Parte 1: El relato del Pangolín y el control de daños
En estas últimas semanas, las nuevas noticias en torno al complejo industrial farmacéutico se agolpan en las bandejas de entrada de las múltiples redes sociales del equipo de Grupo de Control. No hay tregua. Los eventos de especial relevancia se arremolinan violentamente como si de un tornado se tratase, y cuesta dar abasto a tanta última hora. Unas noticias que para los consejos editoriales de los medios de comunicación de nuestro país no merecen un pequeño espacio en las páginas interiores de los periódicos. Ni un sólo digital se hace eco.
Por ello, aunque sea una labor ardua la que tenemos por delante, es deber ético informar sobre lo que acontece, y hacerlo asequible al lector que se acerque por primera vez a esta colosal trama de engaños, propaganda y medidas totalitarias, impuestas al calor de una urgencia pandémica cuya pertinencia y verosimilitud cada día resulta menos defendible desde la racionalidad. Una trama con cientos de ramificaciones, que conecta los intereses del globalismo filantrópico con el poder político, el poder militar y el poder financiero mediante técnicas de ingeniería social y de control de masas.
Y para que toda esta trama resulte exitosa, es fundamental contar con el poder legitimador de la Organización Mundial de la Salud (OMS), un organismo con apariencia pública, que permita a la opinión pública pensar que todas las decisiones que se toman son por su bien. Pero no adelantemos acontecimientos. Dejaremos el análisis del Tratado de Pandemias para la segunda parte de esta editorial, ese texto por el que la OMS pretende arrogarse la soberanía mundial en Salud Pública con toda opacidad y con una urgencia que, a la vista de los acontecimientos, resulta muy sospechosa. También en la segunda parte trataremos el fastuoso aparato de propaganda y censura que ha crecido en paralelo a la trama, y que es la correa de transmisión por la que el engendro filantrópico globalista llamado Foro Económico Mundial (WEF) disciplina a la opinión pública.
Pero para entender la dimensión del monstruo mediático y político al que nos enfrentamos, es fundamental acercarse el origen de esta escalada liberticida en la que nos encontramos. Y esta búsqueda de la génesis del ataque sin precedentes contra la convivencia y la democracia liberal nos lleva indefectiblemente a Wuhan.
Por ello, comenzaremos la narración fijando nuestro objetivo sobre lo que acontece en el Subcomité del Congreso de los EEUU que investiga el origen del SARS-CoV2 y los llamados “proyectos de ganancia de función (GOF)”. Una comisión en la que el tono general de las intervenciones de los ponentes ha ido creciendo en intensidad y vehemencia, en un crescendo sostenuto digno del mismísimo Stravinsky, al que cada día se suman más instrumentos. Para los que hemos seguido las actividades de esta comisión, resulta reconfortante comprobar el cambio de actitud de muchos de los congresistas, fundamentalmente en el lado demócrata, que si bien en un principio se empleaban con tibieza en sus preguntas a los declarantes, ahora están determinados a ser más incisivos.
Es evidente que algo ha cambiado en el ánimo de la comisión, y al cuento del pangolín se le está poniendo cara de Watergate con las elecciones a la vuelta de la esquina. Cierto es que toda la comisión desprende un ligero aroma a teatralidad, en que algunos de los congresistas escenifican cierta sorpresa e indignación sobre hechos que algunos conocemos desde hace más de tres años. Y como en cualquier obra de teatro, un buen villano permite vertebrar la tensión narrativa en torno a su figura. El elegido para representar este infame papel es un científico de nombre Peter Daszak.
El Dr. Daszak, a la sazón presidente de EcoHealth Alliance, es el villano perfecto, por varios motivos. En primer lugar debido a las actividades de su empresa y su posición en ella. EcoHealth Alliance es una organización con apariencia de oenegé, que servía hasta 2023 de empresa pantalla, de la que la administración estadounidense se valía para destinar fondos públicos a proyectos de ganancia de función en laboratorios de varios lugares del globo, entre ellos, Ucrania (hablaremos de esto en la segunda parte) y, de manera muy significativa, en el Instituto de Virología de Wuhan (WIV).
Los proyectos de ganancia de función consisten en dotar a patógenos comunes (p.e. virus de la influenza), de mayor patogenicidad o conseguir que resulten más infecciosos mediante ingeniería genética, con el objeto de crear eso que se llama en la jerga científico-militar “contramedidas médicas”, esto es, vacunas para la enfermedad derivada de la infección por estos patógenos. Según sus detractores, el concepto de ganancia de función no es más que un sofisticado eufemismo mediante el cual poder evadir la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas Bacteriológicas (Biológicas) y Toxínicas (CATB). Para sus valedores sin embargo, supone una herramienta de incalculable valor con la que poder anticiparse a futuras pandemias y desarrollar fármacos adecuados de manera ágil. Sea como fuere, el debate en el seno de la comunidad científica de Estados Unidos y del resto del mundo occidental al hilo de este concepto derivó en el decreto de una moratoria de financiación por parte de la Administración Obama allá por 2014, precisamente por tratarse de proyectos de alto riesgo, con potencial de crear problemas de salud pública graves en caso de fuga de laboratorio, e incluso en el peor de los escenarios, derivar en una amenaza bacteriológica en un eventual enfrentamiento geopolítico con alguna potencia rival.
EcoHealth Alliance recibía fondos del Departamento de Defensa (DoD), del Pentágono, de la Agencia de Defensa de Investigación Avanzada (DARPA) o de la Agencia de Reducción de Amenazas (DTRA), además de varias agencias de inteligencia asociadas a la CIA. En el ámbito de la salud, recibía fondos del Instituto Nacional de Salud (NIH) dirigido por Francis Collins, del Instituto Nacional de Enfermedades Alérgicas e Infecciosas (NIAID) dirigido por Anthony Fauci o del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta (CDC).
Como pudimos saber gracias a la entrevista que realizamos en Grupo de Control al que fuese vicepresidente de EcoHealth entre los años 2014 y 2016, el Dr. Andrew Huff, existía una determinada desviación entre los fondos recibidos y los proyectos a los que se asignaban, por lo que, cuando EcoHealth o cualquiera de las otras organizaciones de esta índole concurrían a una determinada subvención de alguna de estas agencias gubernamentales, generalmente el proyecto estaba ya desarrollado o en vías de hacerlo.
Allá por Noviembre de 2021, el diario The Intercept, publicaba una información relativa a un proyecto de ganancia de función, cuyos fondos provenían precisamente del dinero de los contribuyentes estadounidenses con la intermediación de EcoHealth, desarrollado en el Instituto de Virología de Wuhan (WIV) en colaboración con científicos estadounidenses y chinos. Motivado por esta filtración a la prensa y por la evidente relación con el origen de la pandemia, el Mayor Joseph Murphy, un mando del ejército del propio DARPA, expresó su preocupación en un informe que acabó siendo publicado íntegramente junto con el propio proyecto de EcoHealth, de nombre Defuse. El proyecto, cuya financiación fue rechazada en origen por el propio DARPA debido a su peligrosidad, describía trabajos de virus recombinantes quimera en un virus similar al SARS, que habrían sido utilizados para infectar colonias de murciélagos en las cuevas de la provincia china de Yunnan, aerosolizando sobre las mismas un pretendido antídoto en forma de vacuna. El modelo de virus correspondería al coronavirus de murciélago RatG13, sobre el que habrían trabajado en este sentido varios científicos asociados al proyecto, entre ellos el científico y profesor de la Universidad de North Carolina, Ralph Baric, junto con la Dr. Shi Zheng Li, viróloga china apodada “batwoman” por sus años de investigación con coronavirus de murciélago, que dirigiría la investigación en uno de los laboratorios del Instituto de Virología de Wuhan (WIV), entre varios otros.
¿Y qué es lo que llamó la atención del Mayor Murphy? A juzgar por su informe, fue la peligrosidad del proyecto. La similitud entre el RatG13 sobre el que Baric y singularmente Shi Zheng Li habrían estado trabajando años atrás para aplicar ganancia de función y el SARS-CoV2 resultaba llamativa a los ojos de un científico versado en la materia. Sin embargo, sólo el SARS-CoV2 presentaba un sitio de corte de furina en la proteína spike del virus, inédito hasta la fecha en sarbecovirus como el SARS- CoV2, por lo que tenía la capacidad de acceder al núcleo de la célula humana conectando con su receptor ACE2, pudiendo así replicarse y crear infección en humanos.
Un estudio publicado en Frontiers in Virology allá por febrero de 2022, que comparaba el genoma del SARS-CoV2 con otros coronavirus, encontraría una coincidencia de casi el 97% con el genoma del RatG13 en el que trabajaron Baric y Zhengli, siendo este el coronavirus que, de largo, mayor coincidencia genómica presentaba de todos los estudiados. También se localizaría una sospechosa singularidad en una porción de la secuencia del SARS-Cov2 de 19 nucleótidos, precisamente en el sitio de corte de furina, que encajaba al 100% con una porción de una secuencia patentada por la empresa Moderna en 2016, la misma empresa que, a la postre, resultaría una de las encargadas de producir las vacunas contra el COVID-19. El estudio citado cifraba la posibilidad de que semejante coincidencia se diese de manera natural en una entre tres billones. Una entre tres billones resulta una posibilidad suficientemente remota como para permitirse al menos dudar de la narrativa hegemónica del salto zoonótico, máxime conociendo los trabajos de Baric, allá por 2005, le llevaron a desarrollar la técnica no see´um, gracias a la cual se podrían ocultar las huellas de manipulación genética en patógenos.
Sin embargo, estos hechos pasaron sin pena ni gloria, permaneciendo relativamente ignotos para el grueso de la opinión pública, difuminados entre el terror pandémico y la coerción ejercida sobre la población a cuento de las inoculaciones. Entre llamadas a la marginación de los no vacunados y normativas cambiantes e incongruentes, las masas alienadas pasaban los días ajenos al incipiente resquebrajamiento de la columna vertebral del cuento del pangolín. Pese a estos sorprendentes hallazgos, las sospechas sobre la posible relación de estos proyectos de ganancia de función o sobre la verosimilitud de la autoría del proyecto Defuse quedaron en suspenso, al menos en Europa, donde el argumentario monolítico pandémico no dejaba lugar al debate. En EEUU poco a poco la calma chicha iba dando paso tímidamente a ciertos movimientos en el ámbito político. Ron De Sanctis, gobernador republicano por Florida, plantaba cara a los mandatos vacunales de la Administración Biden, y el mapa de EEUU se dividía entre los estados en que obligaban a la gente a inocularse productos experimentales y los estados en los que no. De manera insospechada, muchos líderes republicanos se erigían en defensores de la autodeterminación médica, mientras que la inmensa mayoría de líderes demócratas se plegaban al discurso que convenía al complejo industrial farmacéutico. En Europa, sin embargo, la rendición al pensamiento pandémico era total. Altas tasas de vacunación, medidas coercitivas y draconianas, multas, pasaportes vacunales, escarnios públicos, propuestas de retirada de acceso a la sanidad universal o incluso de la patria potestad a los padres que no quisieran inocular a sus hijos. Una verdadera locura que ni siquiera el tremendo shock pandémico puede explicar.
Mientras tanto, el relato del pangolín empezaba a dar ciertas señales de agotamiento, y el principio del fin se cernía sobre sus guionistas. La encomiable labor jurídica de la organización US Right to Know (USRTK), presentando querellas contra las diversas agencias implicadas en la cuestión de los orígenes del COVID, empezaba a dar sus frutos. Gracias a todas sus querellas y a las subsiguientes Actas de Libertad de Información (FOIA) que comenzaron a presentarse en torno a noviembre de 2020, poco a poco hemos podido conocer las comunicaciones y los emails de todos los implicados, tanto en la trama de encubrimiento como en los proyectos de ganancia de función y el WIV. También hemos podido conocer la relación de todos estos hechos con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y un entramado de entes globalistas vinculados a ella que han hecho uso de este tipo de investigaciones a fin de desarrollar programas de vacunación. Esta intrincada relación de organizaciones globalistas la abordaremos en la segunda parte del presente editorial. Mención especial en lo que al esclarecimiento de los hechos se refiere, merece el valor demostrado por el que fuese vicepresidente de EcoHealth, Dr. Andrew Huff, al que tuvimos el privilegio de entrevistar en Grupo de Control, que jugándose su prestigio personal e integridad física, ponía patas arriba el debate público sobre esta cuestión con su testimonio ante el Congreso y el Senado en septiembre de 2022, destapando las actividades más que discutibles que EcoHealth Alliance llevaba a cabo, así como su relación con el complejo militar industrial y farmacéutico. Peter Daszak, presidente de EcoHealth, empezaba a desprender aroma a chivo expiatorio.
Y es que, como ya he mencionado, Daszak es el villano perfecto alrededor del cual articular una narrativa de control de daños creíble, que es a lo único a lo que en esta ponzoña moral a la que llaman democracia podemos aspirar. Además de las actividades de la organización que hemos esbozado someramente, y de su relación con la comunidad de inteligencia, se puede situar a Daszak en todos los diferentes escenarios de la trama. Los emails publicados por razón de las sucesivas FOIA han revelado un Daszak ciertamente muy proactivo. En primer lugar, y así ha quedado acreditado en su declaración ante el Congreso del pasado día 1 de Mayo, Peter Daszak tuvo conocimiento del primer caso de SARS-CoV2 en China, que le fue filtrado, según sus propias palabras, por un científico chino cuyo nombre no ha trascendido, según Daszak porque el gobierno chino estaba deteniendo a científicos que “colaboraban” con agentes extranjeros. Esta información resultó de vital relevancia para que la comunidad internacional pudiese empezar a presionar al gobierno chino, que a regañadientes reconocería una semana más tarde que efectivamente se trataba de un caso de un coronavirus nuevo, con coincidencias genómicas con el SARS, al que se bautizaría con el nombre de SARS-CoV2. Según Daszak declaró en el Subcomité, en cuanto lo supo lo puso en conocimiento de sus allegados, y se publicó en PubMed, una publicación de referencia en el ámbito de la virología y la investigación organizada por el Departamento de Salud y Servicios Humanos de los EEUU (HHS).
Gracias al libro publicado por otro de los implicados en la trama, el actual Jefe Científico de la OMS, Jeremy Farrar - que por aquel entonces era director del Wellcome Trust, un contubernio filantrópico relacionado con la farmacéutica GSK y muy implicado en proyectos de la OMS - supimos de la gran actividad telefónica que mantuvieron tanto él como Daszak y Fauci con el grupo de científicos llamados a jugar un papel muy relevante en los hechos que a continuación relatamos. Ellos eran Robert Garry, Edward Holmes, Angela Rasmussen, Kristian Andersen o Andrew Rambaut, entre otros. Según el propio testimonio de Jeremy Farrar, hicieron uso de teléfonos prepago para no dejar rastro de sus contactos, cosa muy sorprendente si pensamos que su relato de los hechos quedaría plasmado negro sobre blanco en su libro de título “Spike”. Al tiempo que Farrar y Fauci mantenían conversaciones de alto nivel con responsables de los CDC chinos como su director, George Gao, varios de los científicos anteriormente enumerados se aplicaban con vigor en presionar a sus homólogos chinos, con el fin de que el genoma fuese publicado cuanto antes, siendo el propio Andrew Rambaut el encargado de hacerlo el día 7 de enero de 2020, presumiblemente tras una filtración.
En esos primeros instantes, las diferentes teorías sobre el origen del SARS-CoV2 enfrentaban a gran parte de la comunidad científica, con insultos cruzados entre prominentes virólogos en redes sociales. Tocaba atajar el debate, y por ello Daszak y Fauci se repartieron las tareas. Fauci se encargaría de blindar la teoría de la zoonosis, mientras que Daszak concitaría el apoyo de sus allegados en aquella famosa carta publicada en The Lancet, que vería la luz el 19 de febrero de 2020, en la que se tildaba de teoría de la conspiración toda aquella teoría que sugiriera que el COVID-19 no tenía un origen natural. Entre los firmantes de la carta, varios ilustres de la distopía pandémica. Christian Drosten, el impulsor de los protocolos de detección diagnóstica con la técnica PCR, piedra angular sobre la que reposaba toda la legitimidad de las medidas que se tomarían con posterioridad, Jeremy Farrar, al que ya hemos presentado someramente, y nuestro estimado Luis Enjuanes, ese simpático investigador jubilado del CSIC, que trabajosamente sacaba adelante la famosa vacuna española que nunca vio la luz, con la ayuda de su grupo de pizpiretos becarios. Los becarios de Enjuanes, por cierto, se convertirían durante los meses subsiguientes en toda una brigada de defensa de la zoonosis en redes sociales, vilipendiando y despreciando a todo aquel que se atreviera a poner en duda la narrativa del pangolín. Otra anécdota curiosa que se desprende de una de las múltiples FOIA que han ido surgiendo es que Daszak sugirió a Ralph Baric, Shi Zheng Li y Linfa Wang, los científicos encargados del desarrollo del proyecto Defuse, que no firmaran la carta, para disimular el colosal conflicto de interés que en realidad la motivaba.
Al tiempo, Fauci y Farrar se aplicaban en su tarea de dotar de un corpus teórico a la narrativa. Para ello contaría con la ayuda de la guardia pretoriana de Fauci, Kristian Andersen, Robert Garry, Edward Holmes y Andrew Rambaut, que firmarían conjuntamente el famoso “Proximal Origin of SARS-Cov2”, un paper que ha envejecido bastante mal a la vista de los acontecimientos. Tan es así, que la revista Nature ha retirado la publicación de su repositorio de publicaciones. También gracias a sendas FOIA, pudimos saber que ni siquiera los firmantes de ese “estudio” contemplaban la zoonosis como opción más plausible. Para la posteridad de la infamia pandémica quedará la expresión “friggin´ likely”(condenadamente probable), con la que Kristian Andersen se refería a la posibilidad de que el virus procediese de un laboratorio. El virólogo británico afincado en Sidney, con fuertes vínculos con China, sería todavía más contundente, afirmando lo siguiente: “Seamos realistas, a menos que hubiese un denunciante del WIV que desertara y viviera en Occidente bajo una nueva identidad, NUNCA sabremos qué pasó en el laboratorio”. Pocos meses después de escribir el “Proximal Origin”, texto de referencia de la narrativa zoonótica, Kristian Andersen recibiría una subvención del NIAID de Fauci por valor de 8,9 millones de dólares. Roma no paga traidores, pero el NIAID al parecer sí. Cabe destacar una ausencia muy significativa en esta trama, que incluye a ínclitos representantes de prácticamente todos los organismos de salud pública de la administración estadounidense, a excepción del Dr. Robert Redfield, que por aquel momento era el jefe de los CDC de Atlanta. Quizás la determinación expresada a Anthony Fauci en indagar todas las vías posibles no le hizo merecedor de su confianza. En marzo de 2023, Redfield apuntaba ante el Subcomité del Congreso como origen más probable del SARS-CoV 2 la posibilidad de una fuga de laboratorio lamentándose de haber sido excluido en aquellos momentos de febrero del 2020 de las deliberaciones que dieron lugar al “Proximal Origin”.
Por si le faltase algún elemento a este vodevil, a finales de junio de 2021, un biólogo evolutivo del Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson, de nombre Jesse Bloom, que intentaba reconstruir las secuencias del genoma del virus basándose en 34 muestras de los primeros casos en Wuhan, descubrió que los 241 archivos con datos de secuencias genómicas publicados en la base de datos del NIH habían sido misteriosamente borrados. Sorprendido por semejante hallazgo, Bloom se puso en contacto con Anthony Fauci y Francis Collins. Collins organizó una reunión de Zoom a la que invitó a Kristian Andersen y Robert Garry, a los que ya hemos mencionado anteriormente. Para cuando la reunión tuvo lugar, Jesse Bloom ya había publicado en preprint su hallazgo, por lo que quedaba el registro. Por las notas que tomó Bloom de la reunión, hemos podido conocer el tremendo impacto que tuvieron sus hallazgos en el desarrollo de dicha reunión. El ambiente se crispó súbitamente cuando Bloom compartió el resultado de sus indagaciones. En sus notas se narran gritos cruzados entre varios participantes y una gran tensión. Fauci, al parecer se lamentó por el contenido de la descripción en el informe de Bloom, porque daba la impresión de que científicos chinos habrían eliminado subrepticiamente los archivos de la base de datos. No conviene olvidar que para poder borrar secuencias en la base del NIH, es necesario contar con la aquiescencia del propio NIH, lo que añade una sombra de sospecha sobre su implicación en el suceso.
Siempre según las notas de Bloom, Andersen habría intervenido muy alterado señalando que este hallazgo podría dar alas a teorías de la conspiración, comprometiendo así el prestigio de científicos como él. Jesse Bloom afirmó en sus notas que Andersen llegó a proponer eliminar el preprint de la base de datos de BioRxiv, dado que como evaluador del sistema, tenía la posibilidad de hacerlo él mismo. Collins y Fauci expresaron su disconformidad con la propuesta de Andersen y solicitaron a Bloom que lo tuviese en consideración, se entiende que para que constase en sus notas. Posteriormente, Andersen declaró que lo contenido en las notas de Bloom respecto a su oferta era falso. Se puede dudar de la veracidad de lo afirmado por Bloom en sus nota, por lo que este extremo quedaría al albur del juicio personal de cada uno sobre la confianza que puedan generar los distintos testimonios, de no ser porque Bloom, astutamente se podría decir, invitó a otro biólogo evolutivo de su confianza a la reunión, el Dr. Sergei Pond, que pudo dar fe de la veracidad de lo contenido en las notas de Bloom. De su estudio se desprenden además otras conclusiones que socavaban la verosimilitud de la narrativa del pangolín, ya que permitía inferir que el virus ya llevaba cierto tiempo circulando, por lo que situar el paciente cero en el mercado húmedo de Wuhan era poco menos que aventurado. Posteriormente hemos tenido pruebas de presencia del virus en varios lugares alejados entre sí, en Italia en agosto de 2019, o en las aguas fecales de Barcelona en marzo de este mismo año, meses antes de la declaración oficial del primer caso de Covid-19 en Wuhan.
Este suceso, que pasó ciertamente desapercibido para el gran público, no supuso en el momento la demolición inmediata de la teoría de la zoonosis, generalmente aceptada por la gran mayoría de medios de comunicación, pero si auguraba la lenta descomposición del relato a la que asistimos hoy. La posición monolítica de Daszak y Fauci iba sufriendo una erosión lenta y agónica, y como en un barco con el casco agujereado, su capacidad de achicar agua se fue mermando paulatinamente a lo largo de los últimos dos años. Consta, a título de ejemplo, que Daszak se aplicó con vehemencia en su intento de retirar un estudio publicado en el repositorio del NIH por el virólogo argentino Ariel Fernández, en el que se demostraba que el SARS-CoV2 era producto de un trabajo de ganancia de función, relacionado con el RaTG13 estudiado por Baric y Zhengli. Ello hacía más plausible una hipótesis, despreciada por los pretorianos de Fauci y Daszak, por la que presuntamente tres mineros fallecidos a consecuencia de una extraña neumonía allá por 2012 mientras realizaban labores de limpieza en la mina de Mojiang, sita en la provincia china de Yunnan, pudieron haber haber muerto precisamente a consecuencia de la infección por RaTG13. Desde entonces, el crédito de los valedores de la narrativa zoonótica no ha dejado de caer. Una de las primeras estocadas recibidas se la asestaría un hombre del sistema, que trabajase en el pasado para el Fondo Monetario Internacional encargado, entre otras misiones de relevancia del desguace de la Rusia post perestroika, Jeffrey Sachs. Sachs dirigía al grupo de expertos de la comisión de The Lancet encargada de estudiar el origen del SARS-CoV2 en China. Si bien del estudio se desprendía que tanto la vía de la zoonosis como la de la fuga seguían abiertas, Sachs se atrevió a afirmar públicamente que, a su juicio, la opción más probable era la fuga de laboratorio. Un duro golpe, sin duda. Ni más ni menos que The Lancet, el mismo medio en que vería la luz la carta organizada por Daszak, publicaba el 31 de mayo de 2022 un estudio firmado por varias decenas de científicos en el que se sentenciaba que las dos opciones, a saber, la teoría zoonótica y la de la fuga, debían permanecer abiertas. Ya no era una “teoría de la conspiración” sino una hipótesis plausible.
Desde entonces, en un cuentagotas lento pero incesante, varias agencias y departamentos de la administración de EEUU han ido apuntalando la opción de la fuga de laboratorio, hasta convertirse en la opción más probable a ojos de la opinión pública estadounidense, dejando a Daszak, Fauci y sus muchachos al pie de los caballos, sumidos en una crisis de descrédito creciente por la cual quizás alguno de ellos pueda acabar respondiendo penalmente. Primero fue el Departamento de Energía (DoE) allá por febrero de 2023, que señalaba la fuga como opción más probable. Luego se sumó el FBI (Oficina Federal de Inteligencia), apenas dos semanas más tarde. En septiembre de 2023, pocas semanas después de que Kristian Andersen compareciese frente al Subcomité para responder sobre las cuestiones que hemos narrado en este editorial, conocíamos por el testimonio de un agente de la CIA, que del grupo de siete agentes que investigaban el origen del COVID, sólo uno de ellos respaldaba la hipótesis de la zoonosis, por lo que a los seis restantes se les ofreció una compensación económica a cambio de modificar su posición al respecto. Al conocer esta información, el presidente del Subcomité, Brad Wenstrup, representante republicano por Ohio, ordenó a la CIA hacer públicos todos los informes, comunicaciones y listas de pagos relacionados con esta investigación. Quizás debido a la presión constante de algunos congresistas a título individual, o al peso de las múltiples FOIA que han ido cayendo como losas, en las últimas semanas hemos conocido que la posición tanto del FBI, como de la CIA con respecto del origen del SARS-CoV2, consiste en culpar a China del escape de laboratorio, responsabilizando a Daszak y a EcoHealth de llevar la investigación a los laboratorios de Wuhan.
Sea como fuere, el villano Daszak parece ser el elegido para interpretar en papel de chivo expiatorio. Bien es cierto que ha comprado muchas papeletas, eso es innegable. Su declaración del pasado 1 de mayo ha supuesto el pistoletazo de salida del que será el frente pandémico por el que discurrirá parte del debate de las próximas elecciones previstas para noviembre. Por un lado, los demócratas no pueden permitir que los republicanos socaven su credibilidad a costa de este asunto, pero tampoco pueden permitir que se levante el velo del todo y que se conozcan todos los proyectos similares que se están financiando a través del programa PREDICT, en el que colaboran con la OMS y varios engendros filantrópicos globalistas, y que el hilo acabe llevando a la empresa de Hunter Biden, Metabiota, y sus biolaboratorios de Ucrania (sobre este extremo conoceremos más en la segunda parte de este editorial). Por otro, los republicanos, más activos en indagar pero con una acusada intención de revigorizar el concepto trumpista del “virus chino”.
A Daszak se le hizo visiblemente cuesta arriba la declaración. Tres horas en las que negó, minimizó, descontextualizó y se remitió a futuros envíos de documentación. Lo que se conoce en el argot futbolístico como achicar balones. Además, como aperitivo, se hizo pública en un artículo de KatherineEban para Vanity Fair la declaración de Ralph Baric, el padre presunto de los trabajos de ganancia de función sobre el virus RaTG13, justo antes de que Daszak declarara. Es evidente que la coincidencia en los tiempos no es azarosa y responde a una clara estrategia de comunicación. En su declaración, Baric afirmaba haber avisado a Daszak de que los trabajos de Defuse no se podían realizar en un biolaboratorio de nivel de seguridad 2 (BSL-2), y que se precisaban de un BSL-3. Cierto es que en los borradores de Defuse, donde se podían leer los comentarios de los científicos que participaban en su redacción, consta un comentario en el que Baric advertía de que al DARPA no le iba a hacer ninguna gracia que el proyecto se desarrollase en un BSL-2, por mucho que se ahorrasen costes. En ese borrador, Daszak admitía que ciertos detalles, como los roles en la investigación, o incluso el lugar de realización, se podrían decidir cuando se consiguiese la subvención. En el Congreso, Daszak zanjó la cuestión arguyendo que no hay caso ya que el proyecto finalmente nunca se realizó, cuestión que se ha demostrado falsa. La otra preocupación de especial relevancia para varios miembros del Subcomité, es la relativa al hecho de que EcoHealth hubiese entregado las memorias de gasto de las subvenciones correspondientes a dos años concretos de ejercicio, el cuarto y el quinto. Según Daszak, se intentó aportar la documentación al servidor, pero el intento fue rechazado por el sistema informático. Sin duda, una excusa infantil de perro que se come los deberes. Y es que, aunque resulte difícil de creer, EcoHealth ha seguido recibiendo dinero del NIH hasta 2023
Otro candidato a cargar con parte del mochuelo es Anthony Fauci, acosado del mismo modo por solicitudes de libertad de información (FOIA) diversas, con todas sus comunicaciones intervenidas y con el cerco estrechándose en torno a sus colaboradores directos, su factotum en el NIH, el Dr. Francis Collins, y uno de sus asesores, el Dr. David Morens, que a mayor abundamiento, ha sido citado a declarar el día 22 de mayo para responder, entre otras cuestiones, sobre los emails que se cruzó con Daszak en los que sugirió utilizar el correo personal en sus comunicaciones para así evitar las FOIA. Las noticias se agolpan y el tempo de la obra se acelera. En el momento en el que escribo estas líneas, el Subcomité emite una citación para que declare Jeffrey Sturchio, un asesor de comunicación de Daszak, por presuntamente ayudarle a obstruir la investigación. La declaración de Fauci tendrá lugar el próximo día 3 de junio, y si bien es cierto que ver a Fauci declarar en el Congreso se nos hace ciertamente familiar, ésta promete ser singularmente cruenta, mucho más si cabe que todas las anteriores.
En cualquier caso, no es momento de lanzar las campanas al vuelo. No animo en absoluto al lector de esta editorial a ser excesivamente optimista. Esta campaña no responde ni remotamente a una búsqueda de la verdad genuina, sino simple y llanamente a una política premeditada que cumpla la doble función de servir de control de daños por un lado, y de presionar al gobierno de China por el otro. Fuera del foco principal permanecen otras cuestiones, a saber, el Evento 201 de Gates y el World Economic Forum, las decenas de proyectos de ganancia de función que se siguen financiando, personajes como Peter Hotez, Jeremy Farrar, el propio Secretario General de la OMS y la relación de esta trama con la fabricación e inoculación masiva de vacunas y la estrategia del terror pandémico. Todas estas cuestiones, las abordaremos en la próxima entrega de este editorial.