Volverá a ocurrir. Todos los modelos científicos de organismos internacionales predicen que la devastadora dana de ayer en la Comunidad Valenciana será un fenómeno relativamente frecuente en el futuro como consecuencia del calentamiento global y el cambio climático. Tendremos que acostumbrarnos a este paisaje de devastación total cada cierto tiempo, un escenario más parecido al rastro que dejan los huracanes de temporada en países caribeños que al pacífico y estable clima del que hemos disfrutado hasta ahora en el oasis del sur de Europa. Estamos en un momento de transición y el clima benigno que ha dominado las regiones mediterráneas durante eones se transforma en un entorno tropical en el que huracanes, ciclones y fuertes temporales hacen su violenta aparición al menos una vez al año.
El cambio climático va a causar estragos en la cuenca mediterránea, la que más va a sufrir el aumento de las temperaturas, según la ONU. El Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés) publica estudios y análisis periódicos, informes que nuestros políticos leen (a veces ni siquiera eso) y que después arrojan a la papelera. Países como España podrían sufrir eventos hídricos cada vez más recurrentes, sucesos extremos que tendrán una incidencia importante sobre la población y su actual modo de vida. El documento alerta especialmente ante el aumento de la temperatura media, que en nuestro país podría rondar los 3 grados. Esta variación dará lugar a bruscos cambios atmosféricos, períodos de sequía seguidos de lluvias torrenciales, olas de calor, desertización, grandes incendios, aumento del nivel del mar y pérdida de hábitats naturales. El informe de la ONU prevé la desaparición de playas y costas en nuestro país a lo largo del siglo. Todo ello se traducirá en un elevadísimo coste en vidas humanas y también en pérdidas para sectores estratégicos de la economía. Nuestra floreciente huerta ibérica, despensa europea, verá cómo se arruinan cosechas enteras. El turismo sufrirá un serio retroceso con olas de calor insoportables, convertidas ya, no en ciclos episódicos o pasajeros, sino en el clima habitual del verano. Las arcas públicas no darán para compensar o indemnizar a todos los ciudadanos que pierdan sus propiedades. Una sociedad de pobres climáticos se avecina. Una sociedad más desigual y más sometida a conflictos, a tensiones y desórdenes, a peleas internas.
Seguimos viendo las orejas al lobo, pero no hacemos nada para intentar revertir la situación. Aunque, bien pensado, el daño parece ya irreversible. El clima de antes, con cuatro estaciones meteorológicas perfectamente marcadas en el calendario, ya es historia, y nos hemos adentrado en territorio desconocido. Desde la firma del Acuerdo de París de 2015 para controlar las emisiones globales de efecto invernadero ningún país ha adoptado las medidas suficientes para tratar de paliar el problema descomunal. Todas las naciones van tarde en esto de salvar el planeta (una empresa que a las élites no les motiva porque no da dinero) y no solo eso: algunas como Estados Unidos, que debería liderar la lucha contra el desafío cósmico, votan a negacionistas como el ínclito Donald Trump. En solo unos días, el magnate neoyorquino puede sentar sus posaderas otra vez en la Casa Blanca, dándonos la puntilla al resto de la humanidad: cuatro años más de este tipo con voz de carajillero borracho y todos calvos.
El Mediterráneo, nuestro manso y maternal Mare Nostrum en el que pescaban egipcios, griegos y romanos, se ha convertido en un demonio desatado, la zona cero del desastre global, y eso es algo con lo que tendrá que convivir esta generación y a buen seguro las generaciones futuras. “Se requieren medidas urgentes para revertir el proceso”, alerta una y otra vez, ante los oídos sordos de la especie humana, el Panel de Expertos de la ONU. “El aumento de las olas de calor, las sequías y las inundaciones ya están superando los umbrales de tolerancia de las plantas y los animales, provocando mortalidades masivas en especies como árboles y corales”, advierten los científicos. Y, sin embargo, parece imponerse el discurso frívolo e irresponsable de quienes, desde posiciones negacionistas, conspiranoicas y ultras cuestionan la evidencia, la realidad. Sonroja escuchar cómo Abascal despotrica contra la “secta climática” o asomarse a las redes sociales y comprobar cómo el cuñado o enterado de turno comenta que lo de Valencia es la gota fría de toda la vida. Pues no, caballero. Los temporales de antaño eran mucho menos violentos, mucho más localizados y menos frecuentes en el tiempo. La riada ocurrida en la Ciudad del Turia en el 57 fue dramática, es cierto, pero afectó a un núcleo urbano. Jamás se había visto una extensión de territorio tan ampliamente arrasada por unas lluvias torrenciales, toda la Comunidad Valenciana más algunas áreas de Castilla La Mancha y Andalucía. La cifra de muertos, más de sesenta personas y subiendo, lo dice todo sobre el nivel de devastación nunca visto. Puentes arrastrados como barquitos de papel, carreteras hundidas o arrancadas de cuajo hasta desaparecer sin dejar ni rastro, llanuras kilométricas hundidas bajo lagunas cenagosas. Lo de antes era un temporal, esto es otra cosa.
“Existe un vínculo directo entre el aumento de las emisiones y los desastres climáticos cada vez más frecuentes e intensos”, asegura António Guterres, secretario general de la ONU. “En todo el mundo, la gente está pagando un precio terrible. Las emisiones récord significan temperaturas récord del mar que sobrecargan huracanes monstruosos; el calor récord está convirtiendo los bosques en polvorines y las ciudades en saunas; las lluvias récord están dando lugar a inundaciones bíblicas”. No será el Diluvio Universal, pero por momentos se parece bastante. En Barcelona (próxima parada de esta terrible dana, temporal, sucesión de tormentas o lo que quiera que sea esta lacra propia de pesadilla o utopía distópica), algún que otro surfista con pocas luces se ha echado al mar para aprovechar el oleaje con su tabla, pese a la alerta por fuertes precipitaciones. Ni en medio de un apocalipsis recapacita la estupidez humana.