Siglo XXI, el retorno al feudalismo medieval

Los multimillonarios se han vuelto tan paranoicos que están gastando miles de millones de euros en servicios de seguridad privada para mantenerse alejados del resto de la sociedad

27 de Septiembre de 2024
Actualizado el 03 de octubre
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Foto: FreePik

En la Edad Media los nobles, es decir, aquellos que acumulaban cerca del 90% de la riqueza tenían a su disposición a ejércitos privados que les protegían del resto de los ciudadanos. En aquel entonces existía el temor por parte de estos privilegiados de que la desigualdad existente les generaba una amenaza a su seguridad.

Esta situación se está generando hoy en día. Un gran negocio está floreciendo gracias a los multimillonarios: los servicios de seguridad privada. En el fondo, tal y como sucedía en la época feudal, los ricos están comprendiendo que la distribución desigual de la riqueza les puede colocar en peligro respecto a la ciudadanía que sufre.

Por eso, el negocio de la seguridad privada y exclusiva es uno de los sectores que más está creciendo en todo el mundo. Compañías aseguradoras se están especializando en pólizas que aseguran a los ricos contra los peligros que el mundo actual solo les impone a ellos.  

Grupos empresariales dirigidos por exmilitares de fuerzas especiales, en algunos casos radicados en paraísos fiscales de Oriente Medio, brindan servicios de protección a altos ejecutivos corporativos en más de 500 viajes a más de cuatro docenas de países. En algunos casos se prepara a sus agentes en detalles tan exclusivos como el modo en que deben entablar conversaciones con sus clientes ricos.

En consecuencia, el negocio de la seguridad privada se ha especializado, incluso con servicios telemáticos de protección, en ofrecer un entorno absolutamente exento de peligros para esa minoría del 1% que ya posee más riqueza que el 95% más pobre.

Según el último informe de Oxfam, la concentración excesiva de riqueza ha permitido que las grandes corporaciones y los ultrarricos utilicen sus vastos recursos para dar forma a las reglas globales a su favor, a menudo a expensas de todos los demás.

La situación de desigualdad es tan crítica que el economista Gabriel Zucman ha calculado que desde 1987 la riqueza combinada de las 3.000 familias más ricas del mundo, es decir, un  0,0001% de la población mundial, asciende hoy a unos 14 billones de dólares. Es decir, que su participación en la riqueza del planeta casi se ha quintuplicado. Mientras tanto, alrededor del 46% de la población mundial vive con menos del equivalente de 6 euros por día.

El escenario de desigualdad generado desde la crisis de 2008 y acentuado tras la pandemia de Covid-19 se conecta claramente con la creciente concentración corporativa global. Siete de las diez corporaciones más grandes del mundo tienen ahora un multimillonario como director ejecutivo o accionista principal. Según el informe de Oxfam, los más ricos no se benefician pasivamente de todas las acciones corporativas que poseen, sino que están determinando cada vez más cómo las grandes empresas ejercen su poder político y de mercado.

Los ultrarricos y las corporaciones que dominan están usando sus enormes recursos para chantajear, manipular y condicionar la acción de los gobiernos democráticos. Esto se hace, sobre todo, gracias al lobismo y, en determinados países, como Estados Unidos, a las donaciones a las campañas. En el actual escenario preelectoral, se pueden verificar los intereses corporativos en quién dona a quién. Por ejemplo, los gigantes petroleros apoyan masivamente a Donald Trump en espera de que desregule totalmente el mercado energético.

Por otro lado, no es ningún secreto que tanto las familias multimillonarias como las grandes empresas amenazan a los gobiernos con el cierre de fábricas, centros de trabajo, retirada de inversiones, lo que lleva evidentemente a despidos masivos, con el objetivo de obtener una reducción absoluta del pago de los impuestos que les correspondería.  

En 2022, según el informe de Oxfam, 182 de las mayores corporaciones de Estados Unidos gastaron cerca de 800 millones de dólares solo en actividades de lobby. Eso tuvo como recompensa que por cada dólar que gastaron en lobistas obtuvieron una media de 130 dólares en exenciones fiscales y más de 4.000 dólares en préstamos gubernamentales, garantías de préstamos y rescates.

En consecuencia, se está generando una sociedad que se acerca más a la del feudalismo medieval que a la evolución del siglo XXI. Los multimillonarios son el verdadero poder que está acabando con las democracias y, sobre todo, están acumulando riqueza a costa del sufrimiento y el empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras. El problema que tiene el pueblo radica en que no hay una clase política que se enfrente abiertamente a los ultrarricos porque no existe un político con el valor necesario a cumplir con sus deberes juramentados. Siempre acudirán al camino fácil que les garantice la reelección o un futuro en los despachos de, precisamente, las grandes corporaciones que generan una desigualdad homicida.

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