Los resultados de las últimas elecciones generales celebradas en Italia arrojaron unos resultados, en cierta medida, sorprendentes. El partido Hermanos de Italia (HDI), que lidera la controvertida Giorgia Meloni, considerado de extrema derecha por la mayor parte de los analistas políticos, obtuvo una gran victoria, desplazando por el flanco derecho a Forza Italia y la Liga, conducidos por Silvio Berlusconi y Mateo Salvini, respectivamente. HDI es hijo político del partido posfascista Movimiento Social Italiano (MSI), que se acabó desintengrando y dio paso, primero, a la Alianza Nacional y después a la formación de Meloni. La misma lideresa proviene de la organización juvenil del MSI, el Frente de la Juventud, donde comenzó su carrera política y dio sus primeros pasos hasta llegar a la cúspide del poder.
Por otra parte, la izquierda italiana, incapaz de ir unida a las elecciones, sobre todo debido a la estupidez congénita de los líderes del Movimiento 5 Estrellas, siempre en ese incierto mundo de un discurso antisistema sin viabilidad política, cosechó unos resultados mediocres y muy lejos de la mayoría absoluta. El Partido Democrático, de centro izquierda, apenas superó el 19% y bajó algo en votos y escaños en ambas cámaras. Su líder, Enrico Letta, fue la primera víctima política de las elecciones y anunció su retiro, como tantos otros líderes de la izquierda italiana que se sacrificaron tras sonados fracasos políticos. La izquierda italiana, tras la desaparición del Partido Comunista Italiano y el Partido Socialista Italiano, no levanta cabeza desde hace años y perdió su momento de gloria, efímero pero plasmado en un ejecutivo de coalición, cuando Mario Draghi alcanzó la presidencia del ejecutivo italiano, en febrero del 2021.
El responsable de la caída de Draghi fue el Movimiento 5 Estrellas, que por cierto perdió la mitad de los votos en estas elecciones, pasando del 32% de los votos al 15%, y ya sin su papel de árbitro en la política italiana, al haber perdido un peso significativo en el legislativo italiano. El resto de los partidos de izquierdas, como Más Europa, que conduce la incombustible Emma Bonino, sacaron unos resultados insignificantes y quedaron fuera del parlamento. Esta vez las encuestas parece que sí atinaron el tiro y se cumplieron los pronósticos que vaticinaban una clara victoria del partido de Meloni. Bonino, chaquetera irreductible donde las haya, quedó finalmente fuera de juego.
La victoria de la derecha, que logró la mayoría absoluta en las dos cámaras -Cámara de Diputados y Senado- que conforman el legislativo italiano, abrió las puertas a un gobierno de coalición del centro derecha liderado por los Hermanos de Italia. Los otros dos partidos de la coalición, Forza y la Liga, quedaron a notable distancia del primer partido; ambos apenas superaron el 8%, mientras que Hermanos casi rozó el 30%.
Formación de gobierno, futuro incierto
Nada más conocerse los resultados y ya formadas ambas cámaras, Meloni comenzó las negociaciones para componer gobierno dentro de su coalición y se evidenciaron las deficiencias y diferencias entre los distintos socios que conforman la misma. El varias veces presidente de Gobierno Silvio Berlusconi, líder casi vitalicio de Forza Italia, conocido por sus sonoras meteduras de pata, no ha parado de exigirle a Meloni cargos y ministerios para los suyos, habiendo sido pillado in fraganti en unos apuntes tomados a mano describiendo a la futura primera ministra como “obstinada, prepotente, arrogante y ofensiva, sin voluntad de cambio”. Buen comienzo para generar confianza, desde luego.
Aparte de hacer peticiones de imposible cumplimiento, ya que Meloni está optando por conformar un gabinete más técnico que político, el personaje de Berlusconi sembró la polémica e incluso el escándalo cuando llegó a defender públicamente al presidente ruso, Vladimir Putin, al que ha calificado como un “hombre de paz” y con quien asegura tener buenas relaciones. Existe el temor a que Italia, con este nuevo gobierno de derechas dividido y débil porque la coalición es muy frágil, rompa el consenso europeo con respecto a la crisis de Ucrania, siguiendo los pasos de la Hungría de Viktor Orbán, que ya bastantes dolores de cabeza provoca en Bruselas a la burocracia comunitaria con sus coqueteos con el máximo líder ruso.
Nadie sabe a ciencia cierta cuánto durará este ejecutivo de coalición, pero a tenor de lo que ha pasado en anteriores ocasiones y dada la volatilidad de la política italiana, hay sobradas razones para creer que será un gobierno de corta duración y de difíciles equilibrios entre complicados e inesperados socios, como son los casos de Salvini y Berlusconi. Incluso en este contexto, la figura de Meloni aparece como un personaje contemporizador, aplacando a ambos líderes con intereses tan contrapuestos, moderada y negociadora con el objetivo de formar un gobierno que consiga aunar a formaciones tan diversas.
Partidos políticos poco consolidados y tradicionales
En Italia, la política siempre ha tenido algo de despelote y donde pesan más los personalismos que una estructura sólida de partidos políticos consolidados y tradicionales, al estilo de lo que ocurre en otras partes de Europa. La política italiana está caracterizada por fuertes liderazgos personalistas tipo Berlusconi, partidos políticos muy débiles y la existencia de un desvergonzado transfugismo; desde 2018 hasta ahora más de 400 políticos italianos han cambiado de partido sin ningún rubor. Aparte de estas características tan propias del sistema, la fragmentación y diversidad de la sociedad italiana, volátil y cambiante a la hora de emitir el voto, hacen muy difícil la gobernabilidad. En estas circunstancias, como pudo conocer Draghi de primera mano, es muy complejo conformar coaliciones sólidas y gobiernos de larga duración.
Fruto de esos condicionantes que caracterizan a la vida política italiana desde hace décadas, hay que reseñar que desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta ahora ha habido 69 gobiernos en Italia, casi de todos de coalición y sin sólidas mayorías, de los cuales hasta doce duraron entre tres y seis meses y dos incluso menos de tres meses. Italia vuelve a entrar en un tiempo y un terreno inciertos, casi me atrevería a decir pantanoso, donde la nueva primera ministra Meloni se juega todo a una carta, que es ni más ni menos que la supervivencia de su partido, HDI, y poner el fin, en definitiva, a este largo e interminable sainete que es el despelote italiano. ¿Lo conseguirá? El tiempo nos dará la respuesta.