Trump ya no se esconde: insulta, impone y desprecia a medio planeta: "Me llaman para besarme el culo"

Con un lenguaje ofensivo y una política económica agresiva, el presidente estadounidense vuelve a poner en jaque al comercio mundial mientras se burla de sus aliados internacionales

09 de Abril de 2025
Actualizado a las 19:02h
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Trump ya no se esconde: insulta, impone y desprecia a medio planeta: "Me llaman para besarme el culo"

Donald Trump ha vuelto a demostrar que su forma de entender la política internacional no tiene nada que ver con la diplomacia, la cooperación ni el respeto institucional. En un discurso cargado de soberbia durante una cena del Comité Nacional Republicano, el presidente estadounidense afirmó, sin ruborizarse, que líderes internacionales le "llaman para besarle el culo" y le "ruegan" por acuerdos comerciales. No es una hipérbole: esas fueron sus palabras exactas.

Con esta nueva provocación verbal, Trump revalida su desprecio por las normas básicas de convivencia entre naciones y por el mínimo decoro que se espera de quien ostenta el poder más influyente del planeta. Lo hace, además, el mismo día que entran en vigor unos aranceles punitivos del 20% a productos de la Unión Europea y del 104% a importaciones procedentes de China, un ataque económico en toda regla contra sus principales socios comerciales.

El ego como doctrina

Desde este miércoles, más de 600.000 millones de dólares en productos europeos deberán pagar un sobrecoste para entrar en el mercado estadounidense. La lista incluye sectores clave para la economía del Viejo Continente como la automoción, la maquinaria industrial y los fármacos. Mientras tanto, países como Japón, Corea del Sur, India o Taiwán también han sido golpeados con incrementos arancelarios que oscilan entre el 24% y el 46%.

Trump justifica esta política con su discurso habitual: Estados Unidos ha sido "saqueado" durante décadas y ahora "es el turno" de revertir esa situación. Lo que no dice es que ese supuesto saqueo está basado en datos manipulados y en una visión distorsionada de los flujos económicos globales. Lo que sí deja claro es que no le importa sacrificar relaciones internacionales ni provocar una recesión mundial si eso le da combustible electoral.

Un lenguaje propio del matón de patio de colegio

El tono con el que el presidente de EE.UU. se refirió a sus interlocutores internacionales es, simplemente, intolerable. No se trata solo de lenguaje soez, sino de una concepción profundamente autoritaria del poder. Trump no ve a otros países como socios o aliados, sino como subordinados que deben rendirse a sus caprichos si no quieren ser aplastados económica o políticamente.

"Me llaman, me besan el culo, quieren hacer un trato, harían lo que fuera", espetó Trump con gesto chulesco y sonrisa arrogante. Y lo peor es que lo dijo en un contexto festivo, entre aplausos de sus correligionarios republicanos, como si la humillación de otros pueblos fuera motivo de celebración.

Educación democrática: ausente en la Casa Blanca

Más allá de la economía, lo que está en juego con este tipo de declaraciones es la salud de la democracia. Porque un líder que desprecia la cortesía diplomática y se burla de las instituciones internacionales está socavando los principios sobre los que se construyó el orden mundial tras la Segunda Guerra Mundial. Trump no solo actúa como si gobernara una empresa privada: actúa como si el mundo fuera su empresa, y todos los países, empleados a los que puede despedir o ridiculizar.

Su falta de educación política, de empatía y de respeto por la diversidad de sistemas y culturas es alarmante. Y lo es aún más porque cuenta con millones de votantes que aplauden cada salida de tono, cada grosería y cada decisión que tensiona al planeta entero.

Las palabras de Trump no son solo una muestra de mala educación. Son un síntoma de algo más profundo: la normalización del autoritarismo y el desprecio por las reglas del juego democrático. Su agresiva política arancelaria está causando estragos en los mercados asiáticos —con caídas bursátiles en Japón y Taiwán de hasta el 6%— y amenaza con encarecer los precios de cientos de productos básicos para las familias estadounidenses.

Pero ni el retroceso económico ni la crítica internacional parecen importarle. Trump sigue convencido de que el mundo debe doblegarse ante su voluntad, aunque eso implique destruir décadas de avances diplomáticos y comerciales.

Europa responde, pero con cautela

Mientras Trump presume de que más de 70 países han comenzado a negociar con él bajo presión, la Unión Europea ha mostrado una disposición a sentarse a la mesa, aunque también ha advertido que tomará medidas si las agresiones comerciales persisten. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha anunciado una visita urgente a Washington para intentar frenar el impacto de estos aranceles en sectores clave de su país.

“Las economías occidentales están fuertemente conectadas y políticas proteccionistas tan incisivas acabarán dañando tanto a Europa como a EE.UU.”, advirtió Meloni. Aun así, el tono general en Bruselas es de preocupación más que de confrontación, en parte por miedo a una escalada mayor, en parte por la incertidumbre que genera un presidente imprevisible.

El precio de tolerar a un déspota

El silencio cómplice de algunos líderes, la tibieza en la respuesta europea y la pasividad de parte de los medios estadounidenses contribuyen a que Trump siga sintiéndose intocable. Pero la historia demuestra que los líderes que insultan a sus socios, pisotean la diplomacia y gobiernan a golpe de egoísmo nacionalista acaban dejando un legado de ruina, no de grandeza.

Trump no es solo una amenaza para el comercio internacional. Es, ante todo, un peligro para la convivencia democrática, la educación política y la estabilidad global. Cada vez que se sube a un atril, convierte la presidencia de EE.UU. en una caricatura autoritaria. Y lo peor de todo es que lo hace sin pudor, con una sonrisa burlona y una base de votantes que confunde grosería con liderazgo.

No es una broma. No es un “estilo personal”. Es una alerta roja para el mundo.

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