En las manos de Sánchez está que esta crisis no la paguen los de siempre

29 de Octubre de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Adolfo Suárez y Pedro Sánchez, dos presidentes que se enfrentaron a crisis gigantescas.

Lo ha dicho Enric Juliana en la televisión tal que hace un momento: los Pactos de la Moncloa sentaron las bases de la democracia en España gracias al esfuerzo de los trabajadores españoles de la época, que asumieron perder derechos y poder adquisitivo para que el país pudiera contener la inflación, superar la crisis y salir adelante.

Efectivamente, corría el año 1977 y el mundo se veía sacudido por los efectos de la galopante crisis del petróleo, la gran venganza de los países árabes tras la victoria de Israel en el Yom Kipur. Eran malos tiempos para la recién nacida democracia española, que podía desplomarse en cualquier momento por la nefasta situación económica y el sempiterno peligro de involución fascista. La inflación superaba el 26 por ciento, la fuga de capitales de las grandes estirpes franquistas estaba a la orden del día y el paro andaba desbocado. Había huelgas, despidos masivos, batallas campales entre organizaciones sindicales y la Policía. La sombra de un Estado fallido planeaba peligrosamente sobre las cabezas de los españoles. Una vez más, tocaba apretarse el cinturón y, una vez más, fueron las clases obreras las que se sacrificaron por el interés común.

El pacto social vino de la mano de Suárez, que convenció a Carrillo para que se sentara a negociar un nuevo marco de estabilidad sociolaboral. Por descontado, aquella pinza conservadora/comunista no gustó nada a Felipe González, que empezaba a soñar con acariciar el poder. El ministro de Economía y Hacienda, Enrique Fuentes Quintana, logró un acuerdo con los sindicatos recién legalizados (UGT y Comisiones Obreras) con el fin de rebajar el nivel de conflictividad social. Ni que decir tiene que el plan económico que salió de allí supuso un enorme sufrimiento para millones de familias modestas. Se reconoció el despido libre, se puso límite a los salarios y se devaluó la peseta.

Finalmente se firmaron los pactos, a los que se sumaron la patronal y otras fuerzas políticas. Solo la CNT mostró su total rechazo a los acuerdos mientras que Manuel Fraga (por Alianza Popular) aceptó las medidas económicas (muy favorables a las clases privilegiadas y al gran capital), pero no las políticas y sociales (prohibición de la censura previa, reconocimiento de derechos de reunión, asociación política y libertad de expresión, creación del delito de torturas, derogación del Movimiento Nacional, despenalización del adulterio y el amancebamiento y venta de anticonceptivos, entre otras).​ La derecha siempre echando una mano por el bien del país.

Hoy nos encontramos ante una encrucijada parecida. Al igual que el petróleo desencadenó una crisis mundial en el 73, en nuestros días el coronavirus ha provocado otro terremoto similar. Es cierto que la economía nacional se va recuperando poco a poco (los últimos datos del paro y del PIB son esperanzadores), pero muchos expertos creen que sin un gran acuerdo social a la manera de los Pactos de la Moncloa este país no terminará de remontar el vuelo. Pedro Sánchez, gran actor y astuto jugador, pretende desempeñar el papel de nuevo Suárez o gran hacedor de la España del futuro, una España verde, sostenible, tecnologizada y moderna. Un programa político encomiable. Sin embargo, la pregunta sigue estando en el aire: ¿quién va a hacer los sacrificios necesarios esta vez? El proletariado ya pagó con su sudor la crisis del 73, el Lunes Negro del 87 y la burbuja financiera de 2008. Sería una injusticia histórica que asumiera también el dolor y el sufrimiento en la crisis del covid.

Estos días el presidente del Gobierno se enfrenta a una gran encrucijada que puede marcar su futuro político: derogar íntegramente la reforma laboral de Mariano Rajoy propia del medievo (promulgando otra contrarreforma mucho más socialista, más humanista y más acorde con los tiempos que vivimos) o abolir exclusivamente los “aspectos más lesivos” de la antigua normativa del PP, que sería tanto como consumar una estafa al pueblo. Es evidente que el año 1977 queda muy lejos en el tiempo, como también es obvio que Sánchez no es Suárez ni está obligado a consumar aquella jugarreta o gran traición a las clases obreras, que fueron las que pagaron el pato de la crisis a finales de los setenta.

Suárez representaba a una formación política como la UCD que se nutría de los viejos náufragos y lobos solitarios del franquismo; Sánchez dirige un partido que en los últimos 142 años de historia ha llevado a gala la etiqueta de “socialista” y “obrero” (aunque por momentos solo testimonialmente). Suárez tenía una misión trascendental que cumplir, consolidar la democracia en España, aunque para ello tuviera que vender al trabajador y dejarlo en manos del patrón; Sánchez no tendría por qué tragar con aquella maniobra que algunos, las élites empresariales de siempre perpetuadas en el tiempo, pretenden imponer también hoy, más de cuatro décadas después. Si el presidente cae en el lado oscuro de la historia (probablemente ya esté allí) es por propia ideología liberal, porque siente alergia a la izquierda real y porque le va la marcha. No cabe otra explicación.

Por fortuna ya no estamos en 1977. Hoy el mercado laboral se ha transformado radicalmente, las relaciones laborales son totalmente diferentes, España se encuentra entre los países más industrializados del mundo y las nuevas tecnologías han llegado a nuestras vidas como una brutal revolución industrial. Nuestro país está plenamente integrado en la Unión Europea y tiene suscritos todos los acuerdos y convenios internacionales sobre respeto a los derechos humanos y a un mercado laboral digno. Hay bases y mimbres más que suficientes como para dar un nuevo salto adelante y mejorar el Estado de bienestar. Sánchez lo tiene fácil: le valdría con escuchar a Yolanda Díaz, hacer oídos sordos a las derechas y a la patronal y dejarse llevar. No lo hará sencillamente porque está en otra cosa, mayormente en quedar bien con el comisario Gentiloni y en salvar su culo.

Pero detrás de las siglas delPSOE, no lo olvidemos, está el espíritu de miles, de millones de trabajadores que dieron su sangre y sus vidas por conquistar derechos como la libertad, la justicia social y la igualdad. El inquilino de Moncloa debería tener en cuenta la grandeza del proyecto que representa cada vez que se siente a jugar al póker con Garamendi. Si lo que pretende es parecerse a Suárez, contentar a los de arriba perjudicando a los de abajo, mal empezamos. Porque la historia le debe una a los descendientes de aquellos españolitos de 1977 que se comieron el marrón por el bien de su país. O eso al menos les contaron.

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