El agua es el elemento clave para que haya vida y el acceso a la misma es un derecho humano reconocido por la ONU desde el año 2010 en su Resolución 64/292 que exhorta a los Estados y organizaciones internacionales a proporcionar recursos financieros, a propiciar la capacitación y la transferencia de tecnología para ayudar a los países, en particular a los países en vías de desarrollo, a proporcionar un suministro de agua potable y saneamiento saludable, limpio, accesible y asequible para todos.
Sin embargo, desde el 7 de diciembre de 2020, en plena pandemia de Covid-19, el agua comenzó a cotizar en el mercado de futuros de materias primas debido a la escasez de este bien, cuyo precio ya está fluctuando como lo hacen el petróleo, el oro o el trigo.
El índice Nasdaq Veles Califonia Water Index se basa en un indicador de precios de los futuros del agua en California que en el día de la apertura cotizó a unos 486,53 dólares por acre-pie (1.233 metros cúbicos de agua) y que ha llegado a tener un valor de 1.282 dólares.
CME Group, la compañía estadounidense que opera en los grandes mercados de futuros y derivados, reconoció que a partir de esa fecha ya se podría especular con el precio del agua. Eso quiere decir que, a mayor escasez, una rentabilidad más grande para quien haya invertido.
Sin embargo, cuando Wall Street entra a especular en bienes de máxima necesidad las personas sufren. No hay más que recordar cómo, tras la quiebra de Lehman Brothers y el inicio de la crisis global de 2008, los grandes capitales financieros comenzaron a trabajar en los mercados de futuro del cereal, lo que generó un incremento del precio del trigo o el arroz que derivó en una gran hambruna en el Cuerno de África en la que murieron millones de personas.
La relación entre la actual sequía y el cambio climático es obvia. La escasez de agua se ve agravada por el cambio climático y el crecimiento de la población mundial, lo que da resultado a una mayor competencia por un recurso cada vez más escaso y de disponibilidad cada vez más errática.
EL agua es parte principal de la producción agrícola. Los distintos cultivos tienen necesidades hídricas diferentes para un crecimiento óptimo. La agricultura desempeña una función vital en la ecuación del agua, por ser el responsable de al menos el 70% de las extracciones de agua limpia.
La escasez hídrica significa menos agua para la producción agrícola, dando resultado a una menor disponibilidad en alimentos, amenazando la seguridad alimentaria y la nutrición.
Teniendo en cuenta que la población mundial alcanzará los 9.000 millones en 2050, está claro que la escasez de agua es una amenaza real para la seguridad alimentaria, ya que habrá que cultivar más alimentos con recursos hídricos limitados.
El hecho de que el agua cotice en bolsa es un elemento nuevo en la gestión del agua, pero ya hace años que se especula con el agua y sobre todo con el acceso a la misma. La desigualdad en su distribución a nivel mundial es enorme, tanto por razones climáticas, como por razones políticas. El 40% de la población mundial sufre escasez de agua. Son 3.000 millones de personas. Esta escasez y la falta de acceso al agua potable causa enfermedades y muertes todos los días.
La explotación del agua lleva un ritmo creciente en las últimas décadas, y su escasez lo convierte en un bien muy preciado. El sector privado es el que más presente tiene su valor. El Banco Mundial alertó de que «es un factor vital para la producción, por lo que la reducción de sus existencias puede reflejarse en una desaceleración del crecimiento económico».
No obstante, para algunos sectores económicos es uno de los recursos más monetizables, ya que su desarrollo y crecimiento económico dependen en un alto porcentaje del agua. Más del 70% de agua en el mundo se usa en la agricultura, se destina a usos intensivos, no a regar cultivos tradicionales.
El sector energético también lo necesita y es parte de muchos procesos industriales. El desarrollo turístico también depende de ella. A estos sectores hay que añadir la mercantilización del agua: la venta de agua embotellada, la privatización de las redes de suministro o los trasvases que se hacen de una región a otra.
La escasez, la especulación y la privatización llevaron el agua hasta Wall Street, donde los mercados insisten en hacer creer que aumentarán la eficiencia del recurso. Aunque ya es sabido que la privatización produce más desigualdad y menor acceso, porque el sector privado no aplica criterios de solidaridad sino criterios de mercado, como la maximización del beneficio económico.
Por tanto, el agua, siendo un derecho humano, ha pasado a ser un bien muy codiciado y la especulación con este recurso conllevará más desigualdad, más pobreza, más enfermedad y más guerras.