Más allá del durísimo debate jurídico y político que genera la Ley de Amnistía que Pedro Sánchez ha presentado para atornillarse a la Presidencia del Gobierno, la realidad es que es la cortina de humo perfecta para ocultar la incapacidad de toda la clase política española. Además, es la demostración que los políticos en España viven en su mundo y, por desgracia, dan la sensación de que la gente les importa muy poco.
Durante el debate de investidura de Pedro Sánchez, en la tribuna del Congreso de los Diputados, se llegó a escuchar que los pactos entre partidos no estaban limitados por el contenido de los programas electorales. Esto no lo dijo nadie del PP ni de Vox, lo afirmó con rotundidad un representante de la izquierda. En consecuencia, tienen la convicción de que la voluntad o los intereses de los partidos están por encima del contrato que todas y cada una de las formaciones están democráticamente obligadas a cumplir una vez que consiguen un representante en el Parlamento.
Con este panorama, es normal que haya crispación, desafección y crecimiento de los populismos de extrema derecha. Lo extraño es que la ciudadanía no vaya a más y demuestre su desprecio hacia los políticos de otro modo más directo y contundente.
Las preocupaciones de los españoles están en las antípodas de las cuestiones que se debaten en el mundo de la política. La ciudadanía, las clases medias y trabajadoras de España llevan desde el año 2008 viendo depauperarse sus condiciones de vida. Desde entonces han pasado por el gobierno el PSOE, el PP, Unidas Podemos y Sumar. Sin embargo, la situación real es mucho peor que la que se vivía entonces.
Un análisis muy certero del escenario actual lo hizo Gabriel Rufián durante la sesión de investidura, al referirse a lo que realmente rompe España. «Lo que rompe España es que una de cada cuatro familias en este país ya se gaste el 50% de lo que gana en una hipoteca. Lo que rompe España es que se pague un 60% más de alquiler que hace diez años. Lo que rompe España es que el aceite haya subido un 91%, el azúcar un 59 %, la leche un 42 % y el arroz un 34%. Lo que rompe España es que la gente hoy compre un 60% menos de pescado, un 50% menos de carne y un 40% menos de verdura simplemente porque no pueden. Lo que rompe España, créame, es que haya 4.000 suicidios al año, que el 60% de los chavales en este país tenga ansiedad y que una terapia valga cien veces más que un Diazepan. Y lo que rompe España, créame, es que en este país se asesine por decenas a las mujeres simplemente por ser mujeres y que aún haya gente que lo niegue. Todo eso y más es lo que rompe España y no que aquí una inmensa mayoría de partidos apruebe una propuesta política para solucionar un conflicto político», afirmó el portavoz de ERC desde la tribuna del Congreso.
Eso, en pocas palabras, es la realidad que viven decenas de millones de personas en este país. Da igual quien gobierne o haya gobernado (Pedro Sánchez ya lleva cerca de 6 años en el Palacio de la Moncloa), los problemas del día a día no se resuelven.
Antes de la crisis de 2008, ser mileurista en España era un estigma, una especie de fracaso vital. Hoy es un privilegio poder decir que se tiene un sueldo de 1.000 euros mensuales, por más que el salario mínimo se haya incrementado en más de un 70% desde 2018. Y, sin embargo, a pesar de que los rendimientos del trabajo han bajado, el salario medio sigue creciendo. ¿Ha mejorado la vida de las clases medias y trabajadoras? Evidentemente, no, por más que desde el sectarismo partidista se viva en el mundo de la felación ideológica gratuita y se base todo en la ceguera en la que todo es maravilloso porque gobierna una gaviota o un puño con rosa. En España, una minoría se lo está llevando crudo y los políticos son incapaces de frenar esta ignominia.
El propio Centro de Investigaciones Sociológicas muestra en su último Barómetro cuáles son las preocupaciones de los españoles y, en consecuencia, los problemas reales de la ciudadanía. Lo primero es la crisis económica que en España ya dura 16 años sin que ningún gobierno haya puesto solución real.
A continuación, se encuentra el desempleo. A pesar de que el gobierno y en el PSOE se congratulen de las cifras del paro registrado y Patxi López, portavoz socialista en el Congreso, afirme que este gobierno «crea empleo como nunca en la historia». La realidad es que en España se ha instalado la máxima de que es mejor tener un mal empleo a no tener trabajo, independientemente del partido que gobierne. Las cifras publicadas por el SEPE demuestran que la calidad del empleo es bastante peor, que los distintos ejecutivos de Sánchez no han logrado frenar ni la precariedad ni la temporalidad, por más que se estén firmando más contratos indefinidos.
El CIS indica que la cuarta preocupación de los españoles es, precisamente, la calidad del empleo que se crea. Lo que está sucediendo es que se está parcelando el empleo una vez más. Las políticas activas de creación de empleo brillan por su ausencia, pero eso no está en el debate político.
Los políticos, independientemente de la ideología o los partidos, no tienen en cuenta que cerca de un 25% de las familias españolas lo está pasando muy mal económicamente, lo que coincide con las cifras de informes independientes que muestran un incremento radical de la desigualdad y un crecimiento significativo de las familias que se encuentran por debajo del umbral de la pobreza.
Sin embargo, y a pesar de todo ello, el debate político se encuentra instalado en la Ley de Amnistía y en una lucha patriotera que no lleva a ningún lado. Independientemente del posicionamiento hacia el texto que mantiene atornillado a Sánchez en la Moncloa, la Ley de Amnistía es la cortina de humo perfecta, la gente discute por la calle, hay manifestaciones y, mientras tanto, el gobierno demuestra, una vez más, que los problemas de los ciudadanos no son la prioridad, sino que la agenda partidista es lo que prima. Suerte que en España el líder de la extrema derecha no tiene tirón ni carisma.