
Por supuesto, el intento por politizar al proletariado, sí se consiguió mediante la creación de los “sindicatos verticales”, cuyos representantes tenían que ser necesariamente falangistas. Franco copió su modelo de la Carta del Lavoro de Mussolini de 1927 y de la hitleriana Ley del Trabajo Nacional de 1934, aunque según Thomas, estas legislaciones tuvieron “escaso impacto positivo” en la economía de los países fascistas.
Ahora que estamos en medio de una nueva negociación laboral entre Gobierno, patronal y sindicatos, no sorprende las declaraciones de algunos miembros de la CEOE que se niegan a seguir avanzando en la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores. Muchos de nuestros empresarios siguen teniendo en mente aquella vieja legislación franquista que no sirvió para nada, más que para hacer propaganda de la dictadura y enriquecer a los aprovechados y arribistas que medraban alrededor de la corte del nuevo usurpador. La derecha española jamás ha movido un dedo por el progreso social de este país, no hay más que ver la reforma laboral infame que nos dejó Rajoy para goce del gran capital.
Cuando Feijóo se viste con el traje de socialdemócrata o Ayuso habla de prosperidad y riqueza para todos (ridiculizando la lucha de la izquierda por la justicia social, en la que no cree) no están haciendo otra cosa que recuperar aquel viejo Fuero del Trabajo que quedó en nada a las primeras de cambio, o sea, en cuanto acabó la guerra civil. Por no hablar del estupor que produce escuchar a Santiago Abascal o a Alvise erigiéndose en defensores de las clases humildes machacadas por las élites poderosas, que en realidad son ellos mismos en cuanto que delegados del nuevo fascismo posmoderno. El trabajador solo le ha interesado a la derecha de este país como parte de la maniobra de propaganda para llegar al poder. Atraerse a las masas primero, instaurar los privilegios de casta, la injusticia y la desigualdad social después. Todo aquel trabajador que se deja seducir por los cantos de sirena del neofranquismo debería tener claro a lo que se expone. Con Franco no se vivía mejor, ni la izquierda nos ha traicionado, ni los sindicatos se han vendido. Todo eso forma parte de un mismo gran bulo que se propaga a lo largo de los siglos con una eficacia pasmosa.