Imaginemos un país supuestamente democrático donde el presidente de un Parlamento se salta a la torera, no ya las normas legislativas en vigor, sino las leyes matemáticas más elementales, para aprobar las disposiciones que a él le interesan. Pues eso ha ocurrido y ese país se llama España.
Hace solo unas horas, la asamblea de Castilla y León votaba la terna propuesta por el Partido Popular para cubrir la plaza de magistrado a la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia. Y esa terna se aprobaba pese a que la ley suprema democrática, la máxima de “un hombre, un voto”, decía justamente lo contrario. El artífice de este auténtico golpe al Estado de derecho no podía ser otro más que uno de esos personajes extraños de Vox, en este caso el presidente de las Cortes, Carlos Pollán, quien a pesar de que solo contaba con el voto favorable de los 31 procuradores del PP (el resto del hemiciclo, los 35 de la oposición, se habían pronunciado en contra de la terna) decidió dar luz verde a la moción ante las airadas e impotentes protestas de la bancada progresista, que calificó el suceso de “cacicada”. De nada sirvió la pataleta roja para que se restaurara el sentido común y la lógica, la razón y el funcionamiento de las instituciones. Pollán se erigió en Caudillo por la gracia de Dios, hizo lo que le salió de los pelendengues (saltándose las normas que todos nos hemos dado) y el franquismo volvió a triunfar una vez más. A tomar por retambufa la ley y la Constitución; viva España, coño. Sin duda, ayer, nuestra maltrecha democracia se nos murió un poco más.
El oscuro suceso en las Cortes castellanoleonesas se produjo después de que los procuradores de Vox consumaran una de sus habituales espantadas, el acostumbrado numerito del plante con todos los señoritos saliendo del reciento, en fila india y en comandita, esta vez para protestar contra la politización de la Justicia. Los ultras decidieron ausentarse de la sesión, poniendo en peligro la moción de sus socios los populares, pero qué más daba eso, todo estaba atado y bien atado, iban a ganar la votación sí o sí. Ya tenían ellos al dictador en el atril y repartiendo las cartas de la baraja, tutelando convenientemente la sesión para que al final saliera lo que tenía que salir, lo que ellos querían que saliera, lo que salió finalmente.
Las matemáticas no mienten, lo que hay son muchos matemáticos mentirosos, decía el poeta Thoreau, y ahora nos encontramos a este tal señor Pollán que hace honor a su apellido genital de pequeño dictador, de gran fetiche franquista (el franquismo lo hacía todo con dos cojones), reinventando la verdad de los números para revelarnos la auténtica realidad, que no es otra que estamos en manos de unos locos nostálgicos y nihilistas ávidos de exaltación y gamberrismo. Vivimos la triste decadencia de los valores de la Ilustración, la “catástrofe” y el hundimiento de más de dos siglos de un progreso sin sentido, como denunciaban los filósofos de la Escuela de Frankfurt, y ese proceso dialéctico de degradación nos conduce, de forma inexorable e inevitable, al círculo vicioso de la historia y del fascismo. Ya lo dijeron los analistas de la teoría crítica del marxismo y del Instituto de Investigación Social, muchos de ellos exiliados en Estados Unidos para no terminar con sus huesos en Auschwitz. Vivimos en el “mundo administrado” de la sociedad de masas que nos aliena aunque, en realidad, en este caso, quien nos está administrando, ideológica y políticamente, es un cuñado franquista de toda la vida que se encarama al árbol de la democracia, dándose palmotadas en el pecho peludo, para negarnos el derecho, la lógica y hasta el cálculo de las ciencias exactas. Todo lo que hoy llamamos comunicación es “puro ruido” con el que se cubre el mutismo de lo hechizado, aseguró Adorno. Vox ha llegado para volver loco al personal con su ruido torturante mezcla de tribalismo patriotero, odio al otro, irracionalidad, terraplanismo y negación de las matemáticas, de las cuatro reglas de la democracia.
Ya no se esconden, un día toman el Senado para organizar una cumbre nazi y al siguiente se mean en los reglamentos (la democracia es, ante todo, reglas de juego y procedimiento legal, no lo olvidemos). Lo que vivimos ayer en Valladolid, la nueva ópera bufa del fascismo posmoderno, fue, ni más ni menos, un nuevo paso en el golpe de Estado lento en el tiempo y por meticulosas secuencias y capítulos. Cuando un tipo es capaz de subirse al trono de una cámara de representación territorial convertida en su castillo feudal para proclamar que dos más dos no son cuatro, sino cinco, o seis, o lo que a él le venga en gana o le salga de los cataplines, es que todo se ha perdido ya. Cuando un señor toma el mando, dice eso de aquí estoy yo, como un Tejero con traje y corbata, ciscándose en el álgebra democrática, pasándose por el forro de los caprichos la aritmética parlamentaria y a Pitágoras, es que estamos bien fastidiados, por no decir jodidos.
España no es ese oasis de democracia en medio del Tercer Reich europeo que nos quieren vender. Hemos emprendido un rumbo nefasto con las mismas coordenadas de latitud y longitud hacia el autoritarismo que, como un vendaval, arrasa en todo el viejo continente. Un facha travestido de demócrata quiere convencernos por la fuerza de la imposición de que 31 es una cifra más elevada que 35, consumando el siniestro “mundo al revés”, gran principio con el que los fascismos conquistaron el poder hace ahora un siglo. Maldita pesadilla.