Feijóo ha decidido unir su destino al de Carlos Mazón, ese señor que estaba de largas comidas con una amiga, en lugar de en el puesto de mando, la trágica tarde del 29-O, cuando la provincia de Valencia entera quedó arrasada por una riada que fue más bien un tsunami. La estrategia del líder del Partido Popular no puede ser más descabellada. En lugar de dejar caer al incompetente, al negligente, al torpe, coge unas bridas y se amarra al palo mayor junto al capitán botarate. ¿Quién está mal aconsejando al gallego, acaso no tiene gente sensata a su alrededor que le avise de que está dando palos de ciego no solo en España, sino en Europa, donde ha organizado una maniobra delirante para acabar con la ministra Ribera? Es evidente que Feijóo ya no le hace caso al bueno de Borja Sémper (el presunto moderao), y ya funciona a su aire, tomando decisiones llevadas por el impulso más que por la lógica y la templanza, cualidades que deberían adornar a todo candidato a estadista.
En Génova hay máxima preocupación por los pasos titubeantes que está dando el jefe. Nadie se explica a qué santo viene sostener tanto y durante tanto tiempo a Mazón. Podría entenderse esta defensa numantina de su barón valenciano por la amistad forjada entre ambos personajes, pero no tiene demasiado sentido. En política no hay amigos, y menos en el Partido Popular. Luego estaría la hipótesis de que Mazón sabe cosas de Feijóo que este no quiere que se aireen, no tanto asuntos personales como de funcionamiento interno del partido. Esa suposición, la de la amenaza o chantaje, la de la manta de la que Mazón puede tirar, tiene algo más de fuerza que la anterior. A fin de cuentas, si Feijóo deja caer a su delfín no pasarán ni cinco minutos sin que empiecen a circular dosieres y en ese juego socio la sombra de Ayuso/MAR es alargada. No le conviene al jefe de la oposición y por eso está dejando que el molt honorable president se cueza en su propia salsa. El miedo a que el partido implosione por dentro, tal como le ocurrió a Pablo Casado cuando decidió dar el decisivo paso adelante y denunciar la corrupción del ayusismo, podría estar detrás de ese incomprensible esfuerzo de Feijóo por salvar al soldado Ryan Mazón.
Pero tampoco olvidemos una tercera posibilidad o conjetura: que el cargo le venga grande a Alberto Núñez Feijóo, el hombre que pudo ser presidente del Gobierno, pero no quiso. El golpe de la dana ha sido tan fuerte para el líder popular que ha quedado sobrepasado por los acontecimientos, noqueado. Hace solo un mes, el dirigente pepero se las prometía muy felices. Con la corriente favorable en las encuestas, con los casos de corrupción del sanchismo asomando en el horizonte y con Errejón cambiando el acta de diputado por una cita con el psicoanalista para tratarse su “subjetividad tóxica” producto del sistema neoliberal que lo corroe todo, la cosa apuntaba a que el dirigente conservador tenía el camino libre y expedito hacia el poder. Hoy todo ha cambiado de la noche a la mañana. Feijóo vive su particular dramón en plan Lo que el viento se llevó, en este caso lo que el agua se llevó, y el candidato no solo ha embarrancado en el barro de la pobre y arrasada L’Horta Sud, sino que ve cómo Moncloa, que tenía al alcance de la mano, se le aleja vertiginosamente y por momentos.
Ayer mismo, el CIS aportaba datos interesantes sobre intención de voto tras la monumental riada. Siempre teniendo en cuenta que Tezanos es Tezanos y que hay que creerse la mitad de la mitad de sus arriesgados análisis, los encuestadores revelan que un 34,2 por ciento de los españoles votarían hoy al PSOE frente a un 29,3 al PP. Hay brisa socialista favorable, y los populares lo saben. De ahí que hayan sonado las alertas rojas en el cuartel genovés (esas que a los prebostes populares no les gusta decretar por miedo a que los llamen alarmistas, intervencionistas, bolcheviques o derechita cobarde) y los asesores se han puesto a encargar sondeos demoscópicos como si no hubiese un mañana. Canguelo en el PP, con haberlo, lo hay. La gran manifestación en la que 130.000 personas pidieron la dimisión del president, en la calle y a pleno pulmón, debe ser un serio aviso para las huestes populares. La Comunitat tiene censados más de 5,3 millones de habitantes sin los cuales el PP no puede ganar unas elecciones generales. Y no parece que, hoy por hoy, Carlos Mazón despierte demasiado entusiasmo e ilusión entre los valencianos. Más bien al contrario: no lo cosieron a gorrazos el día de la revuelta popular de Paiporta porque se escondió detrás del rey.
Es obvio que Feijóo se está hundiendo en su descabellada teoría de la conspiración consistente en que Ribera tiene la culpa de todo, incluso de que Mazón estuviese de comidas en el Ventorro aquella tarde fatídica. Pero pasados veinte días, los populares empiezan a despertar del delirio, del shock (el mismo que les atenazó cuando lo del 11M) y empiezan a hacer autocrítica. Ayer mismo, el propio Feijóo lanzaba algunos darditos envenenados al máximo responsable de la Generalitat (para que no vuelva a fallar) y se preguntaba en público como puede ser verdad que, ante el cambio climático, Sánchez no esté haciendo nada para combatirlo. Ya empiezan a pasar por el aro ecologista. Algo es algo, aunque el nuevo discurso suelte un cierto tufo a contradicción e incoherencia que tira para atrás. Se han pasado años despreciando los informes del panel de expertos de la ONU y ahora empiezan a entender que, o están con la realidad y con el sufrimiento de la gente que ha perdido a sus familiares y sus casas (abandonando el negacionismo conspiranoico), o más pronto que tarde el votante los jubilará en las urnas. Qué viejo queda ahora aquel rancio discurso sobre el primo catedrático de Rajoy que se mofaba del cambio climático. O esos chistes de Abascal sobre el oscuro complot de la secta ecologeta global, que en el PP han comprado tan alegremente. La “alerta roja” suena en los pasillos genoveses. Mayday, mayday. Cuidadín con la tontería, que Feijóo puede perder la Moncloa.