Por fin se desveló el gran secreto. Ni reunión de trabajo, ni almuerzo con la patronal, ni premios por el desarrollo tecnológico sostenible y la innovación. Todo es mucho más prosaico y mundano: una chica rubia.
Carlos Mazón pasó la tarde del martes negro con Maribel Vilaplana, una conocida periodista en la actualidad ligada al mundo del fútbol como consejera de comunicación del club Levante UD. Ambos comieron en el reservado de un afamado restaurante de Valencia habitualmente frecuentado por gente bien. Y mientras media provincia se iba al garete por la riada, el teléfono presidencial apagado o fuera de cobertura.
Las cuestiones personales que se hablaran en ese ágape, entre buenas viandas y caldos de la tierra (habría que saber quién pagó la factura), no deben interesarnos. Pero sí se debe denunciar que el honorable pasara casi cinco horas, cinco, desaparecido y desertado de sus funciones en el instante más crítico de la historia de este país. Cinco horas en las que se pudo hacer mucho contra la riada que cayó sobre los valencianos; cinco horas en las que se pudo haber evacuado a mucha gente de la zona cero; cinco horas en las que se pudieron salvar cientos de vidas.
¿De qué hablaron Carlos y Maribel todo ese tiempo? Dice la prensa que de un proyecto que a Mazón le ronda por la cabeza: la reconversión de À Punt en una empresa seria, desde luego mucho más potente, mediática y ligada a la derechona valenciana de lo que es ahora. Es decir, el retorno a aquellos viejos platós de Canal 9, al NO-DO en color con el que el zaplanismo intoxicó informativamente a tantas generaciones de valencianos, al Tómbola que entonteció a las audiencias, al “que te calles Karmele”, a las paellas con amor de Bárbara Rey para el emérito, a las películas malas del oeste en valencià, a las auditorías y balances que no cuadraban ni de coña, al nepotismo, al enchufismo, a la burda manipulación de los telediarios para lavarle la cara de tanto pitufeo y tanta corrupción al Régimen popular de entonces.
Todo lo malo vuelve y Mazón ha tenido un sueño, como Martin Luther King, solo que un mal sueño, un sueño en negativo, en perverso, en nefasto para una sociedad que se dice democrática. Canal 9 fue una factoría de basura televisiva, además de todo un ejemplo de maquinaria proselitista ultraliberal, de transmisión de incultura, de procesiones, tradicionalismo y corridas de toros. En buena medida, lo que se vive hoy en esa hermosa tierra arruinada por el cambio climático, por el auge de la extrema derecha negacionista, por la pérdida de los valores humanos (con el consiguiente nihilismo posmoderno), por la desafección del pueblo con la izquierda y el analfabetismo funcional reflejado en todos los informes de fracaso escolar, tiene mucho que ver con aquel Gran Hermano televisivo, con aquella gran antena de los estudios Burjassot. Zaplana, un adelantado a su tiempo, dio el bebedizo catódico a los valencianos, el elixir del embrutecimiento capitalista, lo cual que Trump no ha inventado nada con la Fox y la siniestra X de Elon Musk. Sin propaganda no hay fascismo.
Valencia es hoy como el escenario de aquella película de ciencia ficción, La invasión de los ladrones de cuerpos, donde unas vainas del espacio abducen a los habitantes de todo un pueblo, convirtiéndolos en manipulados sin voluntad propia, en duplicados idénticos con cara de haberse tomado un par de güisquis de garrafón, y ello en buena medida es culpa de Canal 9, que propagó idiocia ideológica a mansalva.
No se sabe demasiado de esa comida, tan maratoniana como misteriosa, de Mazón/Vilaplana, salvo que la periodista rechazó el carguete, según cuenta la prensa, lo cual la honraría. Pero lo que es seguro es que el president empezó el día como un Gene Kelly feliz, cantando bajo la lluvia rumbo a su cita privada, y lo acabó con un chaleco rojo, entre bomberos y picoletos, y musitando tierra trágame. Donde había una tormenta criminal por la mañana, él vio cuatro gotas de nada; donde había un tsunami, él vio un maná beneficioso para el campo. Así de obnubilado estaba el honorable con su obsesión, con su juguete televisivo. Nada podía sacarle de entre ceja y ceja la idea de un nuevo y potentísimo Canal 9, ni siquiera que las aguas del Mediterráneo se abrieran en dos, como en el pasaje de la Biblia, para descargar a plomo sobre los desgraciados municipios de L’Horta Sud. Para Mazón no había cosa más importante en el mundo que esa comida decisiva con su elegida, de la que debía salir el nuevo proyecto goebelsiano del PP de Valencia, ese que le iba a dar el poder eterno, un Reich huertano de la naranja si no para mil años, sí al menos para tres décadas, como Rita. Con el nuevo Canal 9 y su Leni Riefenstahl de los noticieros al frente, nada podría pararlo. Y lo aparcó todo por su dream, hasta las reuniones coñazo con los de Protección Civil.
Hoy por hoy, À Punt no la ve nadie, el índice de audiencia de la cadena está por los suelos (ni el 3 por ciento) y lo que pretendía el honorable era volver a “conectar con la gente”. Ya no podrá ser, se le ha ido a pique el chiringuito audiovisual. Dice Mazón que en todo momento estuvo comunicado con el Cecopi, donde se vivió una tarde de locos y de pesadilla, ya que el barranco del Poyo llegó a registrar 1.700 litros por metro cuadrado hasta que reventó. Cuesta trabajo creer que esté diciendo la verdad. Ha mentido tanto que debe dolerle la boca. El presidente tenía que haber estado al timón de la crisis desde por la mañana, pero decidió entregarse a un sueño casi cinematográfico: el del futuro Canal 9, un nuevo Titanic condenado al hundimiento, un Hollywood fallero donde todo sería posible, desde una gala carísima y mucho Julio Iglesias hasta un viaje del Papa con pelotazo incluido.
El presidente quería su juguete favorito, como el que tiene Ayuso con Telemadrid, como el Canal Sur de Moreno Bonilla, como la TV3 de Puigdemont, que no deja de fabricar indepes para la causa de los Països Catalans. Porque un político sin televisión es un pringao o mierdecilla. Lástima que el infierno de agua, vergüenza y furia popular que se ha desatado sobre él vaya a estropearle el plan. Y hasta la carrera política.