El falso mito del viejo orden mundial

La llegada al poder de Donald Trump, con su visión totalitaria del poder, abre una nueva página incierta en la historia de la humanidad

13 de Febrero de 2025
Actualizado el 15 de febrero
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Trump y Putin en una imagen de archivo.
Trump y Putin en una imagen de archivo.

Lo que no pudo hacer una pandemia global (abrir una nueva era o época en el devenir de la humanidad) va a hacerlo un virus de dos patas, un señor fatuo con mucho dinero y con el pelo color Dorito. Con Trump hemos entrado en una nueva fase de la historia (tal como ocurrió en 1789 o en 1914), el mundo de ayer ha dejado de existir y se impone un nuevo desorden global con una pandilla de oligarcas yanquis, rusos y chinos con ganas de guerra. Sin embargo, una vez más, se cumple la máxima gatopardista de que todo cambia para que todo siga igual.

En 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo se reorganizó alrededor de una idea: dos bloques enfrentados (el capitalista y el comunista), disuasión nuclear y un teatro de variedades, la ONU, donde se hacía lo que decían las grandes superpotencias USA y URSS. Hoy el poder global parece haber caído en manos de una tecnocasta que compra países a tocateja tras echar a sus habitantes a patadas, que pisotea el derecho internacional, que recupera el gueto, el apartheid y la limpieza étnica (como en los peores tiempos del nazismo) y que impone la cultura del “bulodio” (mucho bulo y mucho odio en X, la red social propagandística de Elon Musk que hace las veces de auténtico Gran Hermano orwelliano en la instauración del nuevo totalitarismo tecnológico en todas partes). ¿Hemos ido a peor? ¿Vamos a entrar en una era aún más oscura que la anterior? Pensar que sí sería tanto como caer en el error infantil de creer que cualquier tiempo pasado fue mejor, de ver el mundo de ayer como un oasis de paz y prosperidad que nunca existió. Ya en 1935, en pleno auge del fascismo, el gran Enrique Santos Discépolo cantó aquello de que el mundo fue y será una porquería “en el quinientos seis y en el dos mil también”. Poco o nada ha cambiado desde la composición de Cambalache, aquel tango maravilloso cuya melodía viene a sonar con más vigencia que nunca. Los cuatro jinetes del Apocalipsis (la Peste, el Hambre, la Guerra y la Muerte) camparán a sus anchas como siempre lo hicieron. Ni más ni menos.

En el siglo XX, el enloquecido siglo XX, el sangriento siglo XX, el ser humano estuvo varias veces al borde de su extinción total como especie, aunque de ese infierno de locura y destrucción por doquier emergió una esperanza de cambio: el derecho internacional y Naciones Unidas como foro de resolución de problemas. Los pueblos de todo el orbe, que habían sufrido en sus carnes el fuego del Armagedón, hicieron un tímido intento por que la hecatombe no se volviera a repetir. Es cierto que, por primera vez en la historia, la vieja Europa dejó de ser un campo de batalla, se logró el sueño del Estado de bienestar (en el bloque occidental, en el bloque rojo siguieron sufriendo los rigores del totalitarismo de otro signo) y los europeos gozaron de una paz impensable tras siglos de guerras. Pero ese remanso fue una ficción, un espejismo, una excepción en el sindiós internacional.

Desde 1945, países del Tercer Mundo, convertidos en escenarios para la nueva Guerra Fría, se desangraron en Latinoamérica, en África, en Asia, en todas partes. Nada quedó a salvo de esa tercera conflagración mundial latente, soterrada y de facto que se dirimió en pequeños frentes, en pequeñas regiones armadas por los dos bloques enfrentados. Guerrillas y movimientos subversivos, revoluciones y contrarrevoluciones, golpes de Estado y gobiernos títere, todo diseñado y programado en los despachos de la Casa Blanca y el Kremlin, en los sótanos de la CIA y el KGB. Nicaragua, El Salvador, Chile, Argentina, Cuba, Ruanda, Etiopía, Congo, Sudán, Somalia, Libia, Vietnam, Afganistán, Palestina, Irak… El listado de míseras naciones desgarradas, con sus correspondientes atrocidades, millones de muertos y crímenes contra la humanidad, es largo y no es necesario entrar en más detalles. Por no hablar de aquellos días dramáticos de la crisis de los misiles y la invasión norteamericana de Bahía de Cochinos en la que el mundo estuvo al borde de un incidente nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Por mucho que digan los nostálgicos del pasado, no había reglas, no había fronteras respetadas por todos, no había ningún orden. La ley de la selva regía, como rige hoy.

No, el mundo de ayer tras la derrota del nazismo que tanto añoran algunos no fue más que el mismo hipócrita y macabro plan de las élites mundiales (políticas, militares y financieras no demasiado diferentes a las de ahora) para seguir practicando el colonialismo y la explotación de los recursos por otros medios. Antes se mataba por el acero, el carbón o el hierro; hoy se mata por las tierras raras cruciales para la industria tecnológica. Antes se invadía un país por nacionalismo expansionista, igual que hoy. ¿Qué reglas han saltado por los aires con el advenimiento de los nuevos dictadores? Bien mirado, aquella Conferencia de Yalta en la que Roosevelt, Stalin y Churchill se repartieron el mundo como una dulce tarta de nata se parece bastante a esta otra mascarada que preparan Trump y Putin para firmar la paz en Ucrania sin Ucrania. No va a ser una paz, sino una capitulación de la que saldrán vencedores los dos magnates, el neoyorquino y el sátrapa de Moscú, ambos dispuestos a implantar su nauseabunda doctrina militarista de hechos consumados. Todo igual que siempre.

Después de Ucrania le tocará el turno a Groenlandia (Trump ya ha dicho que se quedará con ella pisoteando la soberanía de Dinamarca y de la Unión Europea). Más tarde le tocará el turno a los chinos, que ya se frotan las manos con la invasión de Taiwán. Y nada impedirá que el propio Putin tome las repúblicas bálticas, Moldavia o la Hungría de su amigo Orbán. Es el mundo como gran pastelería donde el abusón imperialista, el más fuerte, entra y coge lo que le apetece. Tal cual como siempre. Clausurada la edad del falso multilateralismo (no existió nunca, desde los tiempos de Ur han mandado las naciones hegemónicas), cerrado hasta nuevo aviso el teatro del absurdo de la ONU –como ya ocurrió con la Sociedad de Naciones antes de que Hitler invadiera Polonia–, nada podrá frenar las ansias expansionistas de los nuevos caciques globales y cualquier día el nuevo Napoleón ruso nos mete los tanques en Madrid y todos otra vez para Sierra Morena, como nuevos bandoleros por la independencia. Por tanto, nada nuevo bajo el sol. Los oligarcas de antes no eran mucho peores ni más peligrosos que los de ahora. La esvástica ha sido sustituida por una gorra de béisbol con el estúpido lema de MAGA. Pero el mundo sigue siendo una porquería como lo fue siempre. Ya lo dijo Discépolo.

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