Casimiro Granzow y Sofía Casanova llegaron a conocerse y fueron buenos amigos en medio de la caótica guerra que se inició tras el ataque alemán de septiembre de 1939; incluso el diplomático ayudó a la periodista a mandar sus artículos y crónicas al diario madrileño ABC, del que era su corresponsal en la capital polaca. Pero lo que realmente les une es que ambos escribieron dos libros -muy desconocidos, todo hay que decirlo- que constituyen un relato coincidente y pormenorizado de la tragedia que se abatió sobre Polonia durante casi seis largos años de horror, muerte y cautiverio de toda una nación. Ambos libros, El drama de Varsovia (1939-1944) de Granzow yEl martirio de Polonia de Casanova, nos relatan, a veces con todo lujo de detalles y apasionado amor por Polonia, la guerra, la posterior ocupación de todo el país y la crueldad desconsiderada de los nuevos ocupantes con sus habitantes.
Casimiro Granzow de la Cerda nació en Varsovia en 1895, de padre polaco y madre española, y fue un hombre donde los haya bien polifacético. A lo largo de su vida, fungió como diplomático antes del advenimiento de la Segunda República española en Varsovia, representando los intereses de España, cargo al que volvió en febrero de 1939, unos meses antes del ataque alemán a Polonia. Pero también se desempeñó como escritor, historiador -fue académico de la Real Academia de Historia- y empresario en la Argentina de la posguerra.
En las páginas web de la Real Academia de Historia hemos encontrado esta reseña biográfica que reproducimos parcialmente: “Procedente de una noble y antigua familia, Casimiro Florencio Granzow y de la Cerda (más tarde, Granzow de la Cerda y Haeger) era hijo de Estanislao Federico Grazno y Haeger y de María del Pilar de la Cerda y Seco, condesa de Villar. Estudió en las Universidades de Valladolid y Madrid. Se graduó como Licenciado en Derecho. En 1919, editó en San Sebastián su primer libro dedicado a Polonia: Polonia. Su gloria en el pasado, su martirio y su resurrección. Desde agosto de 1919, al crearse la legación de España en Polonia, servía de canciller honorario (oficial y establemente desde marzo de 1920; hablaba, entre otras lenguas, el polaco)”.
Sin embargo, por lo que es realmente conocido Granzow es por su libro ya citado El drama de Varsovia (1939-1945), en que se enumeran numerosos episodios trágicos relativos a la agresión alemana, la ocupación, el exterminio de los judíos, la persecución a los católicos y a la jerarquía católica y la eliminación de la elite polaca por parte de los ocupantes alemanes. El texto abunda con numerosos detalles, datos, cifras y hechos en todos estos acontecimientos relatados con rigor, precisión y objetividad, denunciando la brutalidad alemana imbuida en sus soldados y mandos por una ideología, el nacionalsocialismo, despiadada, inhumana y racista.
En aquellos días terribles, según cuenta nuestro testigo en Varsovia, “los crucifijos fueron arrancados de las escuelas y los sacerdotes obligados a entonar públicamente una oración dedicada a Hitler después de la misa”. También, según relata en su libro-diario, centenares de sacerdotes y monjas fueron enviados a los campos de la muerte, de donde nunca regresarían, y escribirían otra página de la represión nazi en Polonia, de la que casi ninguna institución escaparía. Por no hablar del trato a los judíos, que fueron excluidos de la sociedad polaca desde el primer momento y después, como en otras partes de Europa, condenados al exterminio.
El gueto de Varsovia
El diplomático español también fue testigo de lo que estaba ocurriendo en la capital polaca, más concretamente cuando se abrió el gueto de Varsovia, y así lo relata: “La vida en el gueto se hace, de día en día, más terrible. La mortalidad aumenta, los cadáveres yacen en las calles esperando turno para ser enterrados: se desarrollan escenas dantescas, y van llegando nuevos transportes de judíos procedentes de Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Rumania,Yugoslavia, Bulgaria y Grecia, sin contar con los de Austria, Italia y el “Protectorado”. También Granzow fue testigo de la liquidación del gueto de Varsovia por parte de los alemanes y del asesinato de casi todos sus moradores.
Según cuenta el escritor hispano-polaco, la mayor parte de los judíos del gueto fueron enviados al campo de concentración de Treblinka, donde serían gaseados sin contemplaciones nada más llegar tras un viaje terrorífico en transportes de ganado vía ferroviaria a través de la llanura polaca. “Pero, además, en los campos de exterminio a donde llegaban trenes de judíos, procedentes de todos los países de Europa ocupados por los alemanes, se les liquidaba sin tomarles la filiación; otros eran fusilados individualmente, y hasta en los campos de prisioneros de guerra, tales como en Lubeck, se instalaron guetos, con objeto de aislar a los soldados y oficiales de procedencia semita…”, señala el diplomático.
“El desprecio, la crueldad y el odio inculcados a los alemanes por el nacionalsocialismo contra los judíos sobrepasan cuanto la imaginación humana puede concebir. Únicamente así pueden explicarse la tortura y la matanza llevadas a efecto en Polonia”, explicaba el diplomático español como testigo de lo que estaba ocurriendo. También relata, por supuesto, el Holocausto que estaba aconteciendo ante sus narices, en él que tuvieron una participación especial los verdugos voluntarios locales de Hitler en aquellos lugares donde llegaban y perpetraban sus abyectos crímenes.
Alzamiento de Varsovia contra los nazis
Una parte de este relato desgarrador y apasionado, pero también conciso y detallado, es un diario sobre los acontecimientos que se producen día tras día durante los sucesos del Alzamiento de Varsovia contra los nazis, acontecido entre agosto y octubre de 1944. Mientras los soviéticos contemplaban la revuelta de los polacos en los arrabales de Varsovia y sin hacer nada por ayudarlos, los nazis machacaban sin piedad a la ciudad en manos de los resistentes.
Los polacos no contaban ni con artillería ni con recursos aéreos frente a centenares de tanques, miles de hombres, una artillería certera y aviones que bombardeaban sin cesar las defensas polacas, incluyendo hospitales y clínicas con las banderas de la Cruz Roja y objetivos civiles donde se refugiaban miles de personas indefensas y desarmadas. Decenas de enfermos, médicos y enfermeras murieron en los ataques alemanes indiscriminados y en la segunda semana de agosto de 1944 fueron ejecutados sin piedad 40.000 ciudadanos polacos, muchos de ellos sin ni siquiera haber participado en la insurrección, en la que fue conocida como la Matanza de Wola (barrio de Varsovia). Esa era la realidad, la que cuenta el crudo relato de Granzow explicando cómo era el día a día de una ciudad abatida y arrasada, cercenada por el terror implacable y un fuego enemigo que no perdonaba.
Tal como da fe el diplomático español que informaba a la embajada española en Berlín de todo lo que sucedía en la capital polaca, las tropas soviéticas, que ya habían llegado a los suburbios de Varsovia, se negaron a auxiliar a los resistentes polacos y atender sus necesidades militares, negándoles ayuda por aire y por tierra incluyendo aquí armamento. Incluso, agentes del servicio secreto soviético, el temido NKVD, llegaron a arrestar, el 10 de septiembre de 1944, a varios emisarios enviados por los polacos para negociar la creación de un ejército mixto que pudiera hacer frente a los alemanes. Estaba claro que la estrategia soviética pasaba porque el alzamiento polaco fuera aplastado, derrotado y diezmado por los alemanes para, a renglón seguido, someter a toda Polonia sin apenas resistencia ni fuerzas disidentes. Las fuerzas soviéticas tenían como única misión la imposición de un régimen comunista de corte soviético, tal como finalmente pasó. La larga noche de la glaciación comunista ya se atisbaba en aquellas jornadas de plomo y muerte.
Así cuenta de una forma conclusiva qué es lo que había sucedido en Polonia nuestro representante diplomático en Varsovia: “Lo que han sido estos cinco años y ocho meses de cruel y sangrienta conflagración mundial lo sabemos todos; pero quien los haya pasado en Polonia y haya podido apreciar de cerca la serie de crímenes cometidos por los alemanes con el pueblo polaco llega al convencimiento de que, humanamente, no puede existir perdón para la barbarie y el salvajismo desplegado por las jaurías de Hitler, organizando la mayor “caza del hombre”. En julio de 1944, cuando los soviéticos estaban ya en territorio polaco y a punto de liberar Varsovia, Casimiro Granzow abandonó Polonia para siempre y nunca más volvería a pisar territorio polaco, en parte porque el gobierno de Franco nunca entabló relaciones con el nuevo gobierno comunista de Varsovia, al que no reconocería España hasta después de la muerte del dictador.
Una periodista en la guerra polaca
El texto de Sofía Casanova (1861-1958), El martirio de Polonia, es un libro muy distinto al de Casimiro Granzow. Casanova era una firme partidaria del régimen de Franco, de ideas derechistas y firme defensora del régimen emanado de nuestra Guerra Civil. Esas ideas explican muchas cosas del texto, como por ejemplo que no haya una condena explícita del régimen nazi, que había apoyado a Franco durante la contienda española, y que la descripción de los crímenes cometidos por los alemanes sean vistos como trágicos acontecimientos sin mención alguna al régimen criminal que perpetraba los mismos en nombre de la supremacía étnica. Separar ambos hechos es una perversión intelectual, claramente.
Al comienzo de la guerra, Casanova, que era colaboradora del diario ABC, escribió al relatar la conquista de Polonia: “La guerra invade el país. En días, casi horas, han sido tomadas ciudades y la sagrada Czestochowa. La radio conturba con verbosidad inoportuna el ánimo que hiere el alma religiosa de Polonia. Allí está su Virgen Milagrosa, su Patrona, con la advocación de “Reina de la Corona de Polonia”. La radio habla de triunfos inmediatos. De la ayuda eficaz de Inglaterra y Francia. Ahora, en este momento, cuando hace un cuarto de hora que he subido, otra alarma avisa a Varsovia que se acercan los aviones (alemanes). Sin tiempo de lavarme, vuelvo a echarme el vestido y bajo”.
Casanova, gallega y mujer avanzada y moderna para su tiempo, relata sobre todo lo que acontece en las primeras semanas del ataque alemán y posterior ocupación del país por el invasor. Los polacos se rindieron en apenas cinco semanas y tuvieron que hacer frente en ese septiembre fatídico al ataque alemán y al soviético, el 17 de ese mismo mes. Fruto del acuerdo secreto entre la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin, Polonia fue repartida entre ambos, su gobierno y ejército, disueltos, y miles de polacos asesinados sin contemplaciones. El país se convertiría durante seis años en un gran ergástula controlada por los dos sempiternos enemigos de Polonia.
El Holocausto y destrucción del gueto de Varsovia
El libro de Casanova está escrito con Miguel Branicki, de quien desconocemos su biografía y no hemos encontrado noticia del mismo en ningún sitio. La parte de Casanova se titula en el libro Polvo de Escombros y la de Branicki lleva el sugerente título de Estampas polacas. Ambos textos se complementan, incluso cronológicamente, ya que mientras que el de Casanova concluye con la derrota polaca en la guerra, el 6 de octubre del 1939, el de Branicki relata hechos acontecidos después, como la matanza de 22.000 oficiales polacos por los soviéticos en Katyn, la persecución de la Iglesia católica polaca por los alemanes y el comienzo de las primeras matanzas de judíos por los nazis.
Así relata Branicki la apertura de los primeros campos de concentración: “Se crearon verdaderas ciudades de la muerte, que eran campos de concentración con cámaras de gas y hornos crematorios en los que se quemaba a las víctimas. Uno de estos campos, que llegó a tener una nombradía espantosa, es el de Majdanek, situado a unos 33 kilómetros de Lublin. Se calcula que en él se ejecutaron a cerca de 200.000 personas, la mayor parte hebreos. Una valla de alambre de espino, por la que pasaba una corriente eléctrica; 14 torretas con ametralladoras y un equipo de 200 perros feroces guardaban esa metrópoli de la muerte”. Branicki también se refiere a Auschwitz y el asunto no es baladí porque el libro está editado en 1945 y en aquel momento nadie conocía con exactitud la verdadera dimensión de la tragedia que había significado el Holocausto. También cabe preguntarse cómo la obra, publicada en Madrid, pudo sortear la censura del régimen de Franco, toda vez que el régimen había sido aliado de los nazis durante la guerra e incluso había enviado a luchar a la División Azul junto con Alemania.
Un episodio que relata Branicki es el alzamiento del gueto de Varsovia, cuando los judíos, “al ver que su destino era ser sacrificados como ganado en los mataderos, resolvieron morir matando y en el mes de abril de 1941 se sublevaron, haciéndose fuertes en el gueto de Varsovia. Se calcula que unos 50.000 participaron en el alzamiento, para reducir el cual tuvieron los alemanes que emplear la artillería gruesa y la aviación”. Y así concluye el capítulo relativo a ese heroico episodio: “Una semana duraron los combates casa en casa, de calle en calle. Todo el gueto quedó destruido, y de sus habitantes se salvaron muy pocos. Los que consiguieron salir de la ciudad se refugiaron en el campo, donde los aldeanos los escondieron”.
Todos estos hechos que relata Branicki, como los detalles y pormenores de la matanza de Katyn, ocurrida en septiembre de 1940 y que los soviéticos trataron sin éxito de endilgar a los nazis en esos tiempos de confusión y guerra, cayeron luego en el olvido durante 44 largos años (1945-1989). Las nuevas autoridades de la Polonia comunista, en aras de salvaguardar la “amistad” con los soviéticos, ocultaron los crímenes de Katyn durante ese tiempo y la historia oficial del país pasaba por alto los mismos. También los dos alzamientos, el de los judíos y el de los polacos de Varsovia, fueron pasados por alto, ya que en ambos casos los soviéticos no habían movido ni un dedo por ayudar a los desgraciados combatientes, que acabaron pereciendo en su gran mayoría a merced de la implacable maquinaría alemana.