Nombran al juez Peinado nuevo ponente de la moción de censura contra Sánchez

El magistrado, en máxima tensión al no encontrar pruebas contra Begoña Gómez, ordena registrar la casa del empresario Barrabés

25 de Agosto de 2024
Actualizado el 14 de octubre
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El juez Peinado en una imagen de archivo.
El juez Peinado en una imagen de archivo.

En el PP empieza a correr el runrún de que el juez Peinado se ha pasado cuatro pueblos en la instrucción contra Pedro Sánchez. Algunos prebostes populares entienden que el magistrado instructor de la causa contra Begoña Gómez, con sus burdos errores, abusos de ley y pasadas de frenada en el sumario, ha hecho que el caso pierda fuerza hasta diluirse, quedando al descubierto la pantomima o farsa. De modo que, sin quererlo, el polémico magistrado está dando un balón de oxígeno al inquilino de Moncloa.

Según ha podido saber Diario16, Peinado está que trina. Dicen quienes lo tratan cada día que se siente perseguido, presionado, acosado por el Gobierno y por la prensa izquierdista. No termina de encontrar la prueba letal y definitiva contra la primera dama y, lo que es aún peor, le han fastidiado las vacaciones. Nadie le echa por tierra la quincena agosteña en Torrevieja a un juez sin que pague por ello. De ahí que esté lanzando bilis y lagartijas por la boca. Pobre del funcionario que se cruce con él por los pasillos del 41 de Madrid. Es tal su cabreo monumental que ha enviado a los agentes de la UCO a registrar el domicilio y empresas de Barrabés, el supuesto beneficiado por Begoña Gómez (en realidad, la Guardia Civil ya le ha dicho que no ha encontrado nada raro, pero él insiste). Uno daría lo que fuese por poder mirar por el ojo de la cerradura de ese registro domiliciario y ver cómo el cabo Morales de turno, por poner un ejemplo, raja a navajazos el osito de peluche de la casa, con cara de póker, encogiéndose de hombros y sin encontrar nada. Todo patas arriba, civilones como elefantes en cacharrería, y solo por la furia incontrolada de un juez. Penoso.

Peinado no entiende cómo algunos periodistas progres le hacen la crítica y el revisionismo pertinente cada mañana. Aún no ha comprendido su señoría que este no es el país franquista de antes. La prensa, tras más de cuarenta años de democracia, ha perdido el miedo reverencial a los poderes fácticos. Si se han aireado las cuentas fraudulentas del rey emérito, sus novias de quita y pon, sus trapacerías con los jeques, ¿cómo no se iba a poner bajo la lupa la actuación judicial de un magistrado que tiene toda la pinta de ser más política y prospectiva que jurídica y profesional? Todo lo que rodea al caso Begoña Gómez ha devenido en esperpéntico, en sainete, en vodevil para desprestigio de nuestra ya denostada Administración de Justicia. La última providencia del instructor, en la que afea a Sánchez su silencio, que callara cual tumba mientras le interrogaba (un derecho que todo español llamado a declarar como testigo tiene reconocido por la Ley de Enjuiciamiento Criminal para no perjudicar a su esposa), demuestra que su señoría se está pasando de rosca en su obsesión por acabar con el sanchismo.

Lo cual nos lleva a pensar que el juez instructor ya no practica el derecho constitucional y penal, sino que está inmerso, en cuerpo y alma, en su propia moción de censura contra el presidente del Gobierno, algo que ya intentó el catedrático Ramón Tamames, en calidad de marioneta de Vox, en aquel Pleno de triste recuerdo para nuestra democracia. La extrema derecha lo intenta todo para acabar con el Ejecutivo central, por tierra, mar y aire, mediante la política, la Justicia y la Policía, pero la cosa terminará aclarándose finalmente. Esto no es más que un montaje del franquismo posmoderno para tratar de darle la puntilla a Sánchez, una vendetta de “Toga Nostra” (tal como calificó Puigdemont, no sin cierto ingenio, a la Brunete judicial más cafetera y ultra) contra el hombre que descabalgó a Mariano Rajoy en aquella histórica moción de censura en la que Podemos jugó un papel crucial y fundamental. En las derechas españolas sigue muy viva aquella llaga supurante. El ánimo de revancha. Nunca antes se había echado por la puerta de atrás del Parlamento, y por casos de corrupción de todo tipo (el PP no se dejó ni un solo delito sin probar), a un líder del mundo reaccionario hispano.

La moción contra Rajoy fue humillante (un bolso, el de Soraya Sáenz de Santamaría, acabó ocupando su escaño, y aquello no lo olvidan los poderes fácticos más añejos de este país), de modo que PP y Vox (con la ayuda de Alvise) se han conjurado para darle el mismo jarabe al fetiche del socialismo español, la misma medicina, la misma cicuta. La derecha española es cainita, además de montaraz, y practica el “donde las dan las toman”. El problema es que la venganza, la Ley del Talión enmascarada en el derecho penal, nunca fue un buen negocio (por mucho que Netanyahu haya puesto el sistema de moda otra vez como medio para resolver problemas políticos). La venganza es un vicio demasiado español que nos llevó a guerras sin fin, entre ellas la del 36. Ya lo dijo Confucio: antes de empezar un viaje de venganza cava dos tumbas. O sea, el ojo por ojo y al final todos ciegos. Mucho más elegante, democrático y eficaz que aplicar la cloaca de la extrema derecha sería dejar caer a Sánchez en las urnas, porque caerá por su propio peso. Como han caído todos.

 

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