El ministro Escrivá reconoce que “ayer no tuvo el mejor día” a la hora de explicar su reforma de las pensiones. Era algo que se estaba viendo venir. Su idea de que sean los “baby boomers” –la generación de españoles que nacieron entre finales de los 50 y principios de los 70– quienes hagan el “esfuerzo” de sostener la caja de la Seguridad Social (renunciando a parte de su paga o trabajando más años) no la entendió nadie. Hablamos de una franja inmensa de españoles a los que ahora, llegado el momento de empezar a pensar en el merecido descanso tras una vida laboral larga y extenuante, les dicen que son ellos los que van a pagar el pato de los temidos “ajustes”. No es de recibo, no solo choca contra el principio de equidad intergeneracional sino contra el elemental principio de igualdad de todos ante la ley establecido en la Constitución Española del 78.
Si hay que levantar el país que sea entre todos y si hay que apretarse el cinturón que lo hagan las grandes fortunas que no pagan impuestos. Ya está bien de estafar al personal. Escrivá dice que tuvo un mal día a la hora de explicarse y habrá que aceptarle las disculpas. Informar a la población sobre el factor de sostenibilidad de las pensiones debe ser una tarea tan compleja como descifrar el Código de Hammurabi. Una labor didáctica casi imposible porque el ciudadano medio, por mucho que se esfuerce, no logrará entender las farragosas tablas, los factores de corrección y los tantos por ciento según las bases de cotización. Pero ese no es el asunto. El problema es la idea, el proyecto, el plan que se piensa acometer. No se trata de comunicar las cuestiones de Estado mejor o peor (aunque lógicamente siempre es deseable que un ministro sepa transmitir sus decisiones, con claridad, a la opinión pública) sino de la filosofía, de la ideología, del manual que se ha elegido. Y aquí el señor Escrivá vuelve a errar gravemente al optar por las viejas recetas neoliberales que maltratan a los pobres y privilegian a los ricos.
Un gobierno socialista (y menos un gobierno con supuestos ministros de la izquierda real podemita en su gabinete) no debería recurrir a soluciones de la derecha cuando se trata de resolver un problema pertinaz y endémico como es el progresivo vaciamiento de la hucha de las pensiones. Lo fácil es sentarse delante de la mesa del despacho, sacar la calculadora, chupar la punta del lápiz y ajustarle las cuentas a los primeros infortunados que aparecen en las estadísticas de natalidad del Ministerio, en este caso nuestros cincuentones y sesentones que no ven el momento de dejar atrás el infierno del mercado laboral español que llevan padeciendo desde hace décadas.
Los “boomers”, los descendientes del “baby boom”, son la generación más amplia y nutrida de nuestra historia reciente no porque ellos eligieran serlo sino porque tuvieron la mala suerte de que sus padres jipis (y asqueados del franquismo) fueron demasiado optimistas, creyeron ver un paraíso en la tierra de paz y amor y se pusieron a engendrar como si no hubiese un mañana. Los hombres y mujeres de los sesenta se dejaron llevar por la fiebre de los Beatles, el Seiscientos, una nominita apañada y la utopía del apartamento hipotecado para siempre en Torremolinos. De alguna forma, hicieron lo que aconseja Séneca, el primer hippie de la historia: eliminaron el temor de un mal futuro y el recuerdo de un mal pasado para ser felices trayendo retoños al mundo.
Pensiones y curva de natalidad
A aquellos españoles del desarrollismo económico y demoscópico les pudo la visión engañosa de que España iba a convertirse en un país democrático y avanzado a la europea donde el Estado de bienestar garantizaría unos mínimos vitales conquistados y para siempre. Craso error. Hoy tenemos legiones de prejubilados encanecidos, los supervivientes del boom sexual, los hijos de aquellos utópicos libertarios a los que Escrivá ve como simples números a los que aplicarles una tiránica regla de tres. Hombre, señor ministro, usted tiene unos estudios, unos conocimientos, unos tratados escritos, échele un poco de imaginación y no se quede con la solución de brocha gorda, con el patadón y tentetieso como un mal defensa central que no sabe cómo salir del paso cuando el balón le bota en medio del área. Hacer recaer todo el peso del drama de las pensiones única y exclusivamente sobre los “boomers” porque son más y se supone que están menos castigados que otros colectivos como los jóvenes (esclavos de un sistema injusto para quienes el panorama es todavía más negro) es poco menos que instaurar una pedrea demográfica o sorteo nefasto, como aquel bombo injusto que llamaba a quintas a los muchachos de la mili.
Llevamos años con el tema de las pensiones, décadas oyendo decir a los padres de la patria que en 2025 no habrá dinero en la caja porque la población envejece y cada vez hay menos cotizantes, de forma que más tarde o más temprano cada cual tendrá que sacarse las castañas del fuego y pagarse su vejez como mejor pueda (véase los planes privados o la mochila austríaca, que es adonde nos quieren llevar unos y otros). Ni siquiera el cacareado Pacto de Toledo y los sucesivos acuerdos con los agentes sociales han conseguido garantizar la sostenibilidad del sistema en un futuro a corto plazo. De alguna manera, los gobiernos, sean del color y signo que sean, siempre optan por la solución más fácil sin tener en cuenta otras soluciones como rescatar los 80.000 millones de euros que se pierden en corrupción y fraude fiscal cada año en España, contener el despilfarro (ay, el chiringuito de Toni Cantó) y permitir la entrada de más inmigrantes extranjeros, gente desesperada que está deseando trabajar honradamente y cotizar como uno más. Para eso, claro está, es preciso no ser racistas y lamentablemente en este país cada vez lo somos más por influencia perniciosa de ciertos partidos políticos que sienten pánico a contaminar la gloriosa sangre española.
Las pensiones se han convertido en un jeroglífico egipcio, un sudoku imposible de resolver porque de donde no hay no se puede sacar. Pero los cincuentones de este país no tienen por qué pagar los destrozos de unos gobernantes que no han sabido gestionar la res pública y la caja de nuestro porvenir. Es inconstitucional además de una sucia jugarreta. Escrivá ha rectificado y eso le honra. Ahora dice que “el mecanismo de equidad intergeneracional que debe sustituir al factor de sostenibilidad está todavía por definir”. Más jerga tecnócrata, más neolengua incomprensible, más bla, bla, bla. Si insiste en la cacicada contra los “baby boomers” que se vaya preparando para un otoño caliente. Por cierto, ¿dónde están los sindicatos?