Durante la Guerra Civil Española miles de niños del bando republicano fueron evacuados al extranjero, mayormente a la Unión Soviética. Los “niños de la guerra”. Se calcula que el Gobierno de la República envió fuera de nuestras fronteras a 37.500 menores en diferentes operaciones de salvamento. Algunos fueron repatriados en los años cincuenta, otros se quedaron a vivir para siempre en los países de acogida (México, Bélgica, Cuba, Francia). Hoy todavía sobrevive un puñado de ellos, alrededor de un centenar de nonagenarios que tuvieron una vida larga (quizá feliz) cuando estaban predestinados a una muerte segura. En Euskadi y Asturias siguen teniendo bien presente el que fue uno de los episodios más tristes de nuestra contienda fratricida. De los puertos vascos y asturianos partían los barcos con las evacuaciones, más bien un dramático exilio infantil con miles de niños cruelmente separados de sus padres y hermanos y desarraigados de su tierra. Pañuelos blancos, lágrimas, la bocina de un buque que parte para siempre. La desolación.
En la playa del Arbeyal (Gijón) hay una escultura conmemorativa, la de un niño de la guerra con la mirada perdida en el mar (obra del escultor Vicente Moreira), que emociona y sigue poniendo los pelos de punta. España cree haber superado el trauma e incluso el Estado ha reconocido públicamente el derecho de los expatriados a cobrar una pensión oficial (un mérito que hay que reconocerle a Zapatero). Sin embargo, el horror puede volver a repetirse, de hecho, estos días se está repitiendo en la Franja de Gaza, donde miles de niños palestinos sobreviven como pueden. Unos horrendamente mutilados por las malditas bombas de Netanyahu; otros huérfanos, abandonados a su suerte, vagando entre las ruinas; y todos ellos desnutridos, hambrientos, al borde de la peor muerte que existe: por inanición. De Estados Unidos en manos de un aprendiz de dictador como Donald Trump no puede esperarse ya ni un gesto de humanidad contra el genocidio. Pero queda Europa, la vieja Europa, la sabia Europa, donde aún sigue encendida una llama de solidaridad, aunque cada vez más tenue por el avance del nacionalismo fascista. La UE está dando un lamentable espectáculo en el asunto del exterminio programado y sistemático del pueblo palestino. Con la excusa de que no tenemos capacidad militar suficiente para plantarle cara a una potencia nuclear regional como Israel (y mucho menos a su gran aliado, el primo Zumosol americano) los europeos hemos decidido mirar para otro lado, apagar los televisores cuando aparece la imagen de un esqueleto agonizando en una camilla, dejarnos llevar por una insoportable dejación de funciones que quedará para la historia de la infamia. Europa puede hacer mucho más de lo que está haciendo por todos esos niños que lloran frente a las cámaras con un cuenco vacío y resignados a una muerte segura. La URSS lo hizo en 1937. Hoy por hoy hay muchos más recursos, medios logísticos y organizaciones supranacionales con poder de influencia como para organizar una gran expedición a Gaza y sacar de la mazmorra al aire libre del carnicero Bibi a todos aquellos ángeles inocentes. Bastarían unos cuantos barcos de guerra acondicionados como barcos de paz. Bastaría una pizca de voluntad política, que Von der Leyen se plantara de una vez por todas ante el chantaje del tonto de los aranceles y diseñara lo que quizá sería la mayor operación humanitaria de la historia.
No es ciencia ficción, es posible. Sacar a miles de niños del genocidio nazi a la inversa, del Auschwitz palestino, justificaría los setenta años de existencia de la UE. Ya vamos tarde, los heridos son operados sin anestesia, las madres mueren en los partos, los enfermos crónicos fallecen porque no reciben sus tratamientos médicos. Se habla de 200.000 muertos directos o indirectos por una invasión tan injustificada como cruel. Netanyahu prepara la última fase de su sangrienta operación para ensanchar fronteras, tomar Gaza por completo y culminar la limpieza étnica total del pueblo palestino. Trump le dejará hacer. “Eso depende de Israel”, dice el magnate neoyorquino, el Poncio Pilatos de Oriente Medio que se lava las manos ante el Holocausto mientras presume de haber enviado 60 millones de dólares en alimentos a la población gazatí. Mentira cochina, sucias mentiras. Allí no ha llegado ni un miserable dólar de Washington ni llegará. En Gaza no hay nada, solo ruinas, cuerpos abrasados y mutilados, personas enloquecidas por el miedo a las bombas reducidas a la categoría de muertos vivientes. Por no quedar, no queda ni Hamás, que ha sido derrotada y ya no es un peligro para nadie. El Tío Gilito Donald es un mentiroso compulsivo y no para de mentir. Miente a todas horas, por la mañana y por la noche cuando está durmiendo, en el campo de golf y en el Air Force One, en los jardines de su lujosa mansión de Florida y en el Congreso que ya tiene controlado y amordazado. No le dice la verdad ni al médico. En Estados Unidos ha habido un golpe de Estado lento y silencioso. Poco a poco, el gurú de la secta MAGA va destruyendo el sistema democrático, colocando a sus peones en el Tribunal Supremo, aboliendo derechos fundamentales, deportando inmigrantes a mansalva contra las normas jurídicas más elementales, tiñendo el país de su vomitiva ideología supremacista, xenófoba, integrista y machirula. La última es la caza al hombre contra los senadores demócratas tejanos en busca y captura, a los que persigue como un sheriff del Oeste para reprimirlos y encarcelarlos. Si Abraham Lincoln levantara la cabeza. Los grandes periódicos estadounidenses como The New York Times advierten de que el país se encamina hacia una dictadura mientras miles de personas se echan a la calle para defender los rescoldos de la democracia. Nada se puede esperar de Estados Unidos y, de haber sido Trump presidente en 1944, el desembarco de Normandía no hubiese existido, el sacrificio en el altar de la libertad no habría tenido lugar y Hitler hubiese instaurado su Reich de mil años.
Pero nos queda Europa, esa llama de la razón, la ética y la dignidad humana que otros –Sócrates, Kant, Bertrand Russell, Hannah Arendt–, encendieron en el pasado; ese candil que aún ilumina (débilmente y cada vez menos) en medio de la oscuridad que envuelve el mundo entero. Despierta Europa, reacciona Europa, recupera la decencia perdida, vieja Europa. Saquemos a los niños palestinos del infierno. Que vengan aquí, al último oasis de libertad, para que puedan jugar, reír y coger con las manos un trozo de pan sin miedo a que los soldados judíos los acribillen a balazos en una cola del hambre. Puede hacerse, hagámoslo.