Un partido sin política: el PP como maquinaria del desgaste

Feijóo ha convertido al Partido Popular en un instrumento de obstrucción, sin ideas ni proyecto, entregado al extremismo de Vox

16 de Abril de 2025
Actualizado el 17 de abril
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Un partido sin política: el PP como maquinaria del desgaste

El principal partido de la oposición ha dejado de hacer oposición para convertirse en un actor de antipolítica. Incapaz de articular una visión propia, el PP se dedica a bloquear, crispar y retroceder. Pacta con la ultraderecha sin matices, deslegitima al Gobierno elegido democráticamente y renuncia a cualquier responsabilidad institucional.

En política, tan elocuente es lo que se dice como lo que se decide no hacer. Hay silencios que delatan, abstenciones que marcan una ruta, y estrategias de desgaste que, bajo una apariencia institucional, esconden una clara vocación destructiva. Así actúa hoy el Partido Popular. En vez de encarnar una oposición constructiva, se ha instalado en la antipolítica: en la negación sistemática, en el bloqueo como herramienta de poder, y en la claudicación ideológica frente a la ultraderecha.

Alberto Núñez Feijóo, a su llegada a Madrid, fue presentado como el dirigente que devolvería la cordura a la derecha española. Un tecnócrata gallego, tranquilo, eficaz, de voz moderada. Un bálsamo frente a la estridencia del trumpismo criollo que empezaba a representar Vox. Pero la imagen duró poco. En cuanto tuvo que enfrentarse a la complejidad del tablero nacional, Feijóo demostró que lo suyo no era liderar un proyecto para el país, sino liderar el resentimiento de quienes no aceptan perder el poder.

Desde entonces, el PP ha optado por convertirse en una fuerza de obstrucción permanente. Se niega a negociar leyes fundamentales, bloquea la renovación de instituciones cuando no las controla, dramatiza cualquier acuerdo del Gobierno como si fuera una ofensa al país. Pero al mismo tiempo, se abraza con una normalidad insultante a Vox, el partido que niega la violencia machista, cuestiona el sistema autonómico, desprecia la memoria democrática y promueve un revisionismo agresivo de los consensos del 78.

Pactos sin rubor y cesiones sin vergüenza

Los pactos entre PP y Vox no son excepciones: son la norma. En Castilla y León, en la Comunidad Valenciana, en Extremadura, en cientos de ayuntamientos grandes y pequeños. Pactos que van más allá de la aritmética institucional: son concesiones ideológicas. Vox ha logrado que el PP asuma parte de su retórica y, peor aún, parte de su agenda. Han suprimido direcciones de igualdad, han desmontado políticas LGTBI, han reescrito protocolos de violencia de género, han eliminado programas de memoria histórica. Y el Partido Popular ha callado, ha cedido, ha pactado.

¿Y Feijóo? Siempre un paso atrás, siempre echando balones fuera. Reivindica la moderación mientras se apoya en los ultras. Se niega a responder preguntas directas, pero no duda en levantar el tono cuando puede acusar a otros de “romper España”. Es la hipocresía elevada a método.

Sin proyecto, sin ideas, sin responsabilidad

El Partido Popular no tiene proyecto de país, solo tiene un proyecto de poder. No ofrece una visión para España, ni una agenda reformista. Solo promete una regresión: derogar, deshacer, retroceder. Esa política negativa, sin afirmaciones, sin horizonte, es el terreno perfecto para que prospere el cinismo y se pudra la confianza ciudadana en la política como herramienta de mejora colectiva.

Mientras las derechas europeas intentan marcar límites a sus extremistas, el PP ha hecho de Vox un socio natural. No lo combate, lo integra. Cada vez que el PP se pliega al discurso de la ultraderecha, no solo pierde el alma del centro-derecha: arrastra con él el debate público, llevándolo a una zona oscura donde el miedo sustituye a la razón y el odio reemplaza al argumento.

La reciente renovación del Consejo General del Poder Judicial, tras años de bloqueo, no cambia la naturaleza del problema: el PP utiliza las instituciones como armas partidistas, cumpliendo la Constitución solo cuando le conviene. Cuestionan la legitimidad de cualquier mayoría alternativa a la suya y siembran sospecha sobre el propio sistema democrático.

La política, decía el filósofo Raymond Aron, es el arte de elegir entre lo preferible y lo detestable. Pero Feijóo ha elegido no elegir. Ha renunciado al diálogo, al pacto y al futuro compartido. Esa es la antipolítica: no la crítica dura, sino la renuncia deliberada a construir.

Lo que hace el PP no es solo cuestionar al Gobierno. Es cuestionar el sistema cuando no le conviene. Es dinamitar los puentes del acuerdo. Es jugar con fuego mientras agitan la bandera. Y en ese juego, lo que peligra no es solo la convivencia política: es la propia calidad de nuestra democracia.

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