Karla Sofía Gascón y la guillotina del tuit

La actriz ve cómo se arruina su carrera como actriz por una serie de mensajes intolerables en redes sociales en los que afloraba una personalidad cruel y xenófoba

07 de Febrero de 2025
Actualizado a las 11:29h
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Organizaciones de defensa del colectivo LGTBI+ denuncian los ataques tránsfobos y la cancelación de Karla Sofía Gascón
Karla Sofía Gascón en una imagen de archivo.

Hasta hace bien poco, a la actriz trans Karla Sofía Gascón no la conocía nadie. Hoy se habla de ella en todo el mundo. La actriz consiguió dar el salto a la fama con su gran interpretación en la película Emilia Pérez, de Jacques Audiard. Todo iba como la seda en su camino al vertiginoso estrellato (entrevistas en televisión, mediáticas campañas de promoción con público y crítica rendidos a sus pies e incluso una nominación a los Oscar) hasta que se descubrieron una serie de tuits poco presentables o políticamente incorrectos para alguien que pretende formar parte del establishment de la siempre hipócrita alta cultura mundial. Mensajes en los que aludió a los “putos moros”, a George Floyd (el pobre negro asesinado por la policía racista yanqui a quien calificó de “drogata estafador”), a las vacunas contra el covid y a otros asuntos que trató en un tono, digamos, demasiado frívolo o cruel como para que cayeran en el olvido. En el Far West de las redes sociales, territorio sin ley, siempre hay un cazarrecompensas dispuesto a la lanzar el lazo del pantallazo para arruinarle la existencia a la celebrity de turno.

Hoy la actriz está pagando las consecuencias de aquellos escritos malditos, de aquellos análisis sociológicos de cuñado, lo que demuestra que el pasado es un prólogo de lo que está por venir, ya lo dijo Shakespeare. La diva puede haber arruinado su carrera profesional por un puñado de likes, algo que no es la primera vez que ocurre. La vanidad es la gran droga de nuestro tiempo. Un mundo de colocados de ego. A esta hora, peligra la candidatura al Oscar, la han borrado de los Goya y su editor, con el que iba a publicar sus memorias, ha anunciado que suspende el lanzamiento del libro. Hasta su director, Jacques Audiard, ha dictado sentencia: “No he hablado con ella ni quiero hacerlo. Lo que dijo es imperdonable”.

Mientras tanto, las dos Españas vuelven a atizarse duro, esta vez a cuenta de una mujer que se dejó llevar por el calentón tuitero, o por la pedantería de creer que la humanidad no podía pasar sin sus ideas. Unos la tachan de racista y nostálgica del régimen anterior; otros la ven como la gran víctima de la “cultura de la cancelación”, que no deja de ser la censura totalitaria de toda la vida. Ahí podríamos encuadrar a Ángel Antonio Herrera, quien ha dicho a propósito del asunto: “Creo en el derecho al olvido y en que la gente pueda cambiar de opinión”. Ángel siempre tan laxo, ácrata y libertario. Y en cierta manera, no deja de tener su parte de razón el escritor que estaba llamado a ser el sucesor de Francisco Umbral. Todos nos equivocamos alguna vez en la vida y no por ello tenemos que ser condenados al fuego eterno, menos aún si pedimos perdón públicamente, como parece ser el caso de Karla Sofía.

El problema es que hay pecados y pecados, errores y errores, delitos y faltas. Se puede perdonar un desliz, un taco espontáneo, un calentón o salida de tono y hasta un menosprecio o una falta de educación. Pero el ramalazo xenófobo continuado y permanente es difícilmente disculpable o tolerable, sobre todo teniendo en cuenta que viene de alguien que debe ser un referente en la lucha de un colectivo tan perseguido, discriminado y humillado como las personas trans. “Yo entré en la Transición a hostia limpia de la policía”, me dijo en cierta ocasión la gran Carla Antonelli, esta sí, una señora íntegra de los pies a la cabeza, una mujer coherente y carta cabal con sus principios, con los derechos humanos. También en eso hemos ido para atrás, y al igual que hay negros y mexicanos que votan a Trump para que los deporte después, por lo visto también hay personas trans que no tienen claro en qué equipo juegan.

Ayer mismo, pudimos ver con estupefacción cómo Donald Trump firmaba una de esas infames órdenes ejecutivas rubricadas con su rotulador de punta gruesa para párvulos en fase de aprendizaje de las vocales. Un decreto urgente para expulsar a las personas transexuales de las competiciones deportivas. Y lo hizo rodeado de sonrientes niñas rubísimas, blanquísimas y purísimas, pequeños ángeles de odio sin duda minuciosamente elegidos entre las familias supremacistas de Washington. Poca broma con una escena que provocó escalofríos a todo demócrata y persona de bien. El trumpismo ha convertido la realidad en una de esas películas distópicas en las que un oscuro dictador rodeado de cándidas ninfas impone su siniestro régimen de apartheid contra las minorías sexuales, étnicas y religiosas. Fue como para echarse a temblar. Ahí, en la vanguardia de la resistencia, en la primera línea de batalla de la red social X, haciéndole la guerra desde dentro a Elon Musk, hombre fuerte del nuevo fascismo posmoderno, es donde debería haber estado Karla Sofía. Por desgracia, la actriz tenía otros problemas más importantes que resolver, entre ellos tratar de limpiar la imagen de retrógrada y antisistema radical que ella misma se había labrado.

La persecución que está sufriendo la actriz quizá sea injusta por lo que tiene de cruel linchamiento público, pero no es ni más ni menos que lo que ella hizo en su día con otros que no le inspiraban simpatía o a los que detestaba por su ideología o condición de cualquier tipo. Así que, por ahí, justicia poética, el karma que es muy malo y muy chungo y siempre vuelve.

La pérdida de un Oscar debería servirle a la reina destronada Karla Sofía, y por extensión al resto de los mortales, para entender la peligrosidad de las redes sociales, donde cualquier comentario es un epitafio grabado en piedra para siempre. Muchos no han comprendido aún que una cosa es la barra de un bar o el salón de su casa y otra el implacable cadalso de X (antes Twitter). Muchos no han reparado aún en que cada vez que encienden el móvil para postear alguna chorrada pende sobre ellos la guillotina del enter. Buscando la gloria fácil encuentran a la pareja de la Guardia Civil tocando el timbre de la puerta.

Musk y los “tecnobros” de Silicon Valley nos han puesto a todos a jugar un juego tan divertido como letal, la ruleta de la vanidad (todo usuario de las redes sociales cree llevar a un gran genio en su interior), mientras ellos asisten al espectáculo entre carcajadas y con palomitas de maíz. Lo que escribimos, más o menos afortunado, más o menos brillante o mediocre, puede ser nuestra propia sentencia de muerte a futuro. A una persona se le puede perdonar que haya transitado por la senda del tuit tonto y hater, pero desde la lógica y el sentido común no se le puede dar un galardón. Sería tanto como premiar la maldad y para eso ya está Trump, al que cualquier día le conceden el Nobel de la Paz por su limpieza étnica de Gaza. Karla Sofía se merece que le quiten el Oscar. Un poco de decencia no viene mal, aunque sea en el cínico Hollywood lleno de violadores, mafiosos y criminales.

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