La hipocresía de las derechas: lágrimas por un papa al que detestaban

Las líderes conservadores respiran aliviados tras la muerte de un pontífice que se caracterizó por su compromiso ideológico próximo al socialismo

23 de Abril de 2025
Actualizado a las 11:50h
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Los restos del papa Francisco se exhiben a los fieles en la Basílica de San Pedro.
Los restos del papa Francisco se exhiben a los fieles en la Basílica de San Pedro.

Finalmente, Pedro Sánchez no acudirá al funeral por el papa Francisco. La delegación española para el histórico evento estará compuesta por los reyes Felipe y Letizia, que encabezarán la comitiva de nuestro país. Por parte del Gobierno acudirán las ministras María Jesús Montero y Yolanda Díaz, así como el ministro Félix Bolaños, mientras que en representación de la oposición estará Alberto Núñez Feijóo quien, una vez más, tendrá la oportunidad de ejercer de presidente in pectore, esa actividad que tanto le gusta al gallego, aunque ya sabemos que no llegó a Moncloa porque no quiso (según él mismo ha confesado).

Algunos no entenderán la ausencia de Sánchez a las exequias de Roma. Mucho menos porque el presidente siempre mantuvo una relación cordial y de respeto mutuo con Francisco, no como otros como Milei, quien llegó a llamar al Santo Padre “representante del maligno en la Tierra”. Las palabras del líder socialista tras conocer la noticia del fallecimiento de Bergoglio no pudieron ser más amables. “A lo largo de estos años he tenido la ocasión de poder conversar con él en varias ocasiones y siempre supe que estaba ante un amigo de España y un referente moral y espiritual para millones de personas. Un líder que abogó por la lucha contra la pobreza, por una mirada humanista del fenómeno de la migración, por la mitigación y la adaptación al cambio climático o contra la intolerancia cuando más falta ha hecho. Estoy convencido de que el mundo va a echar de menos su valor, su mensaje, y desde España honraremos su figura”, afirmó el presidente.

La relación entre el papa Francisco y Pedro Sánchez fue cordial y marcada por encuentros simbólicos. Aunque el Santo Padre nunca visitó España durante su pontificado, se reunió con el mandatario socialista en varias ocasiones en el Vaticano. En sus entrevistas, abordaron temas como la crisis migratoria, la justicia social y los derechos de las minorías. Ambos compartían preocupaciones sobre cuestiones humanitarias y la redistribución de la riqueza. Sin embargo, también hubo puntos de fricción, como el derecho al aborto y a la eutanasia, la investigación sobre abusos sexuales en la Iglesia y la resignificación del Valle de Cuelgamuros tras la exhumación de Francisco Franco. Ninguna de estas diferencias políticas entre dirigentes de dos países soberanos enturbió la relación bilateral ni echó a perder el Concordato con la Santa Sede. Más allá de que Sánchez no sea creyente, admiraba sinceramente la obra social de Francisco, a quien siempre ha considerado un líder espiritual y político de primer orden. Un referente incluso para la maltrecha izquierda europea y mundial. “Jamás pensé que el mundo sería peor tras la muerte de un papa. Pero lo será”, dice Gabriel Rufián, demostrando que Francisco ha dejado más huella entre los ateos que entre los beatos.

A Sánchez le caía bien el Pedro argentino, otra cosa son los funerales religiosos. Ya sea por cuestiones personales o ideológicas, suele ausentarse y delegar en otros. Lo hizo con la reapertura de la catedral de Notre Dame de París y tampoco estuvo en la misa celebrada en la catedral de Valencia en memoria de las víctimas de la dana del 29 de octubre. Ahora, para explicar su baja en la ceremonia fúnebre por Francisco, Moncloa aduce que se seguirá el mismo protocolo que en las recientes tomas de posesión de gobernantes latinoamericanos, a las que el jefe del Gobierno no acudió delegando en el rey. ¿Es un error? Según se mire. Se puede pensar que asistir a entierros de Estado va con el sueldo de presidente, de modo que Sánchez tendría que estar; y se puede sostener que una persona no tiene por qué renunciar a sus principios (si no cree en Dios estaría en su perfecto derecho de enviar a otro en su lugar). Ambas posiciones son coherentes e irreprochables. Por eso resulta absurdo escuchar a quienes ya alertan de que España quedará huérfana en un acto de dimensiones históricas como es el sepelio de un papa. Al contrario, van los reyes, que cumplen con esa tarea a la perfección, así que el hueco está cubierto. Y encima el Gobierno ha tenido el detalle de invitar al líder de la oposición. ¿Qué más quieren? No debería haber polémica.

Sin embargo, la derecha va a aprovechar el vacío que va a dejar Sánchez en la bancada de la basílica romana para arremeter contra Moncloa con furia y cainismo (extraño comportamiento para gentes que se llaman a sí mismas cristianas). Preparémonos pues para escuchar las habituales declaraciones fuera de tono (y hasta exageradas al máximo) sobre la soberbia del presidente (un hombre que se cree por encima del enviado de Dios) y su intolerable dejación de funciones. Ayer, el PP se ponía al frente de la delegación española, recogiendo el guante dejado caer por el inquilino de Moncloa. Llama la atención que líderes de la derecha española que no comulgaban con las ideas progresistas del pontífice fallecido sean ahora más papistas que el papa y hasta se den codazos en la iglesia para salir en la foto. El Partido Popular ha visto filón electoral en esa instantánea de un Feijóo enlutado, compungido y rezando piadosamente entre los asistentes. Así es como entiende la política el conservadurismo hispano. Puro teatro. Y lo mismo vale para Santiago Abascal, el amigo de Trump y Milei, para quien Francisco, en vida, era un “zurdo” peligroso mientras que ahora, ya muerto, fue un gran hombre. Ambos se comportan como dos fieles devotos cuando se pasaron los sermones de Francisco por el forro de los caprichos (mayormente aquellos que hablaban de la igualdad social, del reparto de la riqueza y de los derechos de los inmigrantes y las minorías). Tanta hipocresía produce arcadas. Pero en el mundo posmoderno y frívolo de hoy todo vale con tal de arañar un puñado de votos. Hasta la muerte de un papa bueno.

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