Por mucho tiempo, Alberto Núñez Feijóo ha disfrutado de una reputación cuidadosamente construida como figura sensata dentro del espectro político español: un supuesto centrista, pragmático, defensor del autonomismo y gestor eficaz. Esta imagen, sin embargo, resiste muy mal el análisis riguroso de su trayectoria política real. La evidencia acumulada tanto durante su etapa como presidente de la Xunta de Galicia como en su desempeño actual como líder de la oposición revela un perfil político muy diferente: el de un dirigente carente de visión reformista, reacio a la transparencia democrática y, en su presente rol nacional, instrumentalizador del conflicto institucional como estrategia electoral.
Feijóo en galicia: clientelismo mediático y gestión opaca
Durante sus trece años al frente de la Xunta, Feijóo consolidó un ecosistema político-mediático extraordinariamente controlado. Mediante el uso estratégico de la publicidad institucional, el Gobierno gallego canalizó decenas de millones de euros hacia medios de comunicación locales, generando una relación de dependencia económica que laminó en la práctica la crítica periodística. Esta concentración de recursos públicos en medios afines no solo redujo la pluralidad informativa, sino que también garantizó una prolongada inmunidad política.
El resultado fue una gestión mitificada pero poco expuesta al escrutinio público. Mientras Feijóo cultivaba una narrativa de estabilidad y buena administración, en la práctica su gobierno impulsó recortes encubiertos en sanidad, externalización de servicios sociales y la consolidación de redes clientelares en torno a la administración autonómica. Galicia sufrió un progresivo vaciamiento institucional, con estructuras debilitadas y control parlamentario reducido al mínimo gracias al monopolio mediático y a mayorías absolutas obtenidas en un contexto de información sesgada.
Del galleguismo instrumental al nacionalismo español recentralizador
La evolución de Feijóo tras su salto a la política nacional reveló una transformación ideológica significativa. El discurso autonomista que empleó en Galicia ha sido abandonado en favor de una retórica recentralizadora y más alineada con la derecha dura del PP y, de forma preocupante, con algunos postulados de Vox. El supuesto centrismo de Feijóo se ha demostrado meramente táctico.
Este giro es evidente en su postura sobre la financiación autonómica, el tratamiento de la lengua gallega (cada vez más relegada) y su silencio ante las derivas autoritarias de gobiernos autonómicos compartidos con Vox, poniendo en cuestión principios básicos como la libertad de expresión, la protección de las minorías o la igualdad entre hombres y mujeres.
Una oposición disfuncional basada en la erosión institucional
Desde que asumió el liderazgo nacional, Feijóo ha practicado una estrategia basada en el obstruccionismo legislativo, la deslegitimación constante del adversario y la explotación mediática de cualquier crisis. El reciente apagón masivo que afectó a miles de ciudadanos es un ejemplo claro: lejos de actuar con responsabilidad, optó por utilizar la crisis como arma política sin esperar datos ni informes técnicos.
Esta lógica de desgaste sistemático —incluido el bloqueo al Consejo General del Poder Judicial y la obstrucción a la renovación del Tribunal Constitucional— revela una peligrosa tendencia a instrumentalizar las instituciones en beneficio propio, sin ofrecer un proyecto alternativo estructurado.
En lugar de contener el ascenso del populismo de ultraderecha, Feijóo se ha convertido en su facilitador. La cesión de gobiernos autonómicos a Vox, sin condiciones democráticas claras, no es una táctica pasajera: es la prueba de que Feijóo acepta retrocesos democráticos para acceder al poder.
Su silencio ante declaraciones xenófobas, negacionistas del cambio climático o revisionistas del franquismo confirma su complicidad política. Feijóo no lidera: consiente. Y en política, consentir el retroceso es también construirlo.
Un riesgo sistémico disfrazado de alternativa
Alberto Núñez Feijóo no es el moderado que prometió ser, ni el gestor eficaz que durante años promovió su maquinaria mediática. Es un político de cálculo y oportunismo, sin compromiso real con la transparencia ni la regeneración democrática.
Su papel actual es el de un agente de desestabilización institucional, que utiliza cada crisis como arma electoral. Su connivencia con la ultraderecha, su obstruccionismo sistemático y su degradación del debate público representan una amenaza real para la estabilidad democrática española.
España no necesita más crispación, ni más destrucción política. Necesita proyectos de futuro basados en el consenso y la construcción democrática. Feijóo, lejos de representar una solución, simboliza la continuidad del deterioro que amenaza con enquistarse en el sistema político.