Javier Ruiz, ese periodista empírico siempre armado con su sabia pizarra y su tiza afilada, acaba de desmontar el gran logro del PP: el milagro económico de Madrid también es un bluf. La campaña electoral ha comenzado ya e Isabel Díaz Ayuso está vendiendo al electorado sus supuestos logros numéricos, su presunto crecimiento imparable, su ficticio paraíso fiscal o emporio de los ricos que también generaría riqueza entre los pobres. Todo es mentira. Todo es una gallofa. No hay nada de eso. Basta echar un vistazo a los gráficos estadísticos para comprobar que desde que estalló la pandemia la economía de Madrid ha encallado sin remedio, como ese inmenso buque que quedó atrapado en el Canal de Suez.
Ruiz argumenta que, según el Observatorio Regional del BBVA, hasta once autonomías crecen más que Madrid (entre ellas Castilla-La Mancha, Extremadura, Murcia, Aragón, Cantabria, La Rioja, Galicia y Euskadi), mientras que otras cinco van al tran tran. Entre las comunidades al ralentí está la madrileña, que se encuentra en la mitad de la tabla, es decir que se quedaría fuera de la Champions League, por utilizar un símil de moda después de que Florentino Pérez haya metido sus excavadoras en la Liga Española para derruirla y fundar una selecta y globalizante Superliga europea, algo que es tanto como llevar el supremacismo al deporte, condenar a los clubes modestos a la ruina y matar el fútbol.
Todos los indicadores económicos son malos en el reino de Oz de Ayuso. La presidenta de Madrid se ha pasado la pandemia anteponiendo el dinero a la salud, el bar al hospital, la cañita en la terraza a la vacuna, y resulta que cuando llega el momento de rendir cuentas y de hacer balance, su gestión presupuestaria es tan mediocre como su labor con las residencias de ancianos privatizadas, donde se le murieron nuestros mayores por miles. La creación de empresas ha caído un 3 por ciento (un 3,1 en España); el desempleo ha empeorado (la tasa de paro nacional creció hasta un 18,7 por ciento mientras la de Madrid supera el 24); y tan solo el sector de la hostelería aguanta y mejora resultados en relación con el resto del país.
Todo lo que ha impulsado Ayuso en Madrid a lo largo de su mandato ha sido para beneficio de los hosteleros, que han hecho caja en esta pandemia a costa de propagar el virus llenando las tabernas de turistas franceses, y finalmente la presidenta ha decidido jugarse su futuro político a una sola carta: entregarse sin pudor al lobby de tapas y cañas para que la lleven en volandas a la victoria el 4 de mayo.
El programa político de la presidenta castiza consiste en dar cubatas y barra libre al personal para que este haga lo que le dé la gana en una extraña reinterpretación del negacionismo del Estado, la acracia de derechas y el impulso libertario ultra. Y el pueblo está encantado con la política de garrafón de la anarquista pija, que ha traído la libertad mal entendida frente al antipático y malvado Sánchez, un ogro que nos secuestra y nos confina cada dos por tres. La estrategia demagógico-populista es de manual, pero cabe preguntarse cómo está reaccionando la oposición ante la farsa ayusista. Y ahí es donde es preciso hablar de un nuevo error histórico del bloque progresista.
La izquierda ha ridiculizado y menospreciado a la candidata popular por el simple hecho de que es cortita en la retórica, escasa de empaque intelectual y cursi en sus sentencias. Los rivales políticos han convertido a IDA en bufón, en guiñol, en muñeco de pim pam pum para las redes sociales, y de ese modo han caído de cabeza en la trampa de MAR. Eso era precisamente lo que esperaba Miguel Ángel Rodríguez, que su pupila más aventajada diera rienda suelta a todo el trumpismo delirante que lleva dentro, convertirla en mártir de la mofa y el escarnio. Y en esas la izquierda quedaba hechizada con la muñeca Pepona y se olvidaba de confrontar ideas, de tirar de números, de denunciar estadísticas y bulos, que es lo que ha hecho hoy el fino analista Ruiz.
Cada día que pasa es más evidente que el bloque progresista no ha sabido plantear esta campaña, se ha equivocado en convertir unas elecciones autonómicas en un cara a cara entre Sánchez y Ayuso y el viejo recurso de agitar el espantajo del fascismo no ha colado entre los madrileños. Iván Redondo, o quién sea entre las cohortes de asesores de Moncloa, no se ha ganado este plato de lentejas y ahora el androide ayusista camina solo y anda disparado en las encuestas. No vamos a entrar ya en la desunión y la fragmentación en una miríada de partidos de izquierdas, que sin duda proyecta una imagen de gallinero o jaula de grillos que penaliza en las urnas.Tampoco vamos a sacar otra vez el manido asunto de si Ángel Gabilondo era el candidato ideal para entusiasmar a las masas desencantadas de Vallecas, que por lo visto no. Su táctica de tratar de aparecer como un líder moderado que pretende captar votos por el centro y hasta por la derecha era sencillamente una quimera (el votante del PP o de Cs jamás votará sanchismo) y sus propuestas conservadoras (él tampoco hubiese cerrado los bares, jamás subirá los impuestos y no pactará nada con el “extremista” Iglesias) solo han servido para confundir a las bases.
Pero más allá de todo eso, cabe preguntarse por qué los líderes de la izquierda han rechazado entrar en el debate de las ideas y los números para desmontar las mentiras de Ayuso. Nadie en el bloque rojo habla de corrupción (siendo como es Madrid la cuna del fango); nadie le afea a Ayuso, con cifras, que su milagro económico sea otro bulo más; y nadie ofrece promesas concretas que puedan seducir a los madrileños en su día a día. Todo se ha reducido al viejo eslogan de “que viene Franco” (o sea Abascal), una pobre carta de presentación para optar al gobierno que ni siquiera ha conseguido su ansiado objetivo de meterle el miedo en el cuerpo al personal.