Juanma Moreno debería saber que su Gobierno se encuentra a un paso de cometer un grave delito ecológico. Hoy miércoles, la Junta de Andalucía tramitará una ley que permitirá reabrir los regadíos y que supone, de facto, el certificado de defunción de Doñana. Hace tiempo que se conocen con precisión cuáles son los males que aquejan al parque nacional y su entorno, uno de los grandes pulmones de Europa y punto clave de la amenazada biodiversidad. El gran cáncer sigue siendo la sobreexplotación de los acuíferos (se han contabilizado un millar de pinchazos ilegales de los que se extrae agua en grandes cantidades para regar los frutales de la zona), un problema que unido a la sequía por el cambio climático ha terminado por desertizar la hermosa laguna, condenando a cientos de especies vegetales y animales a su extinción.
Sin embargo, para Moreno Bonilla, como buen ultraliberal que antepone la economía a todo, incluso al mayor desastre medioambiental de la historia, nada de esto supone un problema y hoy mismo dará luz verde para que agricultores con poca cabeza y especuladores de los recursos hídricos sigan destrozando Doñana. Ya no cabe ninguna duda: el presidente andaluz está dispuesto a sacrificar cigüeñas y flamencos, patos y cormoranes, por un puñado de votos. Juanma es el Bolsonaro de Doñana.
PP y Vox, como en tantas otras cosas, se han quedado solos también en este atropello. Tienen a media humanidad en contra. A la Unión Europea, que ha amenazado con duras sanciones económicas si sigue destruyéndose el humedal. A la oposición y el Gobierno central, que le exigen el cumplimiento de la ley. Y al patronato que gestiona Doñana, más los ecologistas y los científicos, que han advertido de que seguir esquilmando la zona solo traerá ruina a no mucho tardar. “Es como estar asando salchichas quemando cuadros de Picasso”, asegura Eloy Revilla, del CSIC, en una dramática comparación que viene a demostrar cómo la actividad agrícola desbocada conlleva un daño irreparable en ese entorno único. Y todo por unas cuantas cajas de fresones al año que los europeos ya no compran por el boicot de Greta Thunberg.
Moreno Bonilla va camino de convertir Doñana en el gran cubo de la basura de Europa. Hoy, los andaluces tendrían que echarse a las calles, como un solo hombre, para defender su tierra, sus bellos paisajes únicos en el planeta, su futuro y el de sus hijos. Lamentablemente, no lo harán. La mayoría están más pendientes de encontrar camareros para las casetas de la Feria, del próximo Sevilla-Betis y de los chistes estúpidos de TV3 sobre la Virgen del Rocío que de salvar la pequeña Amazonia del sur ibérico. Mientras Moreno Bonilla se pasa el día azuzando la guerra cultural entre catalanes y andaluces no tiene que dar explicaciones sobre su terrorismo ecológico institucionalizado. Muy bien, pero ¿dónde están los valientes andaluces de antes, aquellos dignos y bravos descamisados que rompían los cercados, vallas y alambradas, con sus manos encallecidas, para plantarse frente a la casa del señorito y exigir pan, decencia y justicia social? ¿Acaso se han vuelto todos burgueses, trumpistas ultraliberales, obreros fachas anestesiados por los bulos de Vox? No puede ser, nos resistimos a creerlo. Andalucía es tierra de sabios y poetas, cuna de Sénecas, y nos cuesta mucho trabajo aceptar que esa sociedad sensata e inteligente vota el suicidio colectivo, el irracionalismo anticientífico de los charlatanes bolsonaristas y el programa político de los cuatro caciques aprovechados de siempre. A Gallardo Frings, un adicto al dióxido de carbono en vena, seguro que le gustaría ver Doñana sembrada de carreteras, autopistas y chalés de lujo para las familias españolas de bien. En esas está.
En Doñana ya solo hay tierra cuarteada donde antes había aguas frescas y cristalinas; montañas de peces muertos donde antes había vida; un yermo secarral de polvo y un triste cementerio ocupando el edénico vergel andaluz. Hoy es la marisma la que se seca, mañana le meterán fuego a los mares de olivos, gran despensa del mundo, para sacarle un dinero a los hoteles y campos de golf. Hoy votan para convertir la gran joya ecológica en un desierto; mañana no quedará nada de los océanos vírgenes de Alberti, de “los ríos que se van” de Juan Ramón, del Guadalquivir de Lorca, que antes tenía las barbas granates, con orillas perfumadas de azahar y sensualidad, y hoy es un oleaje negro y estancado rebosante de contaminación, escombros y gasoil industrial. Esta derecha voraz y ciega de codicia no parará hasta ver los bosques quemados, las playas repletas de ladrillo y cemento y Doñana completamente estéril. Si 30.000 empleos están en riesgo, como dice Moreno Bonilla, que los reconviertan, que les den ayudas y fondos europeos, que les ofrezcan alternativas, pero que dejen de chuparle la poca agua que le queda ya a Doñana. Que hablen con Ursula von der Leyen, que Pedro Sánchez la tiene en el bote y traga con todo.
Bandadas de aves agonizantes que durante milenios bebieron en la gran laguna del sur español, en prodigiosas migraciones entre África y Europa, miran hoy desde el cielo, con horror, la obra letal de hombres como Moreno Bonilla y sus negacionistas profetas de la muerte. Vastas extensiones de agua a punto de evaporarse por culpa de la mano del hombre y la sequía; exuberantes lagos reducidos a pequeñas charcas salpicadas de pesticidas. Despierta Andalucía, despierta. Para ya este drama cósmico de una sociedad pervertida y engañada que de repente se ha vuelto ciega de indolencia, egoísta de avaricia y estúpida de ideas medievales.