La cumbre de la OTAN ha vuelto a airear las vergüenzas de Feijóo. Mientras Donald Trump se daba al matonismo político más descarnado –al amenazar a España con hacerle pagar “el doble”, vía aranceles, por haberse negado a incrementar su gasto militar hasta el 5 por ciento– y Pedro Sánchez posaba para la foto de familia al margen de los líderes occidentales (un guiño antiotanista a sus socios izquierdistas), el dirigente del Partido Popular quedaba fuera de juego sin saber qué decir. La historia lo había puesto, una vez más, ante una difícil encrucijada: enfrentarse al amo del mundo o situarse al lado de su Gobierno en la defensa de los intereses de su país. Y de nuevo el gallego volvió a defraudar, haciendo el ridículo como un humilde lacayo del Tío Sam. Solo le faltó postrarse ante el fatuo líder de MAGA y decirle aquello de José Luis López Vázquez: “Un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo”. Cada vasallo elige a su señor.
El plante del líder socialista en la cumbre atlántica ha gustado a la parroquia que sustenta el sanchismo. Sumar, Esquerra, Bildu, Compromís y hasta Podemos, que por momentos han estado a punto de dar al traste con la legislatura por el escándalo Koldo/Ábalos/Cerdán, quedan, de momento, satisfechos. La imagen de Mark Rutte convertido en criado y sirviente de Trump mientras España resistía sin entregarse, como en los mejores tiempos de la Segunda República, ha apaciguado mucho los ánimos a la izquierda del PSOE. Otra cosa es que el numerito del Sánchez más bolivariano se le haya atragantado a la derecha. ¿Cómo lidiar con la cruenta extorsión yanqui? ¿España o Trump?, debió preguntarse Feijóo. Y en apenas 24 horas, el dirigente popular pasó del silencio atronador (no mojarse para no molestar a Abascal) a la duda, a la contradicción, a la apresurada consulta con el moderao Borja Sémper y a la urgente llamada telefónica al Íbex para pedir instrucciones, todo ello sin perder de vista las encuestas y el cálculo electoralista. La decisión de Sánchez de rebelarse contra el imperio americano, como en su día hizo Zapatero al quedarse sentado al paso de la bandera con las barras y estrellas, descolocó completamente al jefe de la oposición. Fue, quizá, uno de los últimos conejos que le quedaban en la chistera al presidente socialista, acosado en las últimas semanas por los escándalos de corrupción en el seno del PSOE.
El tiempo pasaba y el líder conservador del PP no sabía articular una posición ante un problema de dimensiones históricas, ya que había muchas cosas en juego, no solo el impuesto revolucionario que Trump, harto de ser el pagafantas global, pretendía imponer a los españoles, sino el futuro de las bases yanquis en Rota y Morón, el papel que debe jugar nuestro país en la Alianza Atlántica, el contrato de complicidad con USA e Israel en el genocidio del pueblo palestino y en la guerra total contra Irán, en definitiva, dar un giro a la política internacional española apostando por un ejército europeo en detrimento de una OTAN cuyo rol tras el final de la Guerra Fría parece más que agotado. Todo eso estaba sobre la mesa y se le vino encima, de repente, al gallego, que no supo cómo reaccionar. Durante unas horas se le vio descolocado, desubicado, confuso. Hace tiempo que el PP no es más que una factoría de odio y bulo expresamente dedicada a fabricar titulares incendiarios para la prensa cavernícola. El Partido Popular se comporta como un inmenso ventilador instalado para desviar el olor insoportable a la corrupción del bipartidismo desde sus trincheras (que las tiene enfangadas de lodo) hasta Ferraz. No le pidas tú al alto mando de Génova 13 que improvise una posición coherente sobre política exterior y el nuevo orden internacional instaurado por el fascismo posmoderno porque se pierden. No saben. Se han especializado en el gamberrismo político, en la retórica hueca y en la barra brava con Tellado y Cuca dándole mamporrazos al PSOE sin ton ni son. Más allá del ruido y la furia, poco programa para la nación.
Pero la foto de familia de Sánchez alejándose del club otanista tenía tanta proyección histórica que a Feijóo no le quedó otra que salir a decir algo ante la opinión pública. Y fue peor cuando abrió la boca, ya que todas las dudas sobre quién y cómo es el hombre que aspira a dirigir España algún día quedaron despejadas. El líder popular optó por calarse el uniforme yanqui del Séptimo de Caballería (como en su día hizo Aznar) para cuadrarse, como uno más, ante el presidente norteamericano. Fue entonces cuando le dijo a los periodistas que él cumpliría con lo pactado, o sea que tragaría con la extorsión de Trump y que pagaría lo que hubiese que pagar. Eso sí, cuando le preguntaron de dónde pensaba sacar la pasta no lo aclaró, para terminar incurriendo en una de sus acostumbradas incongruencias al asegurar que pediría “flexibilidad” a la Alianza Transatlántica. Lo cual, de alguna manera, supone hacer lo mismo que está haciendo Pedro Sánchez cuando solicita una moratoria al gasto en Defensa.
“Si firmamos un documento lo cumpliremos”, aseguró en una frase de Perogrullo. Feijóo, como buen gallego, es maestro del circunloquio. Era el momento de explicarle a la ciudadanía cómo demonios piensa hacer frente al programa belicista consistente en más tanques y menos mantequilla sin terminar de destrozar el ya maltrecho Estado de bienestar. Está claro que cuando Feijóo llegue a la Moncloa tendremos unos soldaditos muy monos e impecablemente vestidos, unas barcazas relucientes, unos cazas que incluso volarán durante un rato y unos drones de última generación cogiendo polvo en los hangares, pero escuelas y hospitales públicos poquitos.
El chantaje a nuestro país del Tío Gilito de la Casa Blanca (con la inestimable colaboración de las derechas populares y voxistas) es sencillamente intolerable, no solo por lo que tiene de intento de aplicar métodos mafiosos a un país soberano e independiente que toma sus propias decisiones, sino porque de haber tragado con la extorsión del magnate neoyorquino ello supondría equiparar el presupuesto para la compra de armamento a la inversión en Sanidad o Educación. Y por ahí no. Ha estado bien Pedro Sánchez a la hora de plantarse y decirle basta ya al capo del sindicato de camioneros de Nueva York. Su rebeldía quedará para la posteridad, como también se recordará la sumisión de las derechas al trumpismo rampante. Y es que ya ni los patriotas son lo que eran.