Más de 130.000 personas en la calle no son suficientes para desalojar a un incompetente amarrado a la poltrona. Esa es la gran desgracia de nuestra maltrecha democracia. Media Valencia arrasada por la dana y la ineptitud de sus políticos y aquí no dimite ni Dios. El pueblo valenciano ha salido a la calle en una demostración ejemplar de protesta ciudadana legítima y necesaria. No hubo banderas esteladas, ni politización de ningún tipo. No hubo injerencia de Esquerra, ni de la CUP, ni de Puigdemont o las antenas mediáticas de los Països Catalans, tal como denunció el periódico de Inda. A esa manifestación solo han ido los indignados del barro, la gente de a pie que lo ha perdido todo, los ciudadanos, el pueblo bravo, honrado y silencioso que aprieta los dientes y saca lodo y fango de sus casas mientras masculla cómo puede ser que le haya caído encima esta peste infecta de torpes gobernantes.
La histórica protesta, solo comparable a la que se convocó contra la guerra y contra las mentiras de Aznar del 11M, transcurrió pacíficamente hasta que los cuatro violentos de siempre se enfrentaron a los antidisturbios tras la lectura del manifiesto final, un suceso que no podrá empañar el comportamiento cívico de la inmensa mayoría. Hubo gritos y eslóganes, claro que los hubo, mayormente el merecidísimo “Mazón dimisión”, como también hubo carteles y pancartas como esa que rezaba “a las ocho ya era tarde” y que venía a recordarle al honorable una infamia que le acompañará siempre. Mientras la gente se echaba a la calle, la prensa seguía aireando detalles sobre la maratoniana comida del president con la periodista Maribel Vilaplana en la fatídica tarde del 29 de octubre. En aquellas horas dramáticas, mientras sus paisanos se ahogaban por cientos, él se daba a la dolce far niente (ese dulce no hacer nada) en un lujoso restaurante para yuppies y altos ejecutivos. Pudo apretar el botón rojo y no lo hizo. Pudo haber lanzado la alerta masiva a través del sistema telemático para la población y no lo hizo. Solo tenía que poner la yema del dedito en el teléfono móvil (para salvar cientos de vidas) y seguir tranquilamente con su ágape, con su café, copa y puro, y no lo hizo. Mientras tanto, su consellera de Interior le buscaba desesperadamente por los pasillos del Cecopi.
Resulta sonrojante ver a este señor, esta misma mañana y ya sin el ridículo chaleco rojo fosforito de protección civil, pidiendo a los valencianos que beban agua embotellada y no hervida, tal como aconseja el Ministerio de Sanidad. ¿Quién está hablando ahí, el cuñado que ahora pretende ir de experto en el dengue, el cólera y la malaria o el político oportunista que busca enmendarle la plana a la ministra Ribera para sumar unas cuantas décimas en sus índices de popularidad, que deben estar al nivel de los alcantarillados atascados de Paiporta? La última infamia protagonizada por este insuficiente personaje es que sale por la puerta de atrás de las reuniones del Cecopi, como un gusanillo rastrero, para que los periodistas no puedan preguntarle por sus andanzas en la tarde del 29-O. Qué vergüenza de tipo. Qué asco. Espeluzna el nivel de jetismo y cara dura de este fenómeno, que sigue haciendo política basura con el barro, con el dolor y la muerte, cuando debería estar ya dimitido o cesado y a miles de kilómetros de Valencia, en Tegucigalpa, Tombuctú o Sebastopol.
Todo lo que ha hecho Mazón en este trance para la historia negra del país es un auténtico despropósito. Él no lo sabe, porque aún no se lo han dicho, pero es un cadáver político. Feijóo lo sujetará todo lo que pueda para que no caiga, mayormente para ganar tiempo con la esperanza de que las aguas vuelvan a su cauce y retorne la dinámica política favorable de hace un mes, las noticias sobre Ábalos, Koldo García y Begoña Gómez que ya no le interesan a nadie. Al Partido Popular la riada se le ha llevado por delante la estrategia trumpista y el lawfare. Cuenta la prensa de Madrid que el mandamás del PP quiere darle una segunda vida política al honorable (como si fuese una lavadora averiada) para cuando todo esto pase. ¿Pero qué segunda vida ni qué niño muerto si Mazón está más quemado que la moto de un jipi? Cada minuto que pasa el fango se extiende más y más, atravesando las inundadas tierras valencianas, cruzando las devastadas comarcas de Utiel/Requena y la meseta y llegando hasta los muros mismos de Génova 13. El líder popular ha decidido que cesarlo fulminantemente sería malo para el negocio, ya que supondría reconocer los disparates cometidos en esta crisis climática. Por eso ha optado por la táctica del avestruz tan gallega y tan de Mariano Rajoy, o sea, meter la cabeza debajo del ala, cerrar los ojos fuertemente, apretar el culo y esperar que capee el temporal. Ya pensará después qué hace con el negligente cuando se calmen las aguas.
El problema es que después de una dana va a llegar otra y después otra y otra más. De hecho, la AEMET ya ha anunciado una nueva borrasca infernal para esta misma semana. ¿Cómo confiar en un capitán botarate que cuando se desata el temporal abandona el timón y el puente de mando y se encierra en su camarote, pasota, ausente, insensible con lo que pueda pasarle al barco y a la tripulación y con una botella de ron en la mano? ¿Cómo van a estar tranquilos los valencianos sabiendo que los dirige un escapista de la realidad? En el PP se alzan voces internas muy críticas con la gestión. No queda en el partido un solo preboste que no crea que Mazón debe dejarlo de inmediato e irse a su casa. La mayoría le susurra al jefe, por lo bajini, que le corte la cabeza cuanto antes, y sin más dilaciones, al cantante de bodas y verbenas, al pequeño inepto. Muerto el perro se acabó la rabia. Pero de momento nada se mueve. Se impone el prietas las filas, todos juntos sin importar que el Titanic genovés se les pueda ir a pique. “No es una opción la dimisión”, dice Susana Camarero, vicepresidenta regional. ¿Cómo qué no? ¿Acaso es mejor dejar a este hombre que es un peligro público al frente de la crisis y las tareas de reconstrucción? Hasta un mono podría hacerlo mejor. Mientras tanto, el pueblo sigue sacando barro de los municipios anegados con una bravura, una solidaridad colectiva y una dignidad que impresionan. En las próximas elecciones lo largan fijo. Si no lo sacan antes a gorrazos del Palau de la Generalitat.