Tras comprobar que los discursos de PP y Vox (máximos exponentes de las derechas españolas) se parecen ya como dos gotas de agua, cabe preguntarse: ¿dónde están los liberales y moderados? ¿Dónde está la derecha aseada, europeizada y civilizada? La vicepresidenta primera, Carmen Calvo, ha dado la clave esta mañana durante la sesión de control al Gobierno: los echamos de España, los mandamos al exilio, los limpiamos del mapa. Desde que Fernando VII llevó a cabo las famosas purgas de políticos, militares, revolucionarios, intelectuales y funcionarios (cientos de soñadores progresistas que acabaron exiliados en Londres o en París, allá por el siglo XIX), la derecha española se encerró en el absolutismo, en el atavismo de las costumbres y la tradición, en el reaccionarismo rancio y carpetovetónico y en una idea enfermiza de España que ha ido pudriéndose con el tiempo.
Mientras en Europa la derecha evolucionaba sin vuelta atrás hacia el liberalismo moderno y democrático, en nuestro país una casta de señoritos, marqueses, terratenientes, financieros, clérigos y militarotes golpistas se aferraba al inmovilismo (para defender sus privilegios) y a un discurso político que hoy, sorprendentemente, sigue vivo y coleando doscientos años después. Desde que los Cien Mil Hijos de San Luis entraron en España para restaurar la monarquía absoluta a sangre y fuego (liquidando el Trienio Liberal y dando por clausurado cualquier proyecto reformista de país), nada se ha movido en el mundo de las derechas y hoy podemos decir que aquellos “realistas” exaltados y ultramontanos del pasado siguen siendo los mismos de hoy, aunque con otra ropa. Solo han evolucionado en el vestuario porque, eso sí, la cartera les sigue dando para ir a la última, aunque por momentos tengamos la sensación de que cualquier día Espinosa de los Monteros aparecerá en el Congreso de los Diputados ataviado con sombrero de copa, negra capa, guante blanco, monóculo, bastón y pantalón a raya diplomática.
Esa forma antigua y rancia de entender España, esa manera de patrimonializar la patria y la bandera, esa obsesión por imponer las formas autoritarias, religiosas y tradicionales, cortando de raíz cualquier brote de progresismo (hoy socialismo), nos llevó a varias guerras carlistas, a un rosario de pronunciamientos militares y a una cruenta Guerra Civil que nos costó un millón de muertos. Mientras en el resto de Europa las sociedades avanzaban ideológicamente, prosperaban y fabricaban telares mecánicos y locomotoras, aquí seguíamos sacando los santos a pasear bajo la atenta mirada del cura, el general y el cacique. Ese delirio nacionalcatolicista de crucifijo e incensario, ese subdesarrollismo analfabeto de cortijo decadente y destartalado que las clases pudientes alimentaron de costa a costa durante siglos, nos llevó a perder la Revolución Industrial, la revolución de las ideas y la educación y la revolución política.
Derechas echadas al monte
En la actualidad, en ningún país europeo se ha conservado tan fidedignamente esa concepción feudal y decimonónica de la derecha española propia del Antiguo Régimen. Hasta los ultras británicos de Boris Johnson parecen más avanzados en sus postulados y más dispuestos al diálogo que los negacionistas del no a todo (Pablo Casado y Santiago Abascal), lo cual ya es decir. A las élites conservadoras de este país les sigue sobrando y bastando (como cuando los tiempos de la Restauración canovista), con el discurso patriotero e inflamado de supuesto amor a la patria, con la idolatría a la rojigualda y con la defensa a ultranza de las costumbres, la tradición y la Iglesia. Más allá de esa retórica vacía, poco más, consumándose así la gran tragedia nacional, que no es otra que sigue vigente aquel grito de antaño, ¡Viva el rey absoluto!¡Viva la religión y la Inquisición!, con el que los reaccionarios se echaban al monte. Estos días hemos visto cómo algunos pretenden que Felipe VI se salte la Constitución y se convierta por arte de birlibirloque en un nuevo Fernando VII resucitado capaz de firmar y no firmar lo que le venga en gana. En cuanto a la curia, es evidente que sigue ostentando mucho poder. Por ahí, nada nuevo bajo el sol.
El mismo proyecto político de las derechas de hace dos siglos sigue estando plenamente vigente hoy y no solo el programa plasmado sobre el amarillento papel, también las maneras de hacer política. No hay más que comparar el Diario de Sesiones del Parlamento de aquellos tiempos decimonónicos con lo que se ha dicho hoy mismo en el debate de control al Gobierno para comprobar que el tono arcaico, medieval, faltón, arrogante y guerracivilista que emplean los señoritos de hoy, los Casado, García Egea, Abascal, Olona y Espinosa de los Monteros, es calcado, punto por punto y coma a coma, a las cosas que se decían ya en el siglo XIX.
Obviamente, con esta derecha que entiende la política como una corrida de toros donde se trata de sacar al adversario político descabellado, a rastras y tirado por las mulillas, un país no puede esperar ningún futuro prometedor sino más bien que la cosa vaya a peor. Estos días, prestigiosos diarios europeos como Le Monde alertan del “clima político nauseabundo” que se respira últimamente en España por la acción de un grupo de políticos nostálgicos del franquismo. Y tan nauseabundo, como que la derecha ha tomado por costumbre plantar a diario, en el hemiciclo de la Cortes, una buena porción de estiércol, bilis, vísceras y charcutería pestilente. Han terminado de convertir el Parlamento en un establo hediondo donde cualquier proyecto de modernización de país es debidamente despiezado y troceado.
Para alcanzar sus siniestros propósitos de mantener los fueros de clase, ni siquiera necesitan saberse la Constitución y las leyes que tanto dicen defender. Les basta con el populismo barato. De hecho, Casado y los suyos ya ni disimulan su preocupante analfabetismo constitucional, como cuando repiten ese mantra de que los indultos a los independentistas catalanes son ilegales. Si hay algo que se ajusta plenamente a derecho es el decreto de medida de gracia que acaba de promulgar el Consejo de Ministros. Pero ellos, los señoritos, los patriotas de opereta, los de siempre, se ponen en evidencia una y otra vez, parodiándose a sí mismos, demostrando una alarmante incultura democrática y aferrándose al clavo ardiendo de los viejos principios de aquella derechona absolutista y trabucaire fundada en tiempos del infame Fernando VII y que desgraciadamente, hoy por hoy, sigue perpetuándose para infortunio de los españoles.