El verano de 2025 será recordado por la perpetuación de uno de los males más peligrosos del que los españoles son víctimas: sus políticos. En estos meses se ha visto cómo los dos principales partidos, seguidos, evidentemente, por las formaciones de extrema izquierda y ultraderecha, han incrementado su guerra particular con reproches y acusaciones de las que tanto PP como PSOE son protagonistas. Por un lado, estuvo la polémica por los currículos fake de muchos de sus dirigentes. Tanto en los populares como en los socialistas había engorde de estudios pero ellos se echaban en cara lo que tendrían que callarse.
La ola de incendios que está asolando el país ha derivado en otra polémica: las vacaciones de los líderes nacionales o regionales. En el PSOE, por ejemplo, se preguntaban dónde estaban los presidentes de las comunidades autónomas del PP mientras el territorio ardía. Sin embargo, Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, no ha interrumpido sus vacaciones en la fortaleza de Lanzarote y, simplemente, se ha comunicado a través de post en X. La excusa que han dado es que no se quieren interrumpir las labores de extinción con una visita protocolaria. Ese argumento es una boutade que, no obstante, demuestra que Sánchez precisa de un servicio de seguridad que rivaliza con el del presidente de los Estados Unidos porque no puede pisar la calle.
En el PP, por su parte, también tienen que callarse porque, en realidad, las críticas del PSOE son acertadas. Isabel Díaz Ayuso está en Miami, Alfonso Fernández Mañueco estaba en Cádiz y a Juanma Moreno no se le vio por Tarifa.
En el circo de la política española, hay un número que nunca pasa de moda: acusar al adversario de lo mismo que uno mismo podría ser acusado. No importa la ideología, el color de la corbata o la bandera que se agite. El mecanismo es tan viejo como efectivo: atacar para desviar la atención, invertir el rol de acusado y acusador, y sembrar la duda en la opinión pública.
Este fenómeno, bautizado por algunos analistas como “proyección política”, se ha convertido en una herramienta recurrente. En España, basta con seguir una sesión de control para encontrar ejemplos recientes: un partido acusa a otro de corrupción mientras lidia con investigaciones judiciales internas; un grupo denuncia opacidad en la gestión pública mientras evita entregar documentos sobre sus propios contratos; un líder exige regeneración democrática mientras coloca a familiares y afines en puestos clave.
Estrategia con doble filo
La táctica funciona porque explota dos resortes psicológicos de la ciudadanía: el sesgo de confirmación (las personas tienden a creer lo que refuerza sus opiniones previas) y la confusión informativa. Cuando ambos bandos se acusan de lo mismo, el votante medio tiende a asumir que “todos son iguales” y desconectar del debate político, lo que reduce el escrutinio y, paradójicamente, beneficia a quienes más tienen que ocultar.
La paradoja es que esta práctica degrada la confianza en las instituciones. Según datos del Eurobarómetro de 2024, España está entre los países europeos con menor confianza en su clase política: apenas un 14% cree que los partidos trabajan por el interés general.
Del fango a la agenda
El problema de fondo es que la política de acusaciones cruzadas desplaza el foco de lo relevante. Mientras las portadas se llenan de denuncias mutuas, las leyes se retrasan, los presupuestos se bloquean y las reformas estructurales se diluyen. Lo urgente queda sepultado bajo lo ruidoso.
Expertos en comunicación política advierten que esta “guerra de espejos” tiene un efecto corrosivo: al instalar la idea de que todos los políticos son igualmente culpables, la ciudadanía se vuelve más vulnerable al populismo y a discursos simplistas que prometen “limpiar” la política, aunque provengan de líderes con historiales igual de cuestionables.
El patrón es el mismo: convertir la política en un combate dialéctico en el que gana quien logre ensuciar más la imagen del rival, no quien proponga mejores soluciones. Mientras tanto, los españoles siguen siendo las víctimas..., hasta que revienten.