La clase social de origen sigue condicionando con fuerza las oportunidades vitales en España. Los últimos estudios sobre movilidad social y desigualdad intergeneracional reflejan un panorama preocupante: el llamado “ascensor social” se encuentra prácticamente averiado, y las posibilidades de cambiar de posición en la escala socioeconómica se reducen con cada generación.
El peso de los orígenes frente al esfuerzo individual
Durante décadas, el discurso meritocrático ha sido uno de los pilares del imaginario colectivo en las sociedades occidentales. La idea de que el talento, la constancia y la dedicación bastan para avanzar, independientemente del punto de partida, ha sostenido la promesa de progreso. Sin embargo, la realidad española contradice esta aspiración.
Un informe publicado por el Banco de España en 2023 indica que la movilidad intergeneracional en España es de las más bajas de Europa. En términos simples, esto significa que el nivel económico de los padres predice de forma notable el de sus hijos. Los datos revelan que nacer en el quintil más pobre implica muy pocas posibilidades de alcanzar los niveles más altos de renta y educación. Por el contrario, quienes provienen de entornos acomodados disfrutan de ventajas estructurales que se traducen en mayores oportunidades y estabilidad.
Estas desigualdades se refuerzan desde la infancia. El lugar de nacimiento, el nivel de estudios de los progenitores, el acceso a actividades extracurriculares, e incluso el tipo de alimentación durante los primeros años, tienen un impacto directo en las trayectorias vitales posteriores.
La educación como espejo de la desigualdad
Lejos de funcionar como un mecanismo compensador, el sistema educativo reproduce muchas de las desigualdades sociales existentes. Aunque formalmente se presenta como universal, gratuito y basado en el mérito, lo cierto es que las diferencias de capital cultural y económico entre familias condicionan fuertemente el rendimiento escolar y el acceso a estudios superiores.
Estudios del Ministerio de Educación demuestran que los alumnos de entornos desfavorecidos presentan tasas de abandono escolar muy superiores, y tienen más dificultades para completar la educación secundaria o acceder a la universidad. A su vez, las carreras universitarias con mayor rentabilidad en el mercado laboral, como Medicina, Ingeniería o los dobles grados en Económicas y Derecho, están dominadas por estudiantes procedentes de familias de clase media-alta.
La brecha no se limita al acceso, sino que se mantiene a lo largo de la vida académica. Los estudiantes con más recursos pueden permitirse academias, clases particulares y estancias en el extranjero, mientras que otros deben compaginar estudios con trabajos precarios o renunciar por motivos económicos. Así, el sistema premia a quienes ya parten en ventaja, consolidando una élite que, en muchos casos, se transmite generacionalmente.
A esta situación se suma una marcada desigualdad territorial. Las diferencias en inversión educativa, calidad docente y recursos disponibles entre comunidades autónomas y zonas urbanas y rurales refuerzan la segmentación social y limitan la igualdad de oportunidades.
Europa avanza en movilidad mientras España se estanca
La comparación con otros países europeos permite dimensionar aún más la situación. Países nórdicos como Dinamarca, Finlandia o Suecia presentan índices de movilidad social significativamente más altos, gracias a sistemas educativos más igualitarios, políticas fiscales redistributivas y una mayor inversión pública en infancia y juventud.
En estos países, la correlación entre el nivel educativo o de renta de los padres y los hijos es mucho menor que en el sur de Europa. La intervención estatal para garantizar servicios públicos universales y de calidad, junto con sistemas laborales menos segmentados, permite que el esfuerzo individual tenga un mayor peso en las trayectorias vitales.
Frente a estos modelos, España mantiene una estructura económica con elevados niveles de precariedad, bajos salarios, dificultades de acceso a la vivienda y escasa movilidad profesional. Estas condiciones, unidas a un sistema educativo que no logra corregir desigualdades de origen, reducen las posibilidades de ascenso social real para buena parte de la población.
La meritocracia en España ha perdido credibilidad como principio rector del progreso social. La promesa de que cualquiera puede prosperar si se esfuerza no se sostiene en un entorno donde el origen familiar sigue determinando de forma abrumadora el destino individual. Para recuperar la confianza en la movilidad social y construir una sociedad más justa, será imprescindible replantear de raíz el sistema educativo, las políticas de igualdad y el modelo económico en su conjunto.