León XIV ya sabe lo que es sufrir en sus propias carnes el troleo ultraderechista. La caverna no ha admitido de buen gusto su derrota y en los foros reaccionarios se habla de Robert Prevost como un papa “marxista” próximo a la Teología de la Liberación y a la lucha secular de los pobres contra los ricos. Incluso se le acusa de haber encubierto los casos de pederastia durante su destino en la diócesis peruana de Chiclayo. La cruenta campaña de desprestigio ya está en marcha, tal como hicieron desde el primer minuto con Francisco I, al que tampoco toleraban (Milei incluso llegó a calificarlo como “el representante del Maligno en la Tierra”).
La designación de Prevost ha caído como un jarro de agua fría entre las filas MAGA. El trumpismo estaba convencido de que, esta vez sí, colocaría un papa filonazi. No ha podido ser. El sector progresista ha sabido resistir y blindarse frente a las conspiraciones e intrigas y al final no ha sucumbido a las presiones. El histórico cónclave de ayer fue mucho más que la elección del próximo pontífice. Fue una batalla silenciosa, en medio de rezos y cánticos gregorianos, entre dos formas de entender el mundo: una basada en el odio, el capitalismo salvaje, la discriminación racial, la desigualdad supremacista, el colonialismo imperialista, el bulo, el negacionismo y la guerra (la comercial y la militar) y otra inspirada en la justicia social, el respeto, la solidaridad, la colaboración, la ayuda mutua y el amor (los únicos valores que han llevado el progreso, desde la charca, a la especie humana).
Las élites mundiales han elevado a Trump a los altares como el nuevo Ser Supremo llegado del cielo. Ya se sabe que cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa, eso decía Chesterton. Religión y política se funden para preservar las injusticias del sistema. No es gratuito que el nuevo santo padre haya elegido el sobrenombre de León en recuerdo a aquel otro papa que redactó la histórica encíclica Rerum novarum, el primer manifiesto obrero de la Iglesia, ya que denunció las degradantes condiciones de vida de las clases trabajadoras en aquel período turbulento a caballo entre el siglo XIX y el XX.
El cónclave que ha acabado con Robert Prevost ungido en la Capilla Sixtina, atravesando la Sala de las Lágrimas y asomándose por sorpresa al balcón de la plaza de San Pedro, como una aparición, ha sido un episodio trascendental de la historia donde había muchas cosas en juego, cosas que no sabemos, cosas que, dado el hermetismo de la Iglesia católica, probablemente jamás sabremos. Un combate entre dos fuerzas opuestas (no diremos el Bien y el Mal para no caer en el maniqueísmo fácil) donde se libraba la posibilidad de sentar en el trono de Roma a un hombre justo y bueno o a un impostor entregado al boato y al lujo. ¿Qué hubiese pasado de haber salido elegido Burke, un trumpista hasta las cachas, o Robert Sarah (el africano reaccionario), o Peter Erdo, el húngaro amigo del autócrata Viktor Orbán? Sin duda hubiese sido una mala noticia para todos esos cristianos que también son inmigrantes, homosexuales, trans, feministas o de izquierdas. Los nuevos herejes condenados al fuego eterno. Con Prevost al frente del Estado Vaticano probablemente el mundo no será mejor de lo que es ahora, pero al menos de momento se frena la peligrosa deriva hacia la involución. Ese meme de Trump disfrazado de papa que el mismo presidente norteamericano difundió en sus redes sociales producía estupor y escalofríos y no auguraba nada bueno. Con un trumpista en el poder espiritual de la cristiandad llegaba la frivolidad y la banalización no ya de la política, la economía y las relaciones internacionales (que el magnate neoyorquino ha reducido a la categoría de divertidos juegos de mesa), sino también de la religión. Y uno podrá ser creyente o ateo, pero no vamos a negar que una Iglesia católica convertida en un circo para las payasadas del ultra de turno, un ministro de un Dios bufón, hubiese sido una tragedia, una más, en los tiempos convulsos que nos ha tocado vivir.
Ahora, León XIV tendrá que enfrentarse a las habituales conjuras palaciegas que ya le amargaron la vida a Bergoglio (por cierto, la elección de un hombre de su confianza es el último servicio a la humanidad del pontífice argentino, la última carcajada contra los poderes reaccionarios soltada ya desde el Más Allá). Cuenta Antonio Maestre, siempre bien informado de asuntos neonazis, que la campaña de acoso y derribo contra Prevost parte de Sodalicio de Vida Cristiana (SVC), una organización ultra de la iglesia peruana disuelta por Francisco y por el propio Prevost tras los casos de abusos sexuales detectados en la diócesis peruana. Pero, en cierta manera, poco importa el nombre del grupo que haya orquestado la infamia. Hoy será Sodalicio y mañana será El Yunque, los justicieros meapilas que ponen querellas como churros y por cualquier chorrada, los nostálgicos de Franco, los que viajan en autobuses homofóbicos, las nuevas sectas que han recuperado el dogma más duro, el cilicio, la misa en latín y la falsa religión de latón, los que se dan a la caza de la mujer a las puertas de las clínicas abortistas, todo ese conglomerado extraño y fanatizado, en fin, que se ha dado en llamar la “fachosfera”. La “batalla cultural contra lo woke”, esa mamonada que se ha inventado el nuevo fascismo posmoderno para tunear el nazismo y que parezca más modernete y digerible, no ha hecho más que comenzar. MAGA no es un fenómeno nuevo, es el mismo nacionalismo político y religioso de toda la vida solo que con una gorra de béisbol roja y un loco que envía cohetes al espacio. Detrás de la alergia al negro y al homosexual está la violencia de siempre contra la izquierda que amenaza los privilegios de las clases dominantes.
Si Prevost es un personaje auténtico dispuesto a avanzar en las reformas iniciadas por Francisco (urgente la apertura de la Iglesia a la mujer) o una marioneta colocada ahí para engañar a la grey, solo el tiempo lo dirá. Por sus obras los conoceréis, dijo Jesús. Pero, de momento, ya le ha tocado la moral a los poderes fácticos reaccionarios. Así que, solo por eso, ha merecido la pena toda esta matraca litúrgica de las últimas semanas –con sus inciensos, plegarias, chimeneas y fumatas–, hasta llegar al ansiado Habemus Papam.