Contundente mensaje de UGT para Pedro Sánchez tras la decisión del Gobierno de que el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) se incremente por séptima vez, aunque en esta ocasión tributando en el IRPF. “Esperamos una rectificación; este es un tema que no debe imponer Hacienda, se debe dialogar con las partes”, se queja Pepe Álvarez. Los sindicatos entienden la medida como una agresión en toda regla a los intereses de las clases trabajadoras, sobre todo las más vulnerables, mientras que Garamendi sonríe con jactancia viendo cómo el presidente socialista come de su mano. ¿Podría terminar todo este absurdo berenjenal en el que se ha metido Moncloa en movilizaciones en los próximos días, incluso en una huelga general? Parece exagerado teniendo en cuenta el dulce idilio que viven Gobierno y sindicatos, pero todo podría ocurrir. De momento, UGT y Comisiones Obreras han recibido el anuncio con estupor, ya que no estamos ante ninguna broma ni una cuestión menor.
Esta vez, la ministra Montero se ha metido en un peligroso charco. Dicen las malas lenguas que tras su designación como mujer fuerte del PSOE andaluz lleva demasiadas pistas en danza y que al final la mujer se ha hecho un lío, vamos, que ha perdido los papeles. La sobrecarga de trabajo y el estrés tienen estas cosas, que te peta la cabeza y terminas votando lo que debería votar la oposición. Céntrese, señora ministra, céntrese.
Mientras tanto, la oposición ha olido el rastro de la sangre a cuenta del tiro en el pie que se ha dado el sanchismo. Hoy mismo, en la sesión parlamentaria de control, Feijóo ha percutido duramente sobre Sánchez a cuenta de un asunto que, a decir verdad, a la derecha nunca le ha interesado demasiado (siempre ha considerado que el SMI es una cosa de perdedores, proletas y lumpen). Sin embargo, en Génova han visto la enésima oportunidad de hacer demagogia barata, que es lo que se lleva ahora, y han pasado al ataque contra el Ejecutivo de coalición. En el partido hay instrucciones concretas para hacer de este dislate socialista (la decisión de hacer tributar el salario mínimo) una tormenta perfecta sobre Moncloa. Siendo justos, el único gobierno que en los últimos años se ha preocupado por mejorar el SMI ha sido el de Pedro Sánchez. En apenas unos años, los trabajadores han pasado de los míseros 700 euros de Mariano Rajoy a un más que decente sueldo básico de 1.184. Ese es un logro indudable de la coalición del PSOE, hoy con Sumar, antes con Podemos, que también aportó su granito de arena al aumento del poder adquisitivo de los trabajadores.
Todo lo que se ha avanzado en salarios en este país (pese al Partido Popular, que siempre se ha opuesto a cualquier tipo de mejora) no impedirá que Sánchez salga de esta crisis como un Robin Hood a la inversa, es decir, alguien que roba a los pobres para dárselo a los ricos. Esa nueva distopía o mundo al revés ha sido posible gracias a la incompetencia del actual Consejo de Ministros, que ayer dio un espectáculo lamentable ante todo el mundo después de que Yolanda Díaz confesara que se enteró por la prensa de que los beneficiarios del SMI tendrán que pasar por la ventanilla de Hacienda para rendir cuentas de su pobreza. “Ni siquiera se ha debatido”, confesó la ministra de Trabajo, proyectando la imagen de un Gobierno dividido entre sanchistas y yolandistas, un equipo a la gresca que rema en direcciones diferentes. La ministra sale reforzada de todo este disparate sin sentido, mientras otros como Patxi López quedan ante la clase obrera como antipáticos liberalotes que justifican el sartenazo a los trabajadores con el argumento de que el nivel general de renta “ha mejorado” en España y es lógico que todos arrimen el hombro. Semejante infamia le acompañará siempre al vasco.
Aquí los que tienen que pagar impuestos son las grandes multinacionales y los bancos, que cada año ganan más con los beneficios caídos del cielo. Asfixiar a las familias de nóminas más modestas es una injusticia social impropia de un Gobierno que se dice progresista, además de una crueldad y una gran “cagada”, como sentencia Gabriel Rufián. Si tenemos en cuenta que el SMI de países como Luxemburgo se sitúa en 2.637 euros, el de Alemania en 2.160 y el de Francia en 1.801, convendremos en la cacicada que supone tratar de calcar otra vez al españolito precario, a quienes más sufren, a quienes no llegan a final de mes. Más abono para el crecimiento de la extrema derecha, que bebe como nadie en el río de la indignación popular.
Así las cosas, Sánchez comparecía en el Congreso de los Diputados para explicar lo inexplicable. El presidente defendió que su Gobierno ha subido el salario mínimo un 61 por ciento desde 2018, mientras que el PP lo congeló cuando gobernaba. Y esa afirmación, con ser absolutamente cierta, no puede ocultar el tremendo error de castigar a los pobres con un impuestazo. Lo tenía fácil Feijóo, esta vez, para arrearle fuerte al premier en el punto más sensible: en el corazón mismo de su programa de políticas sociales. “Quedarse con la mitad de la subida del salario mínimo ni es de justicia ni es progresista”, le espetó el gallego. Duele tener que escuchar esa verdad del barquero por boca del paladín de las clases pudientes.
A esta hora, nadie sabe lo que va a pasar con esta ocurrencia de darle limosna al trabajador más sufriente, con una mano, mientras se la quita con la otra. El siempre lúcido Antonio Maestre dice que habrá rectificación o bajada de pantalones de Montero más pronto que tarde, pero el Gobierno insiste en que el decretazo está ya firmado y no hay marcha atrás. Montero, en su guerra personal con Yolanda Díaz (qué malos son los celos en política) ha cometido un grave error que ha terminado por arrastrar también al jefe. Alguien tendría que poner sensatez en todo este absurdo affaire y guardar la propuesta en un cajón, que es donde tiene que estar. Porque lo que no puede ser es que un día feliz para la izquierda tras al anuncio de una medida digna y justa como es la subida del SMI termine convirtiéndose en un desastre político y mediático para la causa progresista. Y en un festival para la extrema derecha, que se frota las manos viendo cómo unos presuntos socialistas tratan a sus paisanos con la dureza y la saña del patrón.