Alberto Núñez Feijóo ha vuelto a cruzar una línea en su obsesiva carrera hacia La Moncloa. Incapaz de aceptar que perdió la investidura y de construir una oposición creíble, el líder del Partido Popular se ha abrazado al populismo de derechas, la hipérbole moralista y la estrategia del enfrentamiento permanente. En su última pirueta política, ha convocado una manifestación contra el Gobierno y ha apelado a los socios de Sánchez para sumarse a una moción de censura, sabiendo de antemano que su propuesta no tiene recorrido. Algo que parece más una huída hacia adelante, cosa que hasta los suyos empiezan a preguntarse.
De moderado a demagogo
Lo que comenzó como un intento de renovar al PP desde una supuesta sensatez centrista ha degenerado en una deriva inquietante. Alberto Núñez Feijóo ha dejado atrás cualquier rastro de moderación, abrazando un discurso de barricada impropio de quien aspiraba a "devolver la seriedad" a la política española. La convocatoria de una manifestación contra el Gobierno, con tintes casi insurreccionales, y su llamada a una moción de censura que sabe inviable, son muestras del rumbo desesperado de un político que no ha digerido no ser presidente.
Feijóo actúa como si el país estuviera al borde del colapso institucional. Habla de “prácticas mafiosas” y de una España que elige entre “democracia o decadencia”, al más puro estilo de Vox, mientras se esfuerza en diferenciarse de Abascal sin conseguirlo. Lo que antes era una estrategia de perfil institucional ha mutado en retórica catastrofista, en frases lanzadas como piedras desde Génova 13.
Su problema ya no es Pedro Sánchez, es su propio espejo.
No solo ha perdido el control del relato. También el respeto de sus socios potenciales. El PNV lo ningunea, ERC lo ridiculiza y Sumar lo ignora. Aun así, él insiste en su imposible, pedir a quienes ha denigrado durante años que le acompañen en una moción contra el presidente que todos, de un modo u otro, han ayudado a investir. El resultado es un espectáculo político tan sobreactuado como ineficaz. Porque Feijóo se ha quedado solo en una cruzada personal que solo le aplauden las terminales mediáticas de la derecha dura y el votante más ideologizado.
Los suyos ya no se lo creen: el liderazgo de Feijóo, en entredicho
Hay una pregunta que sobrevuela la sede del PP y las sedes regionales del partido: ¿es Feijóo la persona adecuada para liderar el centroderecha español? El malestar interno crece, aunque pocos se atrevan aún a decirlo en voz alta. Barones territoriales, dirigentes intermedios y pesos pesados en la sombra observan con estupor cómo el líder que prometía estabilidad ha optado por alimentar el ruido.
Su alianza imposible con Vox, o no tan imposible, su incapacidad para marcar una agenda propia y su obsesión por los gestos vacíos (manifestaciones, comparecencias encendidas, declaraciones sin propuesta) han debilitado su perfil. El mismo perfil que el PP había querido contraponer al de Pablo Casado y que ahora se disuelve en la espuma de los titulares fáciles y la falta de estrategia real.
Feijóo ha querido presentarse como estadista, pero actúa como un tertuliano político. Agita sin construir, acusa sin pruebas concluyentes, propone lo que sabe que no puede cumplir. Mientras tanto, los problemas reales del país, la vivienda, la inflación, los servicios públicos, quedan fuera de su radar, porque no tiene ni idea y sigue atrapado en una burbuja de indignación perpetua.
El tiempo pasa, y con cada nueva sobreactuación, se aleja más del votante moderado, de los pactos posibles y de la presidencia que un día soñó alcanzar. Y es que hay algo más grave que perder unas elecciones que es perder el norte. Feijóo parece haber perdido ambos.